La única forma de convencer de que algo no es un desierto es mostrar, ante los ojos que dudan, los miles de árboles que contiene. (C.A.)
Con frecuencia los libros de historia se han convertido en un almacén informe de hechos, datos y fechas. Una batalla, un nombre, un personaje, se quedan reducidos a un elemento memorístico, sin relación expresa con el motivo que lo desencadenó, ni con lo que dicho acontecimiento provocó con posterioridad.
Una ley física elemental afirma que: "nunca hay un efecto sin causa". Por lo tanto un tratado, una batalla, un acontecimiento, tuvo unos desencadenantes que en definitiva dan cuerpo y sentido al mismo. Sin embargo, los relatos históricos suelen descuidar los pequeños detalles, que son como la punta mínima de una aguja que por insignificante pasa desapercibida pero que finalmente al estudiar detenidamente las causas del acontecimiento es la que hizo explotar el globo.
Los comentarios que realizan algunos pintores sobre la interpretación de sus cuadros, afirmando que ellos pintan y que luego son los críticos los que interpretan lo que ellos han pintado, se asemeja en cierta manera a la situación de la historia. Se han producido hechos, que luego los historiadores, condicionados por ciertas circunstancias en las que influyen el tiempo en el que viven, o bien presionados por un determinado ambiente político, son los que acaban llegando a conclusiones, sobre un mismo acontecimiento, paradójicamente dispares entre ellos.
Un elemento primordial en la Historia, y que ha estado ausente en la mente de todos los historiadores, o convertido en personaje anónimo, en la mayoría de los casos, o en simple "acompañamiento" de las actuaciones del hombre, pero siempre ajena a los acontecimientos, ha sido la mujer.
Frente a este concepto, y manteniendo en ocasiones esta situación de "acompañante", reclamo su importancia, como eje capital en el desarrollo de los hechos que directa o indirectamente ha provocado.
Este aspecto ha sido cuidadosamente obviado, durante siglos, por todos los escritores e historiadores, guiados por la preocupación de evitar poner en pie de igualdad al hombre y a la mujer, considerando que el único y exclusivo protagonista de la historia ha sido y debía de ser, el varón.
[1]Debe evitarse todo trance en el que la mujer, preocupada de su igualdad con el hombre, quiera ser un doble suyo, y trate de copiarle, cambiando los constitutivos esenciales de su psicología, ahogando sus intuiciones con exagerados procedimientos cerebrales, sustituyendo sus delicadezas por modos fuertes, más o menos violentos, sus emociones por procesos intelectuales, la fuerza de la seducción por la fuerza arrolladora.
[2]La mujer podrá poner en marcha un complejo industrial con la perfección de un hombre; trazará un plano de construcción más bello que el hombre. Aún más, un mundo gobernado por mujeres podría ser un mundo mejor, pero sería un mundo al revés, al revés de cómo Dios lo planeó y lo quiso. Lo que pues, Dios hizo, no lo cambien ...las mujeres.
Poner título a un capítulo que desarrolle este intento de adjudicarle un protagonismo histórico es una tarea difícil. Se sabe que un título bien escogido representa como mínimo un 30 y hasta un 40% del éxito de lectura del mismo. ¿Cómo titularlo?
¿Mujeres en la sombra? Quizás mejor: La sombra de la mujer. Porque es este matiz de ser; la sombra de alguien, a proyectar la sombra sobre alguien, es el que hace que el sujeto de la acción sea distinto del personaje. Quizás la mujer no ha sido la sombra de nadie, aunque de tal manera se le ha querido presentar con frecuencia, sino que ha proyectado su propia sombra sobre la historia, siendo ella la protagonista, aunque las apariencias hayan sido otras. Sin embargo la sombra, en el más puro sentido platónico[3] tiene un amplio significado, pero es anónima, por lo que opté por el dicho francés: Buscad a la mujer, porque ante los hechos cruciales de nuestra historia, a veces incomprensibles, buscando a la mujer y sólo a través de ella se puede encontrar una respuesta, quizás sorpresiva, pero sin duda, humana y coherente.
Las féminas han constituido como mínimo el 50% de la población humana, desde que los homínidos hicieron su aparición sobre la tierra. Pretender que sigan pasando, casi anónimamente, por la historia como si no hubieran existido, como ha ocurrido hasta el momento actual, resulta no sólo una injusticia para un colectivo, sino un insulto a la inteligencia en general. No se trata de hacer un elenco de mujeres ilustres. Estudios de este tipo hay muchos, aunque la mayoría de ellos se limitan a una relación de supuestos hechos, en tono laudatorio, más cercanos a las hagiografías de los santos, con buenos muy buenos, y malos muy malos, pero sin excesivas profundizaciones, sino el mostrar, que acontecimientos cruciales en la historia, vieron cambiado su sentido o se produjo el desencadenamiento de los mismos, por la presencia, causa o influjo directo de personajes femeninos en la mayoría de los caso anónimos, y cuyo único conocimiento o dato de su existencia, que poseemos, es la cita de pasada de un escueto nombre. Esta aparición, suele ser tan fugaz y a veces tan decisiva, que se asemeja a la bola de billar, que choca con otra, sólo un instante, pero que le hace cambiar su trayectoria.
La mujer ha sido algo más que el reposo del guerrero, en muchos casos ha sido su inspiración, cuando no la mano impulsora de algunos actos que el transcurso del tiempo ha definido como hazañas, y de los que, por razones sociales no pudo ser la ejecutora. Se podría reescribir la historia en la que el hilo argumental fueran las mujeres, porque realmente no importan los hechos en sí mismos, sino sus desencadenantes y evidentemente sus consecuencias
La ausencia de datos totalmente contrastados, hará que a algunas de las afirmaciones apuntadas se les pueda poner muchos "peros". Pero no se trata de escribir una nueva Historia, sino de profundizar en los hechos, plantear dudas, y descubrir las causas, por las que el rumbo de un pueblo cambió de signo, por intermediación de una mujer, aunque las razones que se aporten difieran de las que hasta ahora hayan sido consideradas oficiales e intangibles, colocando a quien osaba dudar de ellas en el campo de los indocumentados.
Bastaría pensar en la importancia que la mujer ha tenido como madre y esposa, aunque estos estados la releguen en el escaparate histórico a un segundo término, o al anonimato total, para calibrar el peso específico tan grande e incontestable, que ha tenido. Pero aún siendo esto importante, no es suficiente. La idea es rebuscar ese dato que nadie ha tenido en cuenta, la mayoría de las veces envuelto en mitos y leyendas, y que con frecuencia hace cambiar de sentido de la interpretación que hasta este momento hemos tenido de ciertos acontecimientos.
Hay personajes femeninos a las que se podría colocar muy oportunamente la frase de a-legal, porque se saltaron lo legalmente establecido para escalar cotas de poder, quizás no de modo diferente como lo hacían habitualmente los varones, pero resulta más llamativo en ellas, ya que tenían el añadido de ser mujeres. Como la reina Hapsetup, de Egipto, doña Urraca o Isabel la Católica, por citar algunas, aunque la lista podía ser todo lo amplia que se desease, ya que la mujer ha tenido en la historia de modo directo, o indirecto mucho más peso de lo que la historia oficial ha querido darle, y ciertos acontecimientos serían imposibles de explicar sin la presencia o influencia de la mujer.
Pero por ser un ejemplo claro de esa a-legalidad de sexo que constituye el argumento de este estudio, hay que detenerse ante una figura mítica, Hatshepsut, "una faraona", que aparece en las estatuas con la barba superpuesta, atributo del faraón y cuya iconografía ya nos remite a la imposibilidad legal del sexo femenino para acceder al poder. Es cierto que hubo otras faraonas, pero apenas se tienen datos sobre ellas.
Una momia encontrada en 1903 de una mujer, que tenía sobre su cara una máscara de madera con un orificio en la barbilla para insertarle una barba ritual, hizo pensar en la existencia de una mujer faraón. Sin embargo esta momia misteriosa y anónima dejó de serlo en fechas recientes, atribuyéndose a Hatshepsut, una mujer ambiciosa que se hizo con el poder, que le correspondía al faraón niño Thutmosis III, hacia el 1479-1457 a.C. ya que fue la quinta monarca de la dinastía XVIIII. Su padre Tutmosis I, tras la desaparición de sus dos hijos, decidió tenerla a su lado y llevarla a sus viajes. Muerto Tutmosis II, hermanastro y esposo de Hatsepshut, esta acabaría haciéndose con el poder tras no pocas intrigas, ostentando primero la regencia y finalmente siendo coronada soberana de las dos tierras.
Sin embargo en la mayoría de los casos en los que la mujer accede al poder, lo hace siguiendo roles y adaptaciones a modelos masculinos, ya que lo femenino no estaba contemplado. De Cristina de Suecia se dice que huyó de toda identificación visible con lo femenino y se adscribió a una voluntaria masculinidad.[4] Pero ha habido otras mujeres, entre míticas e históricas, que cambiaron el devenir de las naciones o el pensamiento de la humanidad.
ADAN Y EVA
"¡Como vas a ser mala hija mía¡ Eres mujer y basta. No eres ángel y por eso no puedes lograr que no saque tu cabeza el instinto"[5]
Es indudable, que a la hora de comenzar una historia en la que se pretende demostrar la importancia que ha tenido la mujer en los acontecimientos que se han producido, en el transcurso de la historia de la humanidad, no se puede olvidar esa "extraña pareja", llamada Adán y Eva, que entraña en sí misma todos los mitos, sobre los que se sustentan los conceptos éticos y culturales de casi toda la humanidad.
Supuestamente, fue Adán el primero en ser creado. Al menos eso dice repetidamente y hasta la saciedad el escritor Bíblico, como si con ello pretendiera alejar cualquier sombra de duda. "Dijo Dios entonces:" hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza"(Gen. 1,26) "Formó Yavhé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado"(Gen. 2,7). "Tomó pues Yavhé Dios al hombre , y le puso en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase y le dio este mandato:" De todos los árboles del paraíso puedes comer , pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que comieres ciertamente morirás".(Gen.2,15-17)
Y se dijo Yavhé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él."(Gen. 2,18). Hizo pues, Yavhé Dios caer sobre el hombre un profundo sopor; y dormido, tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y de la costilla que del hombre tomara, formó Yavhé Dios a la mujer, y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: "Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne"[6](Gen.2,21-23)
Según este relato bíblico el hombre fue primeramente creado por Dios, y semejante a él, sin embargo la mujer fue construida a partir de esta creación. El hombre, por lo tanto, sería parte de Dios y la mujer lo sería del hombre. No es de extrañar, que como en lugar alguno, se hace mención, de que le inspirara como en el hombre, " el aliento de la vida"(Gen.2,7), dándole según todas las interpretaciones, el alma en este soplo, este aliento sobre ella, algunos sesudos teólogos en el Concilio de Trento se llegaron a cuestionar si la mujer tenía el mismo tipo de alma que el hombre. "Mientras que el alma del hombre era de naturaleza racional, la de la mujer era vegetal". Menos mal que se impuso la cordura y la doctrina general, asentada en la Summa Teologógica de Sto. Tomas [7] afirmaba en su Artículus I; De animae unicitate. 562-Doctrina Ecclesia tradit unicitatem animae...Explicite, cum asserit non nisi unan animan homini esse. "La doctrina de la Iglesia afirma explícitamente, que sólo hay un alma en el hombre". Es evidente que se trata de un mito, aunque, por extraño que parezca, algunos grupos religiosos siguen creyendo en el relato bíblico tal cual, como aparece escrito.
Pero este mito de la creación de Adán partiendo del barro, cae estrepitosamente cuando los genetistas han puesto manos a la obra, para estudiar el ADN mitocondrial. Y se han encontrado, que fue la primera mujer la que pudo llamarse en sentido estricto humana, trasmitiendo con posterioridad estas mutaciones al resto de la humanidad, con lo que de esta manera nos separó definitivamente de la animalidad, para introducirnos en la categoría de humanos. El concepto de la llamada "Eva mitocondrial" está revolucionando todas las ideas que sobre la evolución se tenían hasta el momento.[8]
Según esta teoría al pasar los caracteres mutados solamente de hembra a hembra, durante cientos quizás miles de años, sólo la mujer tendría las características humanas, mientras los machos seguían siendo animales. Pero el ser primero o segundo, no tendría mayor importancia si no se dejara traslucir, subliminalmente en la Biblia, la idea de la dependencia femenina respecto al varón, aunque por las fechas en las que fue escrito este relato del Génesis, posiblemente era lo mejor que podía pasarle a la mujer, el que se la considerara procedente de la misma carne que el hombre y por tanto, su igual.
Sin embargo, el mito de que la mujer fue anterior en su existencia al hombre ya aparece en el mito de la misteriosa Lilith,[9] el primer ser humano creado por Dios y primera esposa de Adán, al que abandonó en la búsqueda de su independencia. Lilith proclama la igualdad entre ambos, comenzando por la postura sexual: ¿Por qué he de acostarme debajo de tí? ( signo de sumisión) Yo también fui hecha con polvo, y por lo tanto soy tu igual. Le replica. Y cuando Adán quiso hacerla obedecer, lo abandonó.
Esta Lilith se convertiría, en la mitología cristiana, siguiendo la tradición judaica, en la Lamia, un ser maligno, representado con frecuencia en los capiteles románicos y góticos, que ataca a los niños cuando duermen absorbiendo el espíritu vital, en una actuación que algunos han equiparado al vampirismo.
[1] Otero Luis. He aquí la esclava del Señor. Ed. B 2001
Cita de: Emilio Enciso Viana. Canónigo. "En la guerra de Dios. 1972"
[2] Otero Luis. He aquí la esclava del Señor. Ed.B.2001
Cita de: Quintín de Sariegos. Capuchino. "Luz en el camino, 1960"
[3] Platón. La República. En el Mito de la Caverna, los hombres están atados dentro de una gruta y sólo ven las sombras que proyecta una hoguera contra la pared cuando pasa delante de ella la Naturaleza. Y a través de ellas deben descubrir de qué se trata:
[4] R. Chaparro, Francisco. Mujeres Arte y poder. Rv. Descubrir el arte, Año X nº 119.
[5] Otero Luis. He aquí la esclava del Señor. Ed. B.2001
Cita de: Monseñor Tihamer Toth.¡Muchachas¡ Asi...1962.
[6] Nácar Fuster Eloíno. Colunga Alberto. Sagrada Biblia. Ed. B.A.C.
[7] Sacrae Theologiae Summa. Ed. BAC 1952.
[8] El ADN, contiene el código hereditario. Los cambios que se producen en este ADN se producen en unas estructuras celulares llamadas mitocondrias. Al ADN, mitocondrial, a diferencia del ADN del núcleo de la célula cuyos códigos recibe el nuevo organismo de ambos progenitores, "la herencia mitocondrial" pasa sólo de la madre a la descendencia. Este ADN mitocondrial acumula mutaciones con una rapidez diez veces superior al del ADN del núcleo celular. Esto significa que todo el ADN mitocondrial humano se originó a partir de una hembra, que desde entonces ha ido mutando, y que vivió hace unos 200.000 años según unos, aunque como todo esto pese a su apariencia matemática sigue dependiendo mucho de teorías casi filosóficas, otros al calcular de otra manera la velocidad de la mutación, establecen esta antigüedad en unos 850.000 años, aunque casi unánimemente ubican a esta "primera mujer", en África.
[9] Lilith, como tantos mitos judaicos es de origen Mesopotámico, basado en dos demonias Lilitu y Ardat Lili, que ellos refunden en una sola, mujeres relacionadas con Lila, un espíritu maligno Lilu. Los judíos convirtieron el nombre de esta Lilith en "Lil" "noche" Y algunos interpretesen el Yalqut Reubeni, colección de comentarios cabalísticos acerca del Pentateuco, afirmaban su maldad porque: Yahvéh formó a Lilith, la primera mujer, del mismo modo que había formado a Adán, pero en lugar de polvo puro utilizó excremento y sedimentos,