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ISSN 1989-4163

NUMERO 73 - MAYO 2016

¿Dónde Ubicar este gran País con un Anciano Hermoso?

Carlos Ciprés

Título: Seré un anciano hermoso en un gran país. Autor: Manuel Astur. Silex ediciones 2015. 200 páginas. 18,00€.

     


Pregunto a todos tus libros y me dice que una única librería en mi ciudad tiene en existencia Seré un anciano hermoso en un gran país. Voy para allá. Caminando, cavilando, dudando. ¿Ensayo emocional? ¿Qué diablos será? ¿De qué irá? ¿Valdrá la pena? Llego, pasillos, rincones, expositores, busco sin fortuna, me rindo. Pido ayuda.

Las categorías se difuminan, perdiendo su utilidad. ¿Ensayo emocional? Desde luego aquí no hay acción ni ficción, trama o personajes, ni nudo o desenlace. Ni tesis, argumentos o citas. Quizás, pienso, los tiros vayan más por la autobiografía, la memoria embarnizada, el súper yo expandido. ¿Unas memorias, en este país, de alguien de  treinta y cinco años que no ha salido en las revistas del corazón? Quita, quita, no reúne méritos editoriales, me digo.

Pido ayuda a la librera. Bucea en su pantalla, fija la mirada entre perpleja y retadora. Debe estar leyendo lo de ensayo emocional. Lo relee. Vamos a ficción, autores en castellano, me indica. Manuel Astur González (Grado, Asturias, 1980) ha publicado poesía (Y encima es mi cumpleaños, 2013), novela (Quince días para acabar con el mundo, principal de los libros), y colabora en revista de letras ymicro-revista.

“(…) tengo una relación amor-odio con mi tierra; me gusta el tiempo en el que me ha tocado vivir, pero no soy un talibán de la modernidad y el progreso; siento que estoy en un periodo de reflexión y cambio en mi vida, tal vez me hago viejo; en estos momentos estoy soltero; me gustan los autores románticos y los jardines abandonados y los árboles; soy un poco vanidoso y no puedo evitar pegar un golpe en la mesa cuando opino; pero no me gusta mi vanidad y trato de mantenerla a raya; tengo tendencia a confesarme, a desnudarme ante los demás, pero cada cierto tiempo necesito esconderme en una casa de aldea, en una cabaña en el bosque o en una ermita en la montaña; veo la vida como un viaje; me gusta la vida; me gusta escribir; tengo tendencia a ser grandilocuente pero me salva mi sentido del humor; os voy a hablar de mi vida para hablaros de España porque no conozco otro país y otra realidad que la que construyo en mi mente y de la que soy parte y ejemplo. Una España de la experiencia, mía, no de las ideas.” (página 24)

La librera medita, carraspea. Y apunta su dedo hacía la sección de ensayos literarios. En Seré un anciano hermoso en un gran país, Manuel Astur se sitúa frente a lo que ha de venirle desde la posición de quien va dejando atrás los estallidos emocionales y vitales propios de la juventud –los desplantes a la familia y a los cercanos, las drogas, las farras y los polvos salvajes, las salidas de plano y de tono- para ir afinando una voz, una continuidad, un estilo.

“Porque el Arte es lo único que puede llenar el enorme hueco dejado en nuestra alma por Dios cuando el progreso y su religión laica nos lo prohibió. Pero similar a una guitarra o a cualquier instrumento de cuerda, el Arte sin resonancia no es posible. El Arte sin resonancia es mudo. Y esa caja de resonancia que hace que el Arte sea escuchado y pueda dar a la humanidad cosas infinitamente más importantes  que el último iPhone, un coche híbrido o un apartamento en la playa, esa resonancia es la Personalidad de una época” (página 193)

Puños sobre las caderas, la mirada de la librera entra en modo cacería. Procesa, medita, intenta recordar y reclama la atención de los suyos. La plantilla entera inicia un minucioso rastreo de los estantes sensibles de ambas plantas. ¿Dónde ubicar este gran país con su hermoso anciano, al que Manuel Astur llama –sin traumas ni arrogancia, sin Estado ni incrustando un segundo de silencio entre sílaba y sílaba-, España?

La librera se palmea la frente y suelta por lo bajini: “a ver si va a ser que…” Su dedo apunta hacía Geriatría y, en efecto, allí descansa el único ejemplar que su mano extrae de la balda y me entrega satisfecha. Y leo: “Ruge la tormenta en su apogeo, retumban los cimientos, pero ya nunca se va la luz. El sistema eléctrico actual no falla, no vaya a ser que tengamos que separarnos de las pantallas y hablar los unos con los otros, mirándonos a los ojos.” (pág. 188) Y no puedo evitar pensar que para mí también sería un planazo ser un hermoso anciano en este gran país.

 

 



 

 

Seré un anciano hermoso...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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