Cantaba la vida el arrullo del éxito
Que otorga gloria, fama y más gloria,
respirando el aroma de una victoria
Que apenas comienza con un intento
Lo primero es el ansia, como el agua. Luego el vacío, de palabras, de sentimientos. Y, más tarde, ya atrapado, se sienten dolores infundados, tañidos sin campana, tal vez sombras sin luz que te llevan a noches de insomne luna, en una memoria malgastada que, sin control, entrega, cuando nada queda, el orgullo insulso y malhablado, que rinde pleitesía a la forma de un contenido que quedó atrás en la vida…
El hambre de gloria no perdona
A aquél que se cree satisfecho,
Pues de deseo y celo se ahíta
Sin disculpar la sana cordura
Religión de elogios y soberbias por doquier
Rezo diario de villanías y parodias
En una inconfesable y vana salmodia
De quiebros a una sinceridad ya por perder
Tras conseguir lo soñado, los logros se transforman en pesadas cargas de inconsolable ruina, rompiendo sueños y esperanzas no cumplidas, que agotaron los sueños que se soñaron, y que intentan respirar a bocanadas el aire que ya no alimenta…
Nada queda por ganar, cuando todo se tiene
Pues por desear se desea, sin fondo y sin alma
Y de nuevo se deja oír el amargo miserere
De culpas y afrentas que sólo una mano acomete
La propia, la que acaba en el brazo que la impulsa
Atada al inseguro cuerpo que se somete
Y al arrullo desmedido que solo el loco escucha
Al amparo de aquella gloria que confunde a todos
Colmada de lisonjas, de falsos modos
Que el sueño sueña y siempre oculta.