Solidaridad Social Compartida
Óscar Esteban
En cada región del mundo, tras las fronteras trazadas por cada nación, existe una solidaridad compartida con algunos países o naciones, producidas por un acto de justicia social del pueblo, más allá de las posiciones geopolíticas del Gobierno de turno que dicta los designios de dicho pueblo.
Dentro de nuestras fronteras existe ese sentimiento de culpa asociada a las simpatías o injusticias históricas sufridas por algunos pueblos o lugares del Planeta Tierra. Y entre esos lugares, podríamos nombrar- sin riesgo a equivocarnos- que Palestina, el pueblo Saharaui y Nepal gozan de nuestra simpatía social, que no digo, solidaridad proactiva o reactiva.
Palestina lleva años sufriendo el escarnio del ejército israelí contra la población civil amparándose en su derecho a la defensa. Podríamos hablar sobre el conflicto saharaui y los terrenos perdidos ante el absolutismo marroquí y la orfandad de los que fueron nuestros conciudadanos en tiempos pasados - solo mientras las colonias olían bien - para abandonarlos a su suerte , que no ha sido otra que vivir anclados y defenestrados en el desierto desde hace décadas.
De los gobiernos de acá y de encima de los Pirineos nada se ha sabido, ni cuando ha gobernado la derecha o los de más allá, nada. De nuevo, desierto.
Sobre el Tibet, volvemos a mostrar nuestra solidaridad compartida, nuestra justicia social con un pueblo que ha tenido que vivir la conquista por parte de China de sus territorios. De nuevo, la destrucción cultural, la diáspora inversa o la ocupación mediante la conquista por asimilación popular, sobretodo de la etnia han. Seis mil templos y lamasterios destruidos, como barrios enteros de Gaza, Cisjordania y, de nuevo, campos de refugiados, arrinconamiento de los derechos de los pueblos hechos prisioneros en casa.
En estos tristes días, el mundo muestra sus alas ante los seísmos que han agitado al pueblo nepalí, y como la Ayuda Internacional ha movilizado parte de sus anclajes para ayudar a este rincón del mundo.
Los Estados Unidos, Alemania, Francia y un sinfín de países han aprobado partidas humanitarias y humanas para ayudar en la tragedia, mientras se reúnen en el Consejo de Naciones Unidas para seguir martilleando en silencio la libertad de los nombrados pueblos.
Como las influencias económicas, lobbies de poder y la conveniencia geopolítica convierten a la Comunidad Internacional en rehenes de países como Turquía, Marruecos, China o Israel como secuestradores de las libertades armenias, saharauis, nepalíes o palestinas, respectivamente. Existen más, sin duda.
El tiempo corre inexorablemente a favor del opresor, del conquistador popular, del terrorista socializado, del escritor de los libros de Historia y, mientras tanto, las fronteras menguan, las poblaciones se extinguen, los templos son destruidos, reducidos a gravilla. De nuevo, desierto.
De nuevo, un puñado de arena, de unas aguas sumergidas por el olvido del mundo.
Y yo, debo ser parte de ese olvido, de esa pala llena de arena que entierra las pocas letras de un grito que llega inanimado. Que la Comunidad Internacional se ha encargado de estrangular, por esa falta de aire, de esa asfixia en forma de campamento, en forma de supervivencia, en posiblemente uno de los peores escenarios posibles. Del silencio occidental que aceptamos con aires de culpabilidad, por no poder actuar ante tanta función, y de hacer de ese silencio, nuestra actuación estelar.
Del olvido de todos nosotros, los que nacimos, los que asentimos y los que aún no habíamos sido ni concebidos, ni conocidos ni obedecidos por nuestros líderes. Esos líderes con pies de fango, de una arcilla incapaz de modelar ni una pequeña esperanza para esos pueblos.
De nuevo nada. Desierto.
Solo nos queda esa justicia social compartida, esa simpatía ante la injusticia histórica. Algo es algo, pero lo poco sigue siendo poco, y cuando el tiempo convierte lo poco en menos, lo menos es muerte y la muerte, inexorablemente se convierte en olvido.
De nuevo, desierto.