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ISSN 1989-4163

NUMERO 63 - MAYO 2015

TV is the New Black

Itziar Minguez

 

El espectador es inteligente, sabe lo que quiere y está preparado. Hacía falta superar los tres prejuicios fundacionales sobre los que se había construido la falsa idea de que la tele es una caja tonta que defeca 24 horas al día productos para un espectador también tonto, que no sabe lo que quiere y que además no está preparado para depende qué cosas.

Quienes, además de ser espectadores, estamos al otro lado, trabajando por y para el medio televisivo, hemos vivido una especie de esquizofrenia creativa donde nos debatíamos entre lo que realmente somos y lo que creemos ser; o peor aún acuciados por una bipolaridad creativa que abarca desde lo que deseamos hacer y lo que nos piden que hagamos. El resultado es obvio: una televisión tonta que cree encontrar en su público al espectador tonto, sin gusto y sin aptitud para consumir otra cosa que no sea lo que se le da porque al mismo tiempo se le presupone potencial consumidor de esa oferta. Pocas veces el ejemplo de la pescadilla que se muerde la cola ha encontrado un reflejo tan perfecto como en esta paradoja que se viene dando desde hace muchos años en el mundo de la televisión, concretamente, de la televisión que se hace en España.

Es muy fácil ahora lanzar piedras contra “Los Serrano” o “Médico de Familia”, productos que, aunque alejados de mi gusto, cumplieron una función en la ficción española: visibilizar la ficción que se hacía en este país, además de dar trabajo a muchos profesionales del medio. A nivel creativo han hecho mucho daño o, para ser más justos, se ha dado una especie de efecto dominó, contaminando todas las ficciones que se han llevado a cabo en la última década y media. La mala ejecución y puesta en práctica del género conocido como dramedia y la excesiva duración –setenta minutos- impuesta para cubrir todo el prime time, han hecho más daño a nuestra ficción que cualquier otro obstáculo con el que se hayan encontrado las productoras o las cadenas para sacar adelante sus productos. Podría decirse que nos hemos estado echando piedras sobre nuestro propio tejado por miedo a que la fórmula que funcionó hace años dejara a la ficción española huérfana de espectadores. El miedo ha durado demasiado tiempo pero ahora empieza a verse la luz al final de ese túnel. Otro de los tópicos que ha lastrado nuestra ficción (heredero directo del mal entendido concepto que encierra el término dramedy ) es esa necesidad de que nuestro retardado hasta el bostezo prime time incluyera entre sus exigencias el estar dirigido a todos los públicos, con el consiguiente tándem de: niño-abuelo. Más errores no se pueden cometer en tan poco tiempo.

Durante esta sequía de calidad en la producción propia, algunos nos hemos entretenido y gozado hasta el alborozo de las series que se hacen en EE.UU, donde la ficción ha encontrado el espacio, la forma y el fondo perfectos para desarrollar la mejor ficción que se está haciendo desde hace años. Quienes nos dedicamos a la tele nos desesperábamos al ver todo lo que se estaba haciendo en aquel lado del charco mientras aquí seguíamos atados, como espectadores y como profesionales, a la misma fórmula caduca que tan buenos resultados había dado desde tiempos de Médico de Familia.

Luego llegó el momento en que tímidamente empezó a proliferar una ficción en España que trataba de calcar los arquetipos de la que se realizaba en EE.UU. Series con profesiones vistosas: Periodistas, Hospital Central, Policías, El Comisario, etc… Fue un gran paso pero tuvo que luchar con el agravio comparativo de que las series aquí eran burdas y baratas copias de lo que se hacía en EE.UU. Otro error. Esa crítica siempre me ha parecido injusta y maniquea. El error fue comparar. No puede salir el mismo producto si el presupuesto no es el mismo. Y un capítulo de Urgencias salía por el mismo precio que una temporada completa de Hospital Central. Quiero reivindicar, en mi descargo, que yo nunca hice esa crítica. Disfruté mucho de esas series a pesar de que seguían lastradas, luchando contra algunos de los hándicap de los que ya adolecían las series blancas familiares antes mencionadas, pero no sería justo no admitir que había un salto cualitativo respecto a las primeras.

Por lo menos durante un tiempo hubo trabajo para todos: actores, guionistas, directores, iluminadores, etc… profesionales que teníamos dónde buscarnos las habichuelas. Y el espectador, mientras tanto, se iba familiarizando con los rostros conocidos de la pequeña pantalla y haciendo suyas las historias. Muchas de estas series batieron récords de audiencia y fueron sumando temporadas, con el público respaldando las cifras obtenidas y la calidad ofrecida.

Pero lo cierto es que la ficción española no terminaba de arrancar hasta que apareció en pantalla “Isabel”. La creación de los hermanos Olivares fue el principio (uno de ellos, Pablo, murió el pasado 20 noviembre pero la noticia de su irreparable pérdida fue eclipsada por la muerte de una “¿Grande?” de España, la Duquesa de Alba, en fin…). El arrojo, talento y poder visionario de los hermanos Olivares fue la piedra fundacional de esa frase que se escucha tanto últimamente: la ficción española está cambiando. Llegaron ellos con sus propuestas: Isabel, Víctor Ros, El Ministerio del Tiempo, para enseñarnos que otra ficción es posible. Con nuestros medios, con nuestra capacidad… ellos han hecho más que nadie por la ficción televisiva en España, no solo con su genio y su talento, que también, sobre todo con un sencillo acto de empatía y generosidad: han reivindicado al espectador. Han escrito para el espectador ideal: inteligente, con criterio, apto. Han desoído la absurda cantinela que nos querían vender: el espectador es tonto, igual que la tele y su oferta, que es tonta también.

El 20 de abril fue una fecha clave para que me haya decidido a hacer esta reflexión. Y es como consecuencia del estreno de Vis a Vis la nueva serie de Globomedia para Atresmedia. Con esta nueva ficción se afianza la tendencia anteriormente apuntada y, además esta vez viene de la mano de Globomedia, la productora que ha sido artífice y valedora de las pautas que han regido la ficción española de los últimos quince años. Globomedia ha entendido que tenía que soltar ese lastre y lo ha hecho apostando por una ficción de calidad pensada para un espectador también de calidad. Ni niños, ni perros, ni abuelos. Los abuelos también quieren ver buenas historias, un respeto. El resultado es un primer capítulo redondo como hace tiempo que no veía en la ficción española. 70 minutos (hay lastres que me temo no vamos a quitarnos de encima en mucho tiempo) de tensión elaborada con pulso de cirujano. Ni siquiera su mayor miedo, que la compararan con Orange Is The New Black -a mi juicio la mejor ficción que hay en la actualidad- le ha hecho daño. Calidad y excelencia, un producto bien hecho, que por romper ha roto hasta con el peaje que siguen pagando algunas ficciones también de calidad (El Príncipe, Velvet, Bajo Sospecha…) y es que parecen necesitar de parejas protagonistas que solo precisan dos cosas para pasar el casting: ser guapos y no vocalizar. Vamos a soltar ese lastre: Hugo, Blanca, Yon, Amaia, Hiba, Mario, Miguel Ángel, Paula etc… aprended a vocalizar y a actuar, vienen tiempos mejores en los que ya no solo queremos ver a chicos/as guapos/as luciendo palmito y defendiendo amores imposibles, hemos descubierto que nos gusta lo bueno, que nos cuenten historias. Ah. Y que nos respeten. Yo no soy tonto.

 

 

 

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