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ISSN 1989-4163

NUMERO 63 - MAYO 2015

La Sensatez del Dragón

Inés Matute

 

“El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo”

Jorge Luis Borges

23 de abril. Sant Jordi. El evento me pilla en Barcelona, donde a punto están de apilar best sellers en los atestados pasillos de la Boquería. Día del libro, de sol, rosas y dragones. Día de comprar lo que muchos ni se plantean adquirir el resto del año (flores o literatura), pero también de decir muchas memeces sobre el universo-libro. Lectores, editores, letraheridos, libreros, entrega del Premio Cervantes y ávido recuento de los ejemplares vendidos. Y sobre semejante catarata de cifras, opiniones y salidas de tono de diversos representantes de la República de las Letras, una voz bien documentada- una opinión de calidad, y no una boutade expresada en “tertulianés” de Tele5- pone los puntos sobre las íes. Me refiero a una columna de Sánchez Dragó publicada por El Mundo, un escritor con el que no siempre conecto pero que raramente me deja indiferente. “Cifras y letras” es el título de la misma; primer acierto.

Dragó -podría llamarle Sánchez, pero mejor homenajear a San Jorge- se cuestiona si toda esta fanfarria sirve para que la gente lea. Según él la respuesta es no, aunque, eso sí, sirve para que la gente adquiera mercancía literaria con cautela de mileurista. Piensa Dragó que muchos de estos libros no serán leídos, que se regalarán para quedar bien, que languidecerán en una estantería hasta que los herederos de su propietario se deshagan de él o bien que se depositarán en un banco del Retiro para regocijo de gorriones, lectores pobretones o listillos de la reventa con puesto en la Cuesta de Moyano.

Hace un par de meses el escritor publicó un libro incendiario que tuvo y tiene notable repercusión mediática. Lo tituló “La canción del Roldán”. En estos dos meses, el autor ha concedido decenas de entrevistas y ha intervenido en otras tantas presentaciones. No exentas de polémica, pues ya sabemos cómo se las gasta. Dragó se queja de que sus colegas, escritores como él, en lugar de indagar sobre las características de la obra sólo pregunten si “funciona”, es decir, si vende más o menos de lo esperado. Nuestro reivindicativo autor se apresura a responder que él escribe libros, y que venderlos es cosa del editor, del distribuidor y del librero. Si la cosa sale bien, prosigue, él se alegrará, porque ganará un dinerillo que le permitirá embarcarse sin estrecheces en la escritura de otro libro, que es lo que sabe hacer y lo que disfruta haciendo. Las tiradas y las reediciones no son cosa suya. A lo más que llega es a saber interpretar la liquidación de los ejemplares vendidos, una vez al año, allá por febrero.

¡Cuánta razón tiene! Pero, por alguna inexplicable razón, hay editores- muchos de los independientes, no tanto las grandes editoriales (sus apuestas millonarias lo abarcan todo), pretenden que además de escribir la obra, la promociones en las redes, la pasees por España cada vez que viajas, provoques a los periodistas amigos, produzcas un book trailer que ipso facto colgarás en tu Facebook, que invites a copas a tus lectores y… que hagas su trabajo por ellos, argumentando que el principal interesado en que la obra funcione eres tú, y que por lo tanto todo el proceso (producción y posterior comercialización, seas o no un buen comercial) es cosa tuya. En el colmo de la desfachatez, en ocasiones ni siquiera verás un euro después de tanto esfuerzo. Señores: para semejante business, mejor autoeditarse y no compartir méritos. ¡Que les engorde el catálogo editorial su tía!

Pero volvamos a Sant Jordi. Me encanta el ambiente verbenero de las calles y me encanta que la gente compre libros con la menor excusa. Y, ya puestos, rosas y bombones. Lo que ya no me convence es que me digan cuándo tengo que hacerlo, sobre todo si quien me lo propone promociona el analfabetismo funcional desde los medios. De hecho, jamás pongo un pie en una galería en La Nit de l'art ni me cargo de libros por San Jorge. Yo consumo cultura a diario, que en este caso coincide con la frase “cuando me da la gana”, y no funciono a golpe de pito. ¿Un par de ejemplos ilustrativos? Me encantan las fresas, pero si tuviera que comerlas por narices el último miércoles de cada mes me negaría en redondo. Me enloquece el color verde, pero si me obligasen a ir por la vida vestida de acelga, optaría por el violeta, por el mero placer de llevar la contraria. ¿Rebeldía? Seguramente. Pero bastante nos manipulan ya en otros ámbitos como para encima seguirles la corriente con estas cosas. El marketing para quienes viven de ello, y no para los espíritus libres. Los espíritus libres, como la oposición en las cortes, están para cuestionarlo todo y para llevar la contraria. ¿O no?

 

 

 

Dragó

 

 

 

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