Algunas Notas a Propósito de Interpretar la Luz
Edgard Cardoza
poesía reunida de Benjamín Valdivia
I
Con un catálogo de más treinta libros en todos los géneros, Benjamín Valdivia decide hacer un corte de caja en lo que corresponde a su género predilecto, la poesía. Interpretar la luz (Editorial Instituto Cultural de Aguascalientes, México, 2010) contiene diecinueve libros publicados entre los años 1983 y 2005. Poesía diáfana, libre de artificios, de oído virtuoso, desde la A del anudado trapo de la noche, verso que inaugura el libro (exceptuando la cita inicial), hasta la Zeta sonorísima de la melodía inalcanzable que concluye esta reunión. Intuitivamente, entre guitarras de sal y vasijas derramadas, con un epígrafe de Neruda pegado al horizonte, el río de palabras ha sido echado a andar, y el nudo de aquel primer verso juvenil irá en pos de la certeza –que no podrá adquirirse sino después de los muchos años recorridos— de que el poema es constancia y paso que alguna vez estará muy cerca de ser domesticado, pero la melodía de melodías, la “poesía” en su sentido más cierto, irremediablemente se fugará en el instante justo en que se haya considerado a punto de ser aprehendida. Y en ese breve lapso, el juego del perseguidor perseguido por el eco de su silbo vital, se ha convertido ya en una adicción. El poeta deberá seguir a la caza de ritmos, de presencias intangibles, de verdades quebradizas, a sabiendas de que en la última letra el poema se ha mudado ya al primer recuadro del siguiente: se podrá poseer el libro, pero nunca la poesía, como apunta el limeño Adolfo Westphalen. El poeta es solo intérprete, lenguaraz de los destellos de la luz. Un naciente perpetuo que en cada poema se reinventa conceptualmente, se corrige, se vuelve a dar a luz desde sus imaginarias y repetidas gestaciones. Después de cada intento de asir el infinito en un apretado número de líneas sin lograrlo, con pretensión de dios, lo único que queda es sumar versos, corpúsculos de arena para engrosar el insondable libro que nos contiene a todos, según la propuesta de Borges. La insípida ganancia consiste en que al final del día, después de haber vaciado los bolsillos de nuestras emociones, hemos de alguna forma conectado nuestra alma con el alma del otro.
II
Conocí a Benjamín Valdivia en el año 1988 durante un encuentro estatal de talleres literarios convocado por el CREA, en la ciudad de Guanajuato (México). De esa convivencia surge a manera de memoria una publicación colectiva de poetas y narradores –muy artesanal– denominada “Guanajuato luz y pluma”. Ahí aparecen publicados (la mayoría por primera ocasión en libro) los autores que hoy en día son la punta de lanza de las letras guanajuatenses. Recuerdo también que en ese encuentro la actriz Nuria Bages (la invitada de lujo) leyó de manera magnífica algunos poemas de aquellos incipientes autores. Desde entonces admiro, además de su poesía, la sencillez y el sentido humanitario de Valdivia: su corazón es una enorme casa , y con muy pocas excepciones todos caben en él. Se esfuerza realmente por entender a sus congéneres. Siempre tiene a mano una frase cordial, algún comentario inteligente aún para el más insignificante de los gestos de sus interlocutores.
III
Interpretar la luz, es también un libro que conmemora fechas importantes en la vida del autor, rescato las más obvias: sus primeros cincuenta años de vida (1960 – 2010), así como los veinticinco años de su primera publicación nacional en el género poético (El juego del tiempo, SEP / CREA, México, 1985). Sabiendo de la metodicidad de Benjamín Valdivia, seguramente los tiempos de publicación para esta corpulenta reunión de poemas (casi quinientas páginas) fueron previstos minuciosamente para hacer que estas y otras fechas significativas (literarias o no) coincidieran en una misma fiesta. Y es que según Valdivia, experto en letras y en filosofía, la numerología importa: el número es la sombra objetiva del verbo. La cifra cuenta: nos designa, pero sobre todo nos designia.
IV
Los epígrafes son a veces personajes etéreos que danzan graciosamente entre las líneas del poema, y cuando este concluye te hacen una caravana o una señal de asentimiento y te dicen: “Bien, amigo, lo lograste. Nos vemos otro día”. En otras ocasiones son sombras bienhechoras que te acompañan a la primera línea, a la puerta de entrada del poema, te palmean la espalda, sonríen y se van, para no volver más. Otras, son señores o señoras adustas que se aplastan gruñonas al centro de tu página y al fin de cada verso te pelan las encías chimuelas y mueven la cabeza, como diciéndote: “así no va, muchacho, así no va”. La mayoría de las veces son amigos queridísimos que te acompañan dentro y fuera del poema, los invoques o no, pues todos los poetas cargamos en la memoria con un buen número de biografías, frases, estrofas o hasta poemas completos, en los que de cierta forma nos sentimos reflejados.
En el libro de Valdivia, a las tres primeras categorías pertenecen Neruda, José Lezama Lima, Ledo Ivo. Pero uno de esos amigos entrañables que acompañan a Benjamín Valdivia (en este caso alumbrándolo con los faros de luz negra que Villaurrutia le asignó a su propia obra) a través de todo Interpretar la luz y en otros libros, es un señor francés que se firmó Gérard de Nerval y que apareció una tarde colgando de un puente con el sombrero puesto.
V
Una característica a destacar del conjunto Interpretar la luz, es su unidad rítmica. Ninguna sílaba salta al vacío, ningún verso traiciona la música interior y anterior de otros textos, el tono particular de su emisor. No sucede en la provocación verbal a lo Huidobro del poema inicial (escrito a los diecinueve años) del libro uno, Esta redonda palabra:
al grieta y la sable suspendiéndose en espasmo
y en grito que se agota.
Subimos al catacímbalo
como la percusión anudándose a su debido centro...
Tampoco ocurre en la asunción de riesgos del poeta ya maduro (libro dieciocho, Inscripciones en la piedra) a través de la combinación de verso y versículo:
sobre nosotros está el cielo
y la paz del tiempo que vuela como el pájaro primero en las aguas de la noche
¿pero que hay más allá del cielo en la habitación inabarcable que también está encima de nosotros?...
El equilibrio rítmico así mismo se ha mantenido en el resto del libro, surcado en su mayor parte por el verso corto (libro siete, Interpretar la luz):
Son dos cuerpos de sombra
que en el alba
volverán a ser vistos
como árboles.
El tono es ritmo esencialmente, la forma en que el poeta respira en el poema. El tono es el poeta, se dice. Cuando se comenta que un poeta deambula todavía en busca de su voz, significa que aún no encuentra su particular forma de respirar, de decir en el poema. El conjunto de libros reunidos bajo el título Interpretar la luz nos habla de un poeta que supo desde el principio, a los diecinueve años, reconocer su voz. El principal atributo de este libro es precisamente que dice las cosas con una voz, un tono, que no se parecen a ningún otro. Benjamín Valdivia cumple cabalmente en esta serie de libros reunidos, con el quizá más oportuno precepto de Vicente Huidobro con respecto a la poesía: que el poeta debe decir las cosas como no pudieran haber sido dichas sin él .