Esplendor en la Hierba
Cayetano Esparafucille
Ella nunca quiso que viéramos esa película juntos. No es algo de lo que me diera cuenta previamente. Me di cuenta después de todo lo que me dio que pensar. Recuerdo que más de una vez quise verla y ella, que me reconoció que la había visto ya, me dijo que no, que no era una película muy buena o que no era el momento. Excusas.
Pero aquella noche estaba decidido. La habían anunciado y ni siquiera se lo comenté para que no me fastidiara el plan. Apuré el tiempo para cogerla a bocajarro como en otras ocasiones.
Para cuando salió del cuarto de baño ya había abierto el sofá cama y me encontraba acomodado entre almohadas, dispuesto a verla. Ella salió del baño sonriente.
-¿Tenemos peli?
-Sí.
-¿Cuál? ¿Cómo se llama?
El título le hizo cambiar la cara.
-¿No podríamos ver otra?
-Si quiero hacer crítica cinematográfica será necesario que revise al mejor Kazan, ¿No te parece?
-Si quieres ver al mejor Kazan tienes que revisar primero “El compromiso”
-Ya me entiendes… es un hueco que quiero llenar…
-Qué pesadito eres…
-Voy a empezar a pensar que tienes algo contra esta película.
Lo dije sin pensar, como sin querer, pero ella cambió la cara, torció el labio, algo que pasé por alto en ese momento pero que quedó grabado en mi memoria y que, después de todo aquello, apareció en mi mente como todo lo relacionado siempre con aquella película, aquel título, aquel actor… y es que ella siempre se había mostrado igual ante esta película: rara.
Pero en aquel momento no lo reconocía, ya digo, lo pasaba por alto o no lo quería reconocer porque mi empeño por verla también podría estar relacionado con que ella hubiera puesto siempre trabas con la maldita película, con el maldito actor o quienquiera que se le pareciera.
-De acuerdo. Pero si me quedo dormida no te sorprendas.
Se acostó de mala gana y la película se desarrolló más allá de lo que hubiera esperado. Era una gran película. Ella no dijo esta boca es mía. Se había acurrucado en mi regazo y su cabeza estaba apoyada en mi muslo, siempre nos colocábamos así.
Casi al final la escuché susurrar: “Ella aún lo quiere”. No dije nada y seguimos viendo la película.
Cuando terminó se levantó sin hacer ruido y se colocó en su lado del sofá cama. Me di cuenta de que mi pijama, a la altura del muslo, estaba mojado. Eran lágrimas…
-¿Crees que ella aún lo quiere? –pregunté distraídamente tocando la señal de lágrimas en mi muslo.
-No. Son muy distintos. Él es un simple.
-Pero antes escuché como decías que lo quería.
Entonces se dio la vuelta con la cara demacrada por el llanto, llorando todavía y me gritó, sin poder hacer yo nada más que escucharla:
-¡Sí, joder! ¿No te enteras? ¡Todavía lo quiere!