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ISSN 1989-4163

NUMERO 63 - MAYO 2015

El Rasto Brillante del Caracol

Care Santos

Autora: Gemma Lienas. Destino, Barcelona, 2014. 352 pp. 14,96 €

 

El escritor Emili Teixidor solía decir que "literatura para jóvenes es aquella que también pueden leer los jóvenes". No es éste lugar para enredarse a definir qué cosa es literatura para jóvenes (soy de la opinión de que la etiqueta sólo tiene sentido desde un punto de vista comercial), pero sí lo es para recomendar la lectura de esta novela a cualquiera que tenga más de doce años. Los más jóvenes encontrarán en ella emociones, risas, identificación con los personajes principales, momentos de ternura, momentos de escándalo y de rabia. Los adultos encontrarán todo eso y, además, quedarán seducidos por la manera de narrar de una autora que pone las cosas fáciles a sus lectores a pesar de no elegir temas ni tramas fáciles.  Gemma Lienas tiene -y se le notan- muchas horas de vuelo. Es capaz de adentrarse con naturalidad en un terreno que parece parcela reservada a los más jóvenes: las comunicaciones virtuales, los juegos de videoconsola, los hackers informáticos, las prácticas de los enfermos de la red. Al mismo tiempo, demuestra conocer muy bien a sus lectores más jóvenes: sabe qué contarles, cómo, con qué lenguaje, con qué ritmo, desde qué punto de vista. No elige asuntos sencillos, ni manidos, no da lecciones, no escatima información. Mantiene una postura beligerante con los aspectos de la sociedad que merecen ese esfuerzo (en el fondo, todo eso es una prolongación de sí misma: cualquiera que la siga en redes sociales se dará cuenta). Trata a sus lectores -a todos, tengan la edad que tengan- como a seres pensantes. Su historia desborda sabiduría vital, pero también emoción. Y, lo más importante, es una novela estupenda, más allá de toda etiqueta.  Reconozco que una de las cosas que más me gustan de las novelas de Lienas  son los personajes. Son complejos como seres humanos, están llenos de recovecos, de dudas, de contradicciones. Tengo a menudo la sensación de que las tramas en las que intervienen están construidas a partir de ellos, y que ésa es una de las razones de su deliciosa complejidad. Sam, el protagonista adolescente de esta historia, se compara con un caracol porque sus movimientos son lentos, porque en su relación con los demás a menudo va un paso por detrás. Sin embargo, posee una capacidad increíble para las matemáticas, es un experto informático y suele fijarse en detalles que pasan inadvertidos a la mayoría de personas. Todo ello son rasgos que caracterizan el síndrome de Asperger, una patología psicológica y conductual que se enmarca en el espectro autista. Sam también tiene una hermana que le ayuda a interpretar a sus complicados semejantes y un grupo de amigos virtuales. Por su parte, Martina, la otra protagonista, es una gimnasta de 14 años, menuda y de gran personalidad. Tiene un perro, una amiga y una madre con quien no termina de entenderse. Chico conoce chica: sólo esta parte de la historia ya habría justificado su lectura. Los personajes son absolutamente verosímiles y los diálogos entre ambos desbordan ternura y sentido del humor. No exagero al decir que se trata de una de las historias de amor más divertidas y emocionantes que he leído en los últimos años. Aunque en el reverso de la historia está el tercero en discordia. Un pederasta que trabaja con meticulosidad y cabeza fría, con la vista puesta en un solo objetivo: Martina. Sorprende -y escandaliza- la pormenorizada descripción de sus procedimientos, su método de trabajo. Sabemos poco de él, salvo que existe en realidad y que a menudo está más cerca de lo que pensamos. Esta parte de la trama da un vuelco al argumento: ya no es una historia de amor, sino una novela negra lo que nos traemos entre manos. Muy negra. Habrá investigación, héroe, tensión y momentos de pánico. Todo bien mesurado, bien conducido. Se nos da información que desconocíamos a pesar de que el asunto forma parte de nuestra actualidad con frecuencia. Al terminar la lectura, el asunto continúa martilleando. Este es uno de esos libros que una vez cerrados continúa haciendo su trabajo, que no es otro que el de seducirnos, emocionarnos, invitarnos a pensar. Convertirnos un poquito en alguien diferente a quien éramos antes de comenzarlo.

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