Señor X
Paco Piquer
Como cada día el señor X desconecta el despertador ante de que suene y le sobresalte su horrible chirrido. Hace ya rato que está despierto. El señor X se despierta a las seis cuarenta y cinco. Sabe que le sobra un cuarto de hora antes de levantarse, y le agrada acurrucarse sobre sí mismo y apurar ese tiempo extra de descanso ficticio que, como casi cada día, no llega a disfrutar. ¡Ah! ¡¡La próstata y la urgencia consiguiente!!
Como cada día el señor X realiza sus abluciones matinales con un orden exquisito. Se lava bien las manos con agua tibia y jabón. Se cepilla los dientes con agua fría y dentífrico. Se afeita cuidadosamente con agua caliente, con la que empapa una y otra vez su cara – leyó una vez en algún sitio que el secreto de un buen afeitado es un buen remojado. - Extiende la crema sobre su rostro – atención al fino bigote – y con una brocha de suave pelo de tejón – regalo de un sobrino – se enjabona con lentos movimientos circulares de su mano derecha. A continuación se rasura hábilmente con una maquinilla de quíntuple hoja y cabezal basculante - última tecnología – que maneja suave, pero con firmeza, con trazos seguros. Podría realizar esta operación con los ojos cerrados. La cuchilla describe siempre idénticos recorridos, desplazándose en las mismas direcciones y trazando similares curvas, moviéndose por su piel como por caminos preestablecidos. Un ligero apurado y de nuevo, abundante agua caliente para despojarse de los restos de jabón.
Una mirada de refilón al reloj le confirma que no tiene porqué acelerar. El tiempo es suficiente para tomar esa ducha reparadora que acabará de librarle de los últimos vestigios de sueño. Se seca concienzudamente, se aplica desodorante y aquella colonia tan inconfundible que utiliza desde hace años. Ante el armario, ordenado como todo en la casa, inicia el ritual de escoger sus vestidos para el día. Hoy tendrá un día tranquilo en la oficina, y no debe recibir visitas de importancia, por lo que puede optar por algo más de sport. “Casual” como se dice ahora. Se decide por un pantalón gris y una suave chaqueta de “tweed” marrón claro, una camisa crema con corbata a juego y los zapatos y los calcetines marrones, por supuesto. Tiene buen gusto. Y lo sabe. Siempre viste perfectamente coordinado. Nada se deja al azar o a la improvisación. Sabe también que su imagen de hombre pulcro y ordenado “vende” y ese cargo al que aspira en la empresa está cerca ya: “El año que viene, si Dios quiere”.
Es un hombre que ha luchado por una posición sin apenas medios y considera que ha llegado casi al escalón más alto en la empresa en la que trabaja hace ya más de veinte años. Al contrario de otros compañeros, no se ha creado enemigos, sencillamente porque no se ha dedicado al codazo y la zancadilla. Ha obviado siempre el rumor y la crítica y ha sabido aguardar pacientemente sus oportunidades. Sus superiores le consideran por ello un perfecto hombre de empresa y le han otorgado toda su confianza. Pronto llegará la recompensa para el señor X.
Es el señor X, sin embargo, un hombre solitario. No ha tenido mucha suerte con las mujeres, cosa que no le preocupa en exceso, porque ha desarrollado un cierto sentido de egoísmo, y piensa lo difícil que resultaría convivir con un hombre como él, ordenado hasta la exageración e independiente en grado superlativo. Así pues se considera un hombre feliz, que sabe lo que quiere y al que la vida le ha regalado, no sin esfuerzo por su parte, un estatus al que no confiaba llegar nunca.
Así pues, acicalado, perfumado y con su permanente aire de triunfador, el señor X se dirige como cualquier otro día hacia su trabajo, hacia su oficina, sin prisa, sereno, conduciendo su automóvil.
El señor X saluda alegremente, a su secretaria, una mujer ya entrada en años – una institución en la casa - que le pone al día de sus citas para la jornada. Sólo un imprevisto: el jefe de contaduría se ha puesto enfermo y él tendrá que encargarse, a última hora, de coordinar la entrega de efectivo a la empresa de seguridad que recoge a diario la recaudación.
El señor X sabe que esto supone una prueba más de confianza, pero – piensa mientras guarda en un cajón de su escritorio la llave de la caja fuerte que le entrega la mujer – sabe también que esta operación le retendrá algún tiempo más en la oficina. Todos se habrán marchado ya a esa hora y el retraso en salir alterará levemente sus planes. Había pensado ir al cine al salir del trabajo.
La jornada transcurre con placidez. Es viernes y ese día de la semana produce un cierto relajo en personas y asuntos y los temas más importantes se aparcan hasta el lunes próximo.
Cuando los empleados comienzan a marcharse, el director se acerca a su despacho para desearle un buen fin de semana y agradecerle la sustitución que se ha brindado a realizar. De pasada le recuerda sutilmente el ascenso que está próximo a producirse. – El año que viene si Dios quiere –piensa de nuevo el señor X.
Cuando se queda solo en la oficina, el señor X recoge sus papeles y documentos – siempre tan ordenado – cierra los cajones de su mesa y con la llave de la caja fuerte en la mano se dirige a las dependencias de contaduría para preparar con tiempo la entrega.
El señor X está dentro de la cámara acorazada. Al margen de las sacas que debe entregar, preparadas en un estante junto a sus documentos, dentro de la enorme caja fuerte hay gran cantidad de dinero. Nunca en su vida había visto tanto dinero junto. Perfectos montones de billetes se alinean en los anaqueles. Dinero. Dinero por todas partes. El señor X está apunto de marearse, impresionado por el espectáculo. Hace calor allí dentro y suda copiosamente. Se afloja el nudo de la corbata y se sienta en una silla, tratando de recuperarse. La sensación de náuseas aumenta por momentos. Se encuentra realmente mal. Teme desmayarse, sufrir un vahído.
El señor X recupera la consciencia. La fuerte luz que entra por la ventana ciega sus ojos cuando intenta abrirlos. Tose. Carraspea. Le duele la cabeza. Tiene la boca reseca. Está en una cama y un peso sobre sus piernas le impide moverse. Con trabajo logra incorporarse y averiguar que sucede. Es el cuerpo desnudo de una mujer lo que, sobre sus piernas, atenaza sus movimientos. No sabe dónde está. No recuerda nada. La mujer duerme profundamente. No sabe quien es. Consigue escapar del peso del cuerpo y se pone en pié, titubeante, también desnudo. Una mirada por la habitación le descubre un desorden total. La cama está revuelta, no queda nada en su sitio, las almohadas están en el suelo, junto a un montón de ropas femeninas. No localiza las suyas. Trata de cubrirla con una sábana. La desconocida, joven y hermosa, se mueve y, sin despertarse, cambia de posición, descubriendo su cuerpo. Sus piernas entreabiertas muestran su sexo como una mancha oscura que resalta en su pálida desnudez. El señor X, azorado, evita mirar y se sienta en una butaca junto a la cama y trata de recordar. Botellas vacías sobre la mesita de noche parecen aproximarle, confirmarle, su estado. Su resaca.
Encontró a la muchacha en un burdel de poca monta de las afueras. Sentía el poder del dinero que había tomado de la caja fuerte. La prostituta pactó el servicio sin preguntar. Su aspecto era el de un “tío” de confianza. No hubiera podido imaginar las vejaciones a que iba a someterla aquel hombre de aspecto pulcro y aseado.
El señor X no da crédito a cuanto ve y siente. Él. Un hombre recto, educado, nunca podía haber participado en semejante bacanal. Se levanta y va hacia el armario, que abre. En su interior sus ropas perfectamente colgadas y ordenadas. Como siempre. Y un maletín que reconoce. Que no le pertenece. Al abrirlo, gran cantidad de billetes se desparraman por el suelo. Dinero. Mucho dinero. Sólo falta la parte que ha utilizado en pagar aquella orgía.
En ese momento el señor X cree percibir un sonido que parece surgir de ultratumba. El sonido se repite una y otra vez. El señor X despierta al fin. Tambaleándose de acerca al teléfono que cuelga en la pared y responde con voz pastosa. Los empleados de la compañía de seguridad han llegado para hacerse cargo de la recaudación. El señor X, casi sin poder mantenerse en pie, realiza mecánicamente los trámites. Cierra la caja fuerte, se despide de los vigilantes y regresa a su casa. Esa noche no concilia el sueño.
Como cada día el señor X realiza sus abluciones matinales con un orden exquisito. O lo intenta. Desde anoche la mirada que le devuelve el espejo no es la del hombre feliz y seguro de si mismo que acostumbraba a ver reflejada cada mañana. Duda de si “aquello” ha ocurrido. O si fue un sueño. Especialmente cuando, como cada día, abre el ordenado armario e inicia el ritual de escoger los vestidos para la jornada y encuentra dentro del mismo aquel maletín que reconoce. Pero que no le pertenece.