Tres Ángulos de una Escena
Luis Amézaga
En cuanto ese cabrón mala sombra se encaramó a la escalera para cambiar la bombilla del rellano del cuarto piso en el que nos odiamos a diario, supe lo que tenía que hacer: lanzar una patada a su único soporte y en la caída ayudarle con un empujón hacia los peldaños de granito que le llevaran hasta el tercer piso, no sin antes desnucarse.
Cuando estuve subido a la escalera para cambiar la bombilla del rellano, percibí en ella esos ojos en permanente combustión, con los que solía regalarme reproches silenciosos cada vez más a menudo, esa sinopsis del drama que estaba urdiendo para colocarme en el papel de víctima. Parecía que había ido llenando su recipiente de ira durante años y ya era hora de desalojarlo. Maldita bruja. Pateó la escalera portátil y me empujó hacia los peldaños que impenetrables a mi cabeza le ayudaron a rematar su plan.
Cuando llegué, después de recibir la llamada excitada de un vecino, me encontré al perjudicado con los miembros en distribución anárquica y la cabeza chorreando una sangre muy oscura. Su mujer no disfrazó los hechos y asumió de inmediato el homicidio, aunque matizó que la premeditación fue de apenas unos segundos antes de consumar el acto.
En el mundo hay tres tipos de personas: los que hacen la Historia, los que la sufren, y aquellos que la cuentan.
Vale, de acuerdo, también están los emoticonos, pero eso lo dejaremos para otro día.