Simplificar el Mapa para Ahorrar
Juan Luis Calbarro
Cuando en UPyD proponemos la fusión de municipios, tal vez algunos no nos entienden, pero seguro que hay otros que no nos quieren entender. Algunos critican la idea porque “nuestros municipios forman parte de nuestra identidad”; los peor intencionados cultivan esa idea apocalíptica de la desaparición de sus pueblos, sugiriendo tal vez una soviética deportación en masa de sus habitantes a nuevos centros de población de diseño y la voladura de sus viejas iglesias… Pero nada más lejos de la realidad.
En realidad, fusionar municipios no cambiaría nada en el día a día de sus habitantes, salvo por el hecho de que recibirían mejores servicios a mejor precio. Las diferentes localidades seguirían existiendo como a día de hoy, los dimonis seguirían regresando cada año del subsuelo la víspera de Sant Antoni, las fiestas patronales continuarían cayendo en los mismos días que hasta ahora y los mozos, año tras año, cortejarían a las mozas en los mismos lugares y a la luz de la misma luna… La identidad , el gran pretexto que los más retrógrados esgrimen para que nada cambie, no depende de cosas tan prosaicas como en qué local nos extienden los certificados de empadronamiento o qué funcionario gestiona nuestras tasas.
Una medida que ha sido tomada en gran parte de Europa ya hace muchas décadas no puede ir tan desencaminada. El mapa de los municipios españoles fue diseñado en el siglo XIX, basándose en la distribución parroquial de la época, y desde entonces, pese a las enormes transformaciones que lógicamente se han sucedido a lo largo de dos siglos en el terreno urbanístico y demográfico, apenas ha variado. Solo hay excepciones en dos sentidos: para subdividir municipios que ya eran pequeños en municipios diminutos, con el único fin de favorecer el caciquismo local; y, en el buen sentido, para fusionar entidades locales aledañas a grandes capitales para dotar a sus habitantes de servicios y transportes dignos, equiparables a los de sus vecinos -es el caso, desde los años 50, de antiguos municipios como Canillas, Fuencarral, Hortaleza o Barajas, hoy felizmente integrados en Madrid con un sobresaliente incremento de su calidad de vida.
Eso que algunos llaman identidad , pero que a veces no es más que inmovilismo, no puede ser utilizado para mantener transportes más caros, servicios de recogida de basura ineficientes o ayuntamientos inoperantes. Que pretendamos hacer servir la misma estructura administrativa -el municipio- para núcleos poblacionales que apenas alcanzan unos centenares de habitantes y para otros que superan el millón de almas no tiene ninguna explicación práctica. La prueba de que nuestros actuales micromunicipios no son suficientes es que llevamos décadas ensayando -infructuosamente, dada la cortedad de miras y el sectarismo de algunos políticos locales- el parche de las mancomunidades, sumando una administración más -y no elegida democráticamente- a las ya existentes, con el consiguiente gasto, y dejando su funcionamiento al albur de la voluntad coyuntural de acuerdo de unos y otros. Estudios solventes establecen -salvando particularidades especiales justificables por la demografía, la geografía física, los transportes, etc.- que el tamaño idóneo para un pequeño municipio en España gira en torno a los 20.000 habitantes. Reducir el número de municipios de acuerdo con ese criterio y mediante la fusión de los más próximos y compatibles, con la disminución del gasto corriente, las economías de escala y las mejoras en la gestión que llevaría aparejadas, supondría un ahorro anual de nada menos que 16.000 millones de euros, que podrían ser invertidos en una gestión racional de las infraestructuras.
Ninguna identidad resulta menoscabada por el ahorro de 16.000 millones, aunque así pretendan hacérnoslo creer algunos que seguramente sí se verían desalojados de una administración local más racional. Y por esto no querrán pasar los partidos viejos, aun a costa de perpetuar un mapa local excéntrico en términos europeos y perfectamente dañino para los intereses de los administrados.