Poca Vergüenza, Dios
Inés Matute
El personaje político más antipático y borde de los últimos años ha abierto la boca, una vez más, para soltar una perla que le hace aún más odioso. Aznar, en las páginas de El País Semanal, ha realizado esta sorprendente declaración: “Me cuesta mucho ganarme honradamente la vida”. La frase tiene al menos dos interpretaciones, pero voy a tirar por la más obvia; le costaría muy poco ganársela sin el atributo de la honradez. Casi casi como al resto de los mortales, oiga. Pero la cosa, viniendo de quien viene, roza la obscenidad sabiendo que hay millones de españoles incapaces de ganársela por desesperados que sean los esfuerzos por hacerlo. Dado que el señor Aznar ha multiplicado por veinte sus ingresos desde que abandonó la Moncloa, no creemos que tenga las alubias contadas ni los Rolex depositados en la casa de empeño, precisamente.
Sabiendo que ha reunido un patrimonio de más de dos millones y medio de euros (declarados, que por declarar, ni se sabe), que cobra no menos de 200.000 euros por asesoría- entre otros, asesora a Endesa y a Murdoch-, que cobra 40.000 machacantes por conferencia (y suponemos que se las escriben, faltaría más) y que gana 75.000 euros anuales por la Ex-presidencia… ¡Nos toca las narices su desfachatez a la hora de hacerse el pobre! Es verdad que Felipe Gonzalez también tiene que ganarse la vida con complementos de oro y privilegios para los que no encuentro adjetivo- Zapatero, otro que tal baila, se la solucionó colocándose como miembro vitalicio del Consejo de Estado- asesorando a alguna empresa (Gas Natural) y haciendo bolos aquí y allá, pero al menos no va por la vida jactándose de lo dura que es la idem de consejero millonario. Se ve que algo de pudor le queda.
Supongo que nuestros “pobres políticos” siguen el ejemplo de nuestros banqueros, - y lo suyo es pillaje puro y duro- que tampoco se cortan un pelo a la hora de lamentarse. Miguel Martín, por ejemplo, que es el presidente saliente de la AEB, dijo hace no tanto que “Con el negocio bancario, a día de hoy, ya no se gana dinero”. Pues hijo, que venga Dios y lo vea. Por lo que venimos observando, cuando hay ganancias os las repartís y cuando hay pérdidas (derivadas de vuestra catastrófica gestión o de estafas suciamente urdidas) se os rescata.
Como veis, los ricos también lloran. Pero, por desgracia, sus lágrimas se parecen demasiado a los diamantes.