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ISSN 1989-4163

NUMERO 53 - MAYO 2014

El Sodomita

Cayetano Esparafucille

Supongo que todo escritor tiene alguna historia dolorosa de las que le llevaron en algún momento al límite de cambiar su profesión por otra. Esa fina línea que separa el que uno es del que podría haber sido.

Esta es una de las muchas que alumbran mi autobiografía. Y tiene que ver precisamente con la verdad; esa verdad que decía Vladimir Nabokov que un escritor inteligente nunca desvelaría a no ser que fuera tonto.

Me encontraba en mi furiosa adolescencia cuando se me ocurrió escribir una novela por la sencilla razón de que me embargaba un miedo: una cosa es decir que uno es escritor y otra muy distinta serlo; así que se me arrugó la frente y me puse manos a la obra.

Por aquel entonces había sido vapuleado por la lectura de un cuento de Hermann Hesse: “Mes de Julio” y de una novela: “Ada o el Ardor”, algo de lo que todavía hoy no me he recuperado. Cuando se me ha ocurrido sacar mi novelita, la que escribí hace un siglo, de la caja polvorienta donde se encuentra enclaustrada y pútrida, me he fijado con un solo vistazo que apesta a mezcla o plagio de las dos citadas obras. En fin, una historia en la que un joven prisionero de si mismo entabla relaciones con una joven que lo colma y calma físicamente (aquello era más un deseo propio que una ficción, creo recordar) y un enamoramiento de su prima así como platónico (ficción). Pobre Hermann. Pobre Vladimiro.

Recuerdo que para escribirla había estado tomando notas, como Trigorin, porque también leí a Chejov, de las conversaciones que conseguía robar y de lo que escuchaba por ahí. Esta práctica se me ha quedado obsoleta y mucho tuvo que ver lo que me ocurrió con la conversación que decidí incluir en mi novelita.

Dios sabe que intenté hacerlo poético y sensible. Las frases llenas de perfumes me brotaban a borbotones pero, ay, aquí esta el quid de la cuestión, introduje esa conversación íntima que alguien me contó y de la que tomé nota en mi libretita, un diálogo escueto que ocupaba una millonésima parte de toda la novela, una escena, ay, subida de tono en la que un personaje femenino decía algo así (me acuerdo perfectamente de lo que escribí pero no voy a volver a hacerlo y me hago el loco) como que deseaba practicar el coito anal, pero en imperativo.

Una novelita, unas influencias descaradas, un pecado en forma de diálogo robado y mi adolescencia. Queda enmarcado el desastre.

El paso siguiente, después de meses de trabajo relecturas repasos y alcanzar un estado en el que mis propias frases bailaban en una danza indescifrable, fue hacer varias copias que llevé a encuadernar a una papelería. Recuerdo que me sorprendió que el dependiente de la papelería no me dijera nada acerca de mi novelita, en ese estado me encontraba yo de egolatría.

Una vez con las copias en mis manos las repartí entre mis allegados. No viene al caso lo que esto provocó, realmente nada destacable, mi familia tiene sus propios métodos de humillación que no vienen al caso: el silencio. Después se la dejé leer a mis amigos y eso si que viene al caso: es el caso.

Dormí bastante bien la noche antes de recoger los seguros elogios de mis amistades. Les había entregado las copias uno a cada uno “si queréis os la dedico” se rieron pero nadie me la dejó para que se la firmara. Nos separamos con la promesa de que serían francos al día siguiente y me dirían la verdad de lo que les había parecido mi creación.

Si que me puse un poco nervioso cuando los vi de lejos en el parquecillo de la urbanización, en un corro, como hacían habitualmente, comiendo pipas. Me había retrasado con esfuerzo para que no se me notara que estaba ansioso por saber la opinión de todos ellos. Al acercarme me vieron de lejos y los que estaban de espalda se dieron la vuelta para mirar como me acercaba. Me fijé en uno de ellos del que no diré el nombre; de sus labios pude leer, aunque no escuchar, algo que quedó para siempre dentro de mí y que solo ahora me atrevo a desvelar. Después de leer aquello de sus labios solo quedaron acerca de mi primera novela: silencio, mentiras y disimulos.

Es curioso como se puede leer en los labios de las personas. Nunca hasta aquel día y nunca después he conseguido hacerlo de manera más nítida y esta fue la lindeza que resumió meses de trabajo y dedicación: “Ahí viene el sodomita”.

 

 

 

El sodomita

 

 

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