“ Sit divus, dum non sit vivus! "
Caracalla
Aquel caso de necrofilia conmocionó a la sociedad victoriana, a pesar de que la prensa omitió muchos detalles. Cuando murió la esposa del panadero, él ocultó su cadáver en el horno donde trabajaba. En un principio intentó resucitarla, pero después se conformó con seguir disfrutando de ella.
La locura se convirtió en obsesión por resucitarla. Primero la desnudó y la cubrió de harina. Siguió trabajando toda la noche, rodeándola de panes como si ella fuese todos los peces. “ La Biblia es el camino”, se dijo. Pensó que bastaba con hacer uso de los símbolos bíblicos para provocar un milagro. Era como si Dios se hubiese dejado abierta la puerta de atrás y ahora bastara con mezclar los ingredientes básicos de las Escrituras. La espiga de trigo era el símbolo más importante y su mezcla con el agua del bautismo… Sin embargo, al amanecer no se atrevió a introducirla en el horno. Estuvo llorando, no abrió la puerta cuando Willis Parkinson fue con su carromato para hacer el reparto del pan.
Willis tampoco era muy constante y no se inquietó demasiado. Además, los días anteriores había encontrado demasiado amarilla a la mujer de su patrón y ya sabía él que esas infecciones del hígado son mala señal, según comentaría después a sus amigos. Supuso que debieran haberse quedado los dos en casa. No volvió al horno hasta el día siguiente, Willis tenía mucha vida que echar a la basura y aprovechó para pasar la mañana bebiendo ginebra y la tarde durmiendo.
A partir de ahí, la prensa advertía al lector de que comenzaban los detalles mas escabros de la historia.
El panadero durmió poco y cuando despertó lavó el cadáver para limpiarle la harina. Le satisfacía aquello, era un cuerpo con muchos pliegues y tanto cariño requería mucho detalle con el trapo. Le pareció un acto de fe tanta devoción. Después ungió el cuerpo de aceite. Se entretuvo con los orificios para que la vida resbalase de su interior y, sin darse cuenta, se excitó.
Willis no sospechó nada cuando su patrón le abrió la puerta de madrugada para que se llevase los cestos de pan. Incluso le ayudo a subirlos al carromato, tenía prisa para quedarse otra vez a solas. Willis escupió al suelo, porque tenía la boca seca y se acordaba con gusto del día anterior, ya que no había trabajado. Según contó después a la policía, no preguntó por la esposa porque en el fondo había esperado que tampoco hubiese nadie ese día y por eso, cuando el panadero le abrió, estaba furioso por tener que trabajar.
A partir de entonces, el panadero compró aceite de oliva a diario y esquivaba las preguntas acerca de su esposa. Nadie sospechó nada, salvo por el olor. Sherlock Holmes se encontraba fuera de Londres, según justificó la prensa después, como si el olfato del detective fuese el único que estuviera por encima de la podredumbre de Londres para haber advertido la peste del cadáver.
El cuerpo de su esposa se le descomponía y eso requería mucho cuidado, fue entonces cuando definitivamente decidió meterlo en el horno. Willis negaría después haber comido hasta hartarse carne de la que le ofreció su jefe junto con una botella de vino.
En los huesos de su esposa, una vez limpios, el panadero descubrió la causa del carácter fuerte y dominante de su esposa: era una osamenta fuerte y gruesa, casi de caballo percherón. Incluso, entre todos, reconoció los huesos del dedo con el que ella le cerró los ojos al bebe que se le murió al nacer. Rompió a llorar. Entonces pensó en el alma de su hijo y después, en general, en el alma de las personas y se preguntó si el alma inmortal estaría en la carne o en los huesos. Puede que, de residir en la carne, ahora le resucitara su esposa en su estómago, porque se la había comido. Pero también pudiera ser que resucitase en el estómago de Willis, que comió hasta reventar, y eso no le gustó. Le atormentaba ese error, que ella renaciera dentro del haragán de Willis. De hecho, lo vio masticar la carne empanada con la boca abierta, como si ella estirase ya los brazos dentro de su boca y le abriese la mandíbula para ir haciéndose sitio. Su ayudante estaba últimamente muy contento, incluso había engordado. Puede que engendrase algo en su interior y eso le puso celoso. Sospechó, por último, que antes de su muerte ya pudieran haberse entendido, su esposa y el borracho de Willis.
Pero el panadero estaba muy débil y Willis pudo repeler el ataque. El jefe cogió un hacha e intentó clavársela en la cabeza, pero se acercó de frente y con el brazo demasiado alto para un hacha de tanto peso. El borracho era lento, pero menos que su jefe. Bastó un manotazo y una patada. Cuando se vio desarmado, el panadero corrió al almacén en busca de su esposa. Willis se repuso del susto y decidió darle una buena paliza, eligió un bastón para romperle un par de costillas, algo que no fuera irremediable, y entró en el almacén golpeando la puerta con una patada… El espanto le paralizó y, desde entonces, aún duerme con los ojos abiertos.
Lo que Willis vio, forma parte de los detalles que no han trascendido a la prensa. El panadero, que había comprendido que llegaba el final, intentó aprovechar la última ocasión y estaba desnudándose…
Al día siguiente, cuando Holmes volvió de improviso a Londres, la Señora Hudson se disculpo porque era tan tarde que no quedaba más pan que un trozo duro de la semana anterior y lo sirvió troceado en la sopa. Holmes, distraído, desplegó el periódico sin darle importancia a los detalles domésticos. Tropezó con algo duro, pero nunca supo que era un diente lo que se tragó con el pan. Cuando leyó en el Times la noticia, comentó con Watson que de alguna manera se sentía profundamente conmocionado por tanto amor.
Nunca se le diluyó en el estómago aquel bocado