Sacó la ropa de la lavadora y la fue colgando en el tendedero de la terraza. En el cielo unos nubarrones amenazaban con descargar. Los miró con recelo ¿Por qué siempre llovía cuando ella hacía la colada? Cuando terminó, no quiso arriesgarse y extendió un plástico por encima de la ropa tendida. Entró en la cocina y vio que de la cazuela salía una columna de humo, rápidamente la apartó del fogón y apagó el gas. Afortunadamente había llegado a tiempo para salvar el guiso. Tuvo que sentarse un momento ya que sintió un leve mareo. Estaba cansada y para rematarlo esa mañana le había venido la regla. Se encendió un cigarro. Al otro lado de la pared escuchó la voz de su vecina abroncando a su hijo pequeño. Sin saber por qué se puso a llorar. Últimamente estaba muy sensible y lloraba por cualquier cosa. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, apagó el cigarro y dispuso la mesa para comer. La visión de un solo plato le resultó patética y le hizo perder el apetito. Apartó la vajilla y se encendió otro cigarro. El aguacero anunció su llegada golpeando contra las ventanas. Levantó la mirada y se quedó observando las gotas de lluvia que resbalaban por el cristal. Sin más, las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos. Apagó el cigarro con rabia. Se sintió tonta y trató de calmarse. Preparó café y lo acompañó con unas pastas de canela y chocolate. Se regañó por comerse los dulces y haber desechado el guiso. Palpó la zona de la cintura en busca de posibles michelines, no halló nada de grasa sobrante. Tenía buena constitución y podía comer de todo sin engordar. Desde que se hizo mujer siempre lució una bonita figura, de eso, al menos, no se podía quejar. Se bebió el café, recogió todo y salió de la cocina. Sobre la mesa del salón estaban las facturas del mes: alquiler, luz, calefacción, teléfono… Retiró los papeles con fastidio y se acercó a mirar por la ventana. Estaba cayendo una buena chaparrada. Abajo, en la calle, la gente se refugiaba donde podía o al amparo de sus paraguas. Todos caminaban deprisa y parecían enfadados con sus vidas. Quiso ponerle banda sonora a aquel panorama gris y eligió a Cesária Évora. En cuanto sonaron las primeras notas se sintió conmovida y quitó la música. Maldita sensibilidad femenina. Un cambio en la dirección del viento hizo que la lluvia se precipitase contra los cristales, azotándolos con fuerza. El sonido de agua y vidrio la hicieron estremecerse. Estaba harta de tanto chaparrón y ansiaba que llegase el buen tiempo. Ella procedía de un clima tropical y no terminaba de acostumbrarse al frío del norte de España. Además echaba de menos a los suyos, tanto que no lograba apartarlos de su cabeza ni un instante. Se encendió un cigarro y echó el humo sobre el cristal de la ventana, llenándolo de vaho. Con la yema del dedo escribió: PABLO. Así se llamaba su hijo. Luego observó cómo las letras desaparecían al irse evaporando la exhalación. Al rato dejó de llover. Sonrió y apagó la colilla en el cenicero.
En el baño se cambió de tampón y después se maquilló un poco. Quería disimular las ojeras y sentirse hermosa. Se miró en el espejo. Era joven y tenía una vida por delante. Una vida, por otro lado, llena de responsabilidades. Demasiadas, ya que los suyos dependían de los ingresos que ella les enviase para subsistir. Delante de su reflejo improvisó diferentes gestos. Finalmente se sacó la lengua a sí misma y salió del baño. Entró en el salón y se sentó en el sofá. Con el mando a distancia puso en marcha el televisor. Seleccionó un canal de noticias y las acompañó con un cigarro. Nada más darle dos caladas pensó que estaba fumando de más y lo apagó. Las noticias eran las de siempre: guerras, conflictos, intereses, catástrofes, políticos corruptos, mentiras, mentiras, mentiras y más mentiras… Sin ser consciente cogió el paquete de tabaco, pero cayó en la cuenta de su distracción y lo volvió a dejar sobre la mesa. Por otro lado, el cuerpo le pedía a gritos algo de nicotina.
- ¡Qué diablos!
Se puso un cigarro en la boca y lo encendió. Con placer se llenó los pulmones de humo. Volvió a acercarse a la ventana. Mirar desde ahí era mucho mejor que ver las noticias. Definitivamente había dejado de llover y el cielo empezaba a despejarse de nubarrones. En la calle, la gente seguía con sus prisas, mostrando rostros serios y alargados. ¿Adónde irá toda esa gente tan malhumorada? En su país se tomaban las cosas con más calma y se sonreía más. Alguien llamó al timbre. Era la vecina con su hijo de ocho años.
- Cariño, ¿podrías quedarte con el niño mientras bajo a hacer una llamada al locutorio?
- Claro…
Dejó al niño viendo la tele mientras que ella exprimía unas naranjas en la cocina. Cuando terminó regresó al salón con un vaso lleno de zumo. El niño miraba la pantalla sin pestañear. Le dio el vaso y se sentó a su lado.
- ¿Te gusta la película?
El niño afirmó con un gesto de cabeza. Sintió deseos de abrazarle pero unas ganas enormes de llorar la obligaron a levantarse y salir del salón. Se encerró en el baño y cubriéndose la cara con una toalla dio rienda suelta a sus sentimientos. Estuvo llorando durante un par de minutos, ahogando los llantos contra el paño. Cuando consiguió calmarse, se miró en el espejo, tenía el maquillaje corrido y los ojos rojos. Se sintió avergonzada por el exceso de dramatismo del que estaba haciendo gala. Aunque, quién podría reprocharle nada. Hacía casi un año que no veía a su hijo y era comprensible que le echara de menos. Se lavó la cara y volvió a maquillarse. Cuando terminó apenas se notaba que había llorado.
El niño seguía atento a la película. Se sentó a su lado.
- ¿Sabes que tengo un hijo de tu misma edad?
El niño sonrió. Ella no pudo evitar acariciarle el pelo. Lo que daría por tener a su hijo sentado junto a ella. El timbre resonó al fondo del pasillo.
- Seguro que es tu madre, que ya está de vuelta.
Se levantó para abrir. El chiquillo la siguió con desgana.
Cuando se quedó sola lloró, esta vez sin cohibirse. A base de lágrimas intentó vaciarse de todo el dolor. Trató de expulsar toda la soledad que este país le obsequiaba. Con su llanto quiso arrancarse la nostalgia que sentía por los suyos. El intento de catarsis fue en vano y sólo consiguió añorarlos más. De la estantería cogió una foto reciente de su hijo que días atrás la familia le había enviado por correo. No podía creerse que hubiera crecido tanto. Sin duda se estaba convirtiendo en todo un hombrecito. Llevaban mucho tiempo separados, demasiado. Pensó en la cantidad de cosas que se estaba perdiendo por estar lejos de él. Pero si se había separado de su lado era para intentar asegurarle un futuro prometedor. Un sacrificio sumamente pesado con el que cargaba a diario. Sostuvo la foto contra el pecho intentando hacer frente a la congoja. De pronto cayó en la cuenta de que tendría que maquillarse otra vez y empezó a reírse a carcajadas. Se rió tanto que los abdominales empezaron a dolerle y eso le causó más risas. Las lágrimas siguieron brotando de sus ojos, esta vez a causa de la risa. Al cabo de unos minutos consiguió tranquilizarse y se encendió un cigarro.
- ¡Dios mío! Estoy volviéndome loca.
A las cinco menos cuarto ya estaba arreglada y dispuesta para salir a la calle. Abandonó la casa persignándose y bajó las escaleras rezando una oración. En la calle hacía frío. Se abotonó el abrigo y se subió el cuello. Al poco, empezó a llover.
- ¡Carajo de lluvia!
Un hombre que salía de un bar la miró con desprecio. Ella no hizo caso y siguió andando como si nada. A parte del frío del norte, estaba harta de esos españolitos que se creían superiores y la miraban por encima del hombro. No hace tanto, muchos abuelos, incluso padres de esos españolitos, tuvieron que emigrar a otros países para ganarse la vida. La gente olvida con demasiada facilidad, pensó. Al pasar por delante de una tienda de moda se detuvo frente al escaparate para mirar un conjunto que, supuso, le quedaría estupendamente a su hijo. Se lo imaginó vestido con aquellas prendas. Verdaderamente estaría guapísimo. La realidad se impuso cuando se fijó en el precio. Hoy por hoy no podía permitirse un desembolso de esa dimensión. Se dio ánimos diciéndose que ya vendrían tiempos mejores. Siguió andando. Al pasar debajo de unos pórticos una mujer estuvo a punto de sacarle un ojo con una de las varillas de su paraguas. Ella no entendía que alguien que ya iba protegido se arrimase tanto a los soportales impidiendo que personas desprotegidas se resguardasen de la lluvia. Cada día lo tenía más claro: este era un país de maleducados y egoístas.
Cuando por fin llegó a su destino, estaba empapada. Entró en las oficinas del periódico y se acercó a la ventanilla de información. El joven que la atendía estaba leyendo algo. Ella aguardó pacientemente a que se dignara a atenderla. El joven siguió enfrascado en la lectura. Carraspeó para llamar su atención, pero como si nada. Al cabo de un minuto perdió la paciencia.
- ¿Sería tan amable de atenderme?
- Tú dirás.
- ¿Podría decirme adónde debo dirigirme para poner un anuncio?
- Ventanilla de clasificados. Primer piso.
- Muchas gracias.
El joven no se molestó en contestar. Antes de subir al primer piso decidió fumarse un cigarro. Salió a la calle y se lo encendió bajo la protección de la marquesina del edificio. Seguía lloviendo a mares. Los charcos se iban agrandando en los huecos del asfalto y junto al bordillo de las aceras. Pensó en lo que iba a hacer. Quizás debería madurarlo un poco más. El paso que iba a dar marcaría irremediablemente su destino. De pronto las dudas se impusieron y fue perdiendo la confianza que se había traído de casa. Sintió ganas de llorar. Tomó aíre y se dijo que no. Ya bastaba de lloros y de tanto pensar. Todo estaba meditado a conciencia y no iba a cambiar de decisión. Le dio una última calada al pitillo y entró en el edificio.
Subió al primer piso y se dirigió a la ventanilla de clasificados. La atendía un hombre con cejas espesas y nariz aguileña.
- Buenas tardes ¿Es aquí donde se contratan los anuncios clasificados?
- Sí.
Ella sacó una nota y se la entregó.
- Quisiera publicar esto.
El hombre leyó en voz alta:
- Veinte añitos recién cumplidos. Cuerpo sensacional. Pechos perfectos. Chochito afeitado y juguetón…
Se notaba que estaba acostumbrado a esa clase de anuncios porque siguió leyendo la nota como si fuera la lista de la compra.
- …Griego profundo. Francés completo. Me gusta que te corras en mi boca. Hago todo lo que me pidas… ¿Esto es lo que quiere publicar?
- Sí señor.
- ¿Y el teléfono es el que pone aquí?
Estaba tan cohibida y avergonzada que las palabras se negaron a salir de su boca y tuvo que asentir con la cabeza. No pudo reprimirse y aunque lo intentó le fue imposible contener las lágrimas. El hombre, ajeno al desconsuelo de la joven, siguió con el cuestionario sin inmutarse.
- ¿Para cuándo quiere que salga el anuncio?
- A partir del viernes que viene.
- ¿Cuántos días?
- Tres: viernes, sábado y domingo.
Después de pagar, salió del edificio sin dejar de llorar. ¿Cuántas lágrimas había derramado sobre esta tierra extraña? Tantas como gotas caen en un día de lluvia. De regreso a casa fue arrastrando sentimientos de culpa y vergüenza que la hacían caminar encorvada. Ya no le importaba mojarse y anduvo por el medio de la calle sin buscar la protección de porches y portales. El afluente de lágrimas se confundía ahora con los hilos de agua que corrían por su pelo y cara. Al pasar por delante de la tienda de ropa se detuvo frente al escaparate y estuvo mirando el conjunto que había elegido para su hijo. Con suerte, dentro de unos días se lo podría comprar.
Del libro "Putas".