El "buen gusto" es un concepto que nació en el XVIII en Francia. La culpa la tuvo Luis XIV y los pecados los pagó María Antonieta. Por el medio hubo un incesante chorreo de diamantes y champagne, botas cortadas de una sola pieza para el Rey Sol, tiránicas y despóticas afirmaciones, un escándalo con un collar, una batalla épica en el dormitorio de la loba austriaca para sacar al lobo que había en el cordero del futuro Luis XVI y una guerra que acabó en una tragedia para la honra de la futura Madame Déficit -y sobre todo para Polonia- cuando las dos caras de una mujer -¿no?- se encontraron en medio de Versalles: la virgen y la puta, María Antonieta y la Du Barry, en lo que viene siendo una lucha de egos.
"Hay, hoy, mucha gente en Versalles" dijo María Antonieta cediendo ante la mujer que daba placer al rey y que era de forma oficiosa la primera dama de la corte, frente a ella que lo era de forma oficial. Luego la buena mujer le quiso regalar unos pendientes de diamantes que equivalían justamente a 700.000 razones para que la archiduquesa de Austria y delfina de Francia la recibiera con gusto. A la buena hija de María Teresa de Austria no le interesó el trato, porque si alguien le tenía que regalar sus diamantes era el pobre cerrajero de su marido, a quién llamaban cariñosamente "manos negras" en toda Europa por su afición al yunque y a la fragua.
Goethe, cuenta Zweig, se escandalizó cuando vio que para la boda de la joven se decoraban las salas con tapices de Medea y Jasón, que acabaron como la marimorena porque ella era una bruja y se comió a sus hijos tras la infidelidad de él. Los revolucionarios también acusaron de eso a la buena de la reina, de comerse a los hijos de Francia. Sin embargo, la alegoría tan desgraciada con la que los dos iniciaron su ¿viaje? no resultó nada desatinada. María Antonieta se convirtió en delfina de Francia dejando una mancha de tinta en su escritura. Fue la única que cometió tal borrón. La letra de Luis XV, un viejo gotoso amamantado por las lúbricas tetas de la condesa Du Barry, era todo lo firme que puede ser la decadencia pero la de los futurísimos era más bien... infantil. María Antonieta se olvidó de hablar alemán en Francia cuando aún no dominaba perfectamente el francés y las clases no eran, lo que se dice, su cualidad. Su letra era pésima, grande y cometía faltas de ortografía legendarias. Sin embargo, es la gran víctima de la moda. La gran fashion victim. La que en sí misma y por la historia fue tachada de puta y de santa.
La película de Coppola, que a mí me encantó, recoge bien el detalle de las firmas de Luis XV, XVI y de la buena de María Antonieta. Cuando llegó a Versalles, jugaba con los hermanos de su marido. Ella tenía quince años, él uno más y sus hermanos trece y catorce. María Antonieta pensaba que el buen gusto era un juego. Y terminó con la cabeza separada del cuello, acabando su historia con una mancha de sangre roja. Un buen final para una historia que comenzó con una mancha rosa.