Aquella tarde-noche un amigo le comunicó la noticia. Sentados a la vera de unas rubias nocturninas mientras el Barça, su equipo, su profesión de fe, el rompeolas donde resguardarse de las putadas del mundo, arañaba puntos en su persecución a los capitalinos del 7 engominado. No pudo creerlo pero así era, según le informaba su confidente. La vida se ve que tiene estas cosas. Silenciosa y traicionera te pega punzones en el ánimo cuando menos te lo esperas. "Así de repente, de un día para otro. Como te lo digo". "No puede ser, no puede ser". "Como te lo digo". Sentí que incumplí la posibilidad de conocer para luego contar una historia. Un hombre que vivía enfrente de mi casa, una mañana de tantas se marchó al país desconocido del que nadie conoce sus paisajes. Sin llamar la atención como tantas y tantas personas que en el mundo han sido y van y vienen, vienen y van. Presentí que aquel hombre, pequeño, enjuto, acurrucado, con la decadencia asomándole en su cojera, tenía algo que contarme, que decirme. Nunca me acerqué a él, ahora me arrepiento. Demasiado tarde. Como tantas cosas a las que llego tarde en mi confusa vida. Mi amigo me confió, tras meter el Barça el gol de la tranquilidad, que se lo llevaron al hospital. Y allí se quedó. Vivía solo. Su hermana murió tiempo atrás y no tenía familia, ni hijos, ni hermana. Nada. Nadie. Su presencia en el tiempo de los vivos había concluido. Empezaba su desaparición y el olvido de la memoria de los hombres. Un terror mortal me golpeó la frente. Estaba viendo mi espejo en la vida extinguida de este hombre del que no sabía ni siquiera su nombre. Treinta años después, podría verme como él. Solo. Muriendo cualquier tarde sin que a nadie le importase mi paso por esta vida, por estas calles, por este barrio, por esta ciudad sin corazón. Tragado por la desmemoria y la prisa de mis vecinos y contados amigos. Iniciando el viaje al más absoluto de los silencios. El viaje más temido y más misterioso de todos cuantos habría realizado hasta la fecha. Ante la indifererencia general. "Se llamaba José Martínez. Todo el mundo le decía El Rambloso, pero no sé por qué, no me lo preguntes, que eres muy curioso. Tampoco sé a qué se dedicaba antes y si alguna vez había estado enamorado de una mujer. A veces se dormía en los parques hasta que el ralentí de la noche le despertaba". Sentí una culpabilidad tremenda. Yo era responsable comunitario de este silencio, de esta maldita indiferencia ante su marcha y el vacío que tejimos alrededor de su vida. Alguna vez un "hola" esquivo fue la única señal de comunicación entre él y yo. Su figura pequeña, ladeada sigue golpeando mi mirada. Soy vergugo, como los demás, de haberle sepultado en el olvido de nuestra muda indiferencia. Las ventanas cerradas de su casa asaltan mi conciencia con ojos acusadores. "Has sido un mal hombre, un pésimo vecino, un cobarde callado. Como todos los demás. Pero tú no debes quitarte tu parte de desprecio".
Gracias por acordarse de mí. Me he sentido solo muy solo...tanto tiempo. Aunque sea en esta trágica hora te agradezco el detalle de quedarme un instante en tu pensamiento. Me he sentido tantas veces, no sé...Trataba de ahuyentar la falta de compañía levantándome muy temprano, cuando la ciudad aún no había abierto sus persianas y me iba a despertar a los semáforos. Algún perro perdido me hacía compañía. Mis únicos acompañantes a esas horas de la madrugada. Luego me iba a comer a un bar de la avenida y la televisión y yo teníamos nuestras conversaciones aunque ella hablaba más que yo, mientras los otros devoraban sus raciones y se largaban.
Aquí no estoy tan solo. Vienen muchos días personas que no conozco pero me ofrecen su amistad. De todos los colores. Me dicen que estaban como yo y me prometen su compañía y comprensión. Porque ellos me cuentan que estaban igual que yo en la caravana de los tristes, los solitarios, incomprendidos.
Gracias por acordarte un momento de mí y retenerme en tu memoria dispersa. Eres un buen amigo tardío.