Los debates que abarrotan internet sobre el último desastre nuclear hierven de machotes que aseguran que lo de Fukushima no es para tanto. Son gente sana, que desayuna yodo radiactivo y se unta plutonio en la pechera para ir dándole tono al bronceado. Ese berrido varonil, a medio camino entre el alarido de Tarzán y la insensatez de Homer Simpson, lo marcó Dragó, cuando llamó cobardes y cagones a la legión de periodistas que abandonaban Japón a toda mecha mientras él se quedaba a informar sobre su ombligo a sólo unos cientos de kilómetros de la hecatombe, emulando el aplomo con que Jünger quería sentarse en la terraza de un hotel para ver París ardiendo hasta las cachas. Dragó demostró que, aunque no tolera ni el humo de un cigarrillo, la lluvia radiactiva apenas puede traspasarle el ego.
Hoy cada día sabemos más sobre lo que sucede en el interior de Fukushima, esa reedición de Chernobyl a cámara lenta. Es decir, cada vez sabemos menos. Los informes halagüeños de los primeros días ceden paso a adjetivos cada vez más y más opacos. Afortunadamente la actualidad está lo bastante llena de Gadafis, eres andaluces y aeropuertos vírgenes como para ir arrinconando el goteo pertinaz de los isótopos hacia la penúltima página del periódico, allá junto al horóscopo. Es la misma información que siempre ha proporcionado el lobby nuclear, o sea, ninguna. Mentiras y pedorretas. Ocurrió en el atolón de Bikini, cuando la Armada estadounidense lanzó una bomba H y empleó a sus propios marinos como conejillos de indias. Ocurrió en Nevada, cuando las pruebas nucleares indiscriminadas provocaron unos 70.000 casos de cáncer de tiroides. Ocurrió en Chernobyl, cuando bomberos, mineros, soldados y voluntarios a la fuerza se lanzaron a luchar contra un monstruo en llamas protegidos por un titular del Pravda.
En la costa de Fukushima el plutonio ya ha llegado al mar pero eso no debe preocuparnos. Desde el incidente de Palomares sabemos que lo peor que puede ocurrir tras un desastre nuclear es ver a Fraga nadando con unos bombachos. Fraga no sólo salió indemne de la playa sino que el baño de plutonio lo hizo invulnerable, como Aquiles en la laguna Estigia. Gracias al alicatado de isótopos, Fraga pudo atravesar impertérrito los años finales de la dictadura, atravesar tranquilamente la Transición, liderar la oposición a González e incluso presidir la Xunta de Galicia. Ha sobrevivido a percebes, mariscadas y gaiteros sin más efectos secundarios que aprender japonés. Ni siquiera Godzilla pudo resistir tanto.
Hay quien dice que Fraga no se bañó en Palomares sino en Mójacar, algo más cerca que Dragó de Fukushima. Podríamos enviarles a Fraga para que probara con otro baño mitológico que la radiactividad es cosa de hombres.