La implantación del DVD, el anonimato y comodidad que proporcionan la venta
y el consumo por Internet, unidos a los requisitos legales específicos reguladores de las
salas especiales de exhibición cinematográfica, así como el creciente interés hacia el
porno amateur, son los factores causantes de la práctica desaparición de las salas X.
Quiero expresar mi más sincero pésame hacia un tipo de ocio extinto en mi ciudad y que está a punto de desaparecer en la totalidad del país.
En los setenta, década en la que el porno se legalizaba de manera general en numerosos países de Europa y América, salía tímidamente España de cuarenta años de
una dictadura respaldada por férreos controles y censura. Los sufridores del régimen, es
decir, nuestros progenitores y demás ascendencia, tenían que conformarse con la
clandestinidad de un visionado subrepticio de cintas importadas ilegalmente y con las
escapadas a Perpignan u otras ciudades francesas próximas a la frontera, en las que sí estaba permitido acudir a las salas para ver las últimas novedades del género erótico y
pornográfico. La pregunta es la siguiente: ¿Qué se dibujaba en la imaginación de los
preadolescentes durante el acto masturbatorio si únicamente, con suerte, habrían visto
la pantorrilla de alguna mujer despistada o descastada? ¿Era la idea del desnudo un
contorno difuso, una silueta indeterminada, o el concepto de desnudez se transmitía
oralmente de padres a hijos? Elementos tales como el culo, el pecho, o las caderas, se
adivinan bajo el vestido, pero ¿y el color de los pezones, el vello púbico o los pliegues
de la vagina?
Con la llegada de la democracia la situación se destensó y durante toda una
década diversas salas emitieron películas clasificadas “S”, de alto contenido en erotismo
y/o violencia. En realidad, esta denominación era un cajón de sastre que contenía todo
aquello que el Ministerio de Moral y Buenas Costumbres consideraba inclasificable, así que softcore comedido, gore, multivicio y violencia, se aunaban bajo una misma
etiqueta. Con la veda abierta comenzaron a fundarse productoras especializadas y a
crearse los puestos de trabajo pertinentes, y un año después de la muerte de Franco, se
estrenó “La trastienda” (Jorge Grau, 1976), en la que la bella, casposa, inolvidable,
María José Cantudo protagoniza el primer desnudo frontal que los españoles pudieron
contemplar legalmente en el cine. Como verán los lectores, la imagen de la por aquel
entonces señorita de buen ver no acompaña al reportaje; desde esta casa damos por
supuesto de que dispondrán de una conexión de banda ancha. Podrán admirar el felpudo
de la Cantudo en la siguiente dirección:
http://www.dalealplay.com/informaciondecontenido.php?con=21213
En 1977, cinco años después de emitirse en el resto del mundo, se estrenó en
España “El último tango en París” (Bertolucci, 1972), esa película fabulosa repleta de
diálogos morbosos y mantequilla que es de videado obligatorio. En 1978 llegó a la gran
pantalla nacional “Emmanuelle” (Jaeckin, 1974). Las salas rebosaban de cinéfilos
reprimidos que comenzaban a liberarse, y directores como Jess Franco, Bigas Luna o
Eloy de la Iglesia, filmaron películas hasta la saciedad. Salvo excepciones, se trataba de
un cine fácil y barato, el único objetivo del cual era abastecer de culos, tetas, rajitas y
caballeros ibéricos -bajos, feos y gordos- en calzones a la población española, la cual ya
no precisaba de la imaginación para aliviar su salidismo.
En 1982 se acabó con tan próspero negocio; los socialistas eliminaron la
clasificación “S”, se crearon las salas X (la primera se abrió en 1984) y se prescribió la
Ley reguladora de las Salas Especiales de Exhibición Cinematográfica, todavía vigente,
por la cual dichos negocios no reciben subvención ni ayuda alguna por parte del Estado,
pagan un 33% de sus beneficios a modo de impuestos, no pueden mostrar publicidad
icónica que aluda al contenido de la película —habiéndose de limitar a la mención de
los datos técnicos y artísticos— y únicamente es posible su apertura si la localidad
cuenta con tres salas comerciales, limitándose la posibilidad de la segunda y siguientes
salas X a la proporción 1:10 respecto a las comerciales.
El resultado es un antro hermético e inadaptado a su medio, al que sus clientes,
en su mayoría viejos depravados, salidos y desviados, acudís a escondidas. El prototipo
de usuario de una sala X es, o bien un solterón baboso o bien un señor de mediana edad,
casado, cuya mujer es tan gruesa como bigotuda e iletrada. En todo caso, sujetos
descoloridos, la sola idea de cuyo semen, denso pero poco poblado, de un color blanco
bilioso que revela ignominiosas infecciones establecidas desde antaño en su organismo,
provoca vómitos y muerte súbita. Acudís sobre todo en la resaca del fin de semana, los
domingos al atardecer, acercándoos por la avenida mientras os ilumina un sol oblicuo;
urbanitas solitarios que miraréis a uno y otro lado antes de entrar en ese hediondo
templo del mal creado por la izquierda española.
La sala X, un auténtico icono ochentero, es una vieja gloria que en sus mejores
tiempos, los de la Movida, se llenaba de parejas jóvenes, chicas modernas,
homosexuales y demás queers, pero que acabó albergando a viciosos jubilados que
recurren a los servicios de la pajillera, gitana que les aplacaba el calentón con la mano
por un módico precio. Figura emblemática del ambiente, la profesión de pajillera
prácticamente ha desaparecido, habiendo de reciclarse las mujeres que la desempeñaban
y dedicarse a otros menesteres tales como el tráfico de sucedáneo de farlopa, el
carterismo o la prostitución gonzo.
¿Con qué se enfrenta el visitante actual, que ha dejado a un lado sus valores y
pulcritudes para sumergirse en ese oculto caldo de cultivo? La nauseabunda fragancia,
mezcla de sexo apolillado y enfermo y de ambientador del Syp/Consumer que
literalmente asalta a uno ya en la taquilla –la ventanilla de la cual únicamente muestra
las manos del que se encuentra al otro lado, salvaguardando así la identidad de cinéfilo
y trabajador- le va a acompañar durante toda su estancia. Sus glándulas odoríferas no
sólo no se habituarán a ello, sino que irán asumiendo también el olor a moqueta rancia,
a habitación apta para fumadores no ventilada y a impúdicos genitales masculinos. Una
vez comprada la entrada, el visitante puede permanecer todo el tiempo que quiera en el
interior, desde las 10:30 de la mañana, hora de apertura, hasta las 23:00, hora de cierre.
Normalmente se alternan dos películas, a las que nadie presta atención. En cuanto las
luces se apagan, las personas se levantan, hablan, se restriegan entre sí, bajan la
cremallera de sus pantalones, chupan, follan, se masturban, fuman, beben, se inyectan
drogas inéditas, realizan excursiones al servicio y ejecutan un sinfín más de acciones
que los humanos sanos no podemos ni imaginar y ante las cuales los trabajadores de la
sala hacen la vista gorda.
De los 85 cines X que abrían cada mañana sus puertas en 1987, sobreviven,
veinte años después, menos de media docena. En Palma han cerrado los dos que habían
conseguido subsistir -el Fantasio y el Alexandras-, en Barcelona no queda ninguno (el
Roma cerró en 2004) y en Madrid únicamente el Postas, que abrió en 1985, continúa
activo. La interacción y socialización que se daba en esos lugares semiclandestinos, por
las características específicas que poseen (oscuridad, permisividad, culturización
cinematográfica, invitación a la conversación y a la práctica de diferentes prácticas
sexuales, etc.), no se desarrolla en otros ámbitos tales como los cuartos oscuros o las
salas comerciales. Los cientos de miles de visitantes que antaño acudían asiduamente a
los cines se han de conformar ahora con presionar el play en su reproductor de DVD y
contemplar desconsolados cómo una rubia siliconada se hace un fistfucking en video
digital.
LIBRO RECOMENDADO
Roy Stuart.Roy Stuart V. Ed. Taschen, 2008. 268 págs. 30€
El gran gurú de la fotografía erótico-pornográfica nos presenta el quinto volumen de su
interesante obra, en la que elije la ciudad de París para derribar las barreras que separan
arte y pornografía, privacidad y ámbito público, cotidianidad y sorpresa. Chicas
jovencísimas y mujeres maduras se comportan subversivamente para sacudir el polvo a
una sexualidad que de tan repetitiva resulta aburrida. Como en obras anteriores, el
fotógrafo se en la implementación de las fantasías de la mujer y en la exploración de los
cuerpos en acción. En las series que contenidas en el libro encontramos féminas
agresoras, vouyers y violadores, sexos que se muestran despreocupadamente bajo las
minifaldas, menages a trois, jirafas, meadas callejeras y textos e imágenes del primer
largometraje dirigido por el autor. Va acompañado de un DVD con secuencias de sus
proyectos “Glimpse” y “The lost door”.