Hay por ahí un manifiesto (nosotros lo firmamos en su día) en defensa no del español – un idioma hablado por 450 millones de personas no necesita defensa alguna- sino del derecho a emplearlo en todo el territorio español. Que alguien, intelectual o no, tenga que reivindicar un derecho constitucional ilustra a la perfección cómo están las cosas por estos lares. He pensado en las generaciones de incultos que se avecinan por obra y gracia del “nazionalismo” imperante, en los chavales monolingües por narices y por la burramia del que, obligado a quedarse en la aldea, no quiere que nadie salga de ella, no sea que el panorama exterior pinte más apetecible.
Ocurre en Mallorca que los castellano escribientes no podemos presentarnos al Premio Ciudad de Palma por ese preciso motivo: porque se han suprimido las modalidades de narrativa y poesía en castellano. Muchos de nosotros estamos hartos de las cacicadas de políticos de vía estrecha que se llenan la boca con la palabra libertad y que luego optan por la vía de la represión y la marginación lingüística al más puro estilo dictatorial. Hartos de ser los judíos de la Alemania Nazi y de las maniobras interesadas de quienes (cada vez más) chupan del bote a cuenta del contribuyente, que paga sus impuestos religiosamente – y de ahí sale la dotación económica del premio- pero que no puede optar al mismo debido a su condición de ciudadano de segunda.
La cultura no tiene idioma oficial, señores; su bolsillo, parece ser que sí.
