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ISSN 1989-4163

NUMERO 02 - MAYO 2009

Las Cosas de su Graciosa Majestad

Lawrence de Dalian

Como buen latino que se precie, lo primero que hice al llegar a la muy católica Irlanda para aprender inglés en aquellos sesenta,  fue abrir el diccionario “Collins” de bolsillo y buscar todos los insultos -y eran muchos- que conocía en el idioma de Cervantes:  no fuera a ser que alguien se dirigiera a mí con inadecuado epíteto o simples ganas de guasa (cuando no de bronca), o en cualquier momento fuera necesario acreditar verbalmente mi admiración por aquellas tierras con sus gentes y costumbres tan avanzadas para la mojigata España de la época.
(Bien es sabido que ciertos epítetos se utilizan en nuestro idioma indistintamente para expresar desprecio o admiración, cuando no son simples “coletillas”).

Cual no fuera mi sorpresa, al ir inquiriendo a mis nuevos amigos locales sobre diferentes traducciones literales, al observar que en el idioma de su majestad prácticamente no existían los insultos y “palabrotas”, y que billy goat (macho cabrío), whore/prostitute (puta) o she-fox (zorra) significaban simplemente eso. Y eran términos absolutamente inadecuados para su uso como insulto (“your prostitute mather” constituía un insulto absolutamente ininteligible para aquellas gentes del norte, y por lo tanto: inutilizable).

A medida en que mi conocimiento del idioma fue mejorando comencé a ser consciente de esa anorexia terminológica no estaba exenta de matices, y expresiones neutras como “bruja” (bitch)  que adquirían un sentido lo suficientemente agresivo como para ser tenidas en cuenta para su uso como saetas dialécticas.

Un caso peculiar es el término FUCK, cuya acepción aprendí rápidamente  como “FUCK OFF”, pues tenía la virtud de irritar ostensiblemente tanto a jóvenes como a viejos.

Inquiridos mis auténticos maestros del lenguaje (impensable plantearlo a nuestros profesores jesuíticos) los colegas de “fulbol” (acepción arcana en el léxico bilbaíno de football: basta escuchar al Presidente de la Federación para confirmarlo) y “fish & chips” del barrio, su explicación no pudo ser más sorprendente:
En los dominios de S.M. Británica históricamente el sexo había constituido un aspecto social reglado, de tal manera que, además del derecho de pernada de la nobleza, una vez autorizado el matrimonio era necesario disponer de una “cédula” especial y graciable (supongo que además  gravada con su correspondiente tasa) denominada el “FUCK”  cuyo origen eran las siglas de: Fornication Under Consent of the King), que se colgaba en la puerta de la casa.

De ahí que el FUCK OFF significaba la retirada de esa autorización real al solaz sexual  y representaba todo un fastidio, una frustración de quien era objeto de ella, por lo que su uso a modo de insulto, en seco y en tono de interjección, tenía un cierto matiz a maldición, una expresión  del deseo de que la persona insultada fuera desposeída de la autorización Real.

Lógicamente los latinos que por aquellas épocas comenzábamos a pasar los veranos en tan didáctica actividad rápidamente asumimos el “FUCK OFF” a modo de “fastídiate”/( jódete).

Fue, lógicamente, en Estados Unidos (transcurridos más de 100 años desde su independencia de la corona británica)  donde el término, convertido ya en un arcaísmo carente de significado real, fue evolucionando hacia su concepción actual de FUCK = joder y, supongo que en la medida en que la USA fue siendo invadida pacíficamente por los hispanos del sur, el término adquirió vida propia como verbo y su vulgarización en el uso callejero llevó a la actual riqueza declinatoria del termino.

Es más, mucho me temo que a cualquier americano medio  y, posiblemente a la mayor parte de los súbditos británicos jóvenes, si hoy en día les espetásemos un “FUCK OFF!”  no entenderían el insulto.

Cosas de la evolución del lenguaje.

To F.U.C.K. or not to F.U.C.K.
 

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