“... Que el día más insospechado
y de cualquier manera,
en el lugar más imprevisto
se puede aparecer
la primavera.... “
J. M. Serrat
Sé que no hago bien al permitirle que me haga esto. A pesar de mi carácter indulgente, no llega a tanto mi piedad como para dejar que este Abril, desnudo, al fin, de su disfraz equívoco, a la moda de la Pasarela Marzo, me ande pellizcando el alma de forma tan grosera. Tiene Abril árboles como lanzas de un viejo batallón, siempre antiguo y siempre nuevo y siempre cíclicamente alzado en armas contra el poder central del invierno. Sonríe Abril en sus nubes como si estuviera seguro de que el único reino posible fuera el de la savia y las abejas. Aunque, quién sabe si algo de razón no le asiste.
En el patio de mi casa, que, dicho sea de paso, es particular, se me han revolucionado las flores. Y ya no sé qué fórmulas diplomáticas usar en la redacción del decreto que reprima el levantamiento popular de las mariposas. Abril se ha declarado en huelga de penas caídas y ramas levantadas.
Un destacamento de libélulas de un azul insolente me ha pedido audiencia esta tarde. Solicitaban permiso para establecer no sé qué principado independiente justo en el centro de mi patio. Ya me dirán ustedes en qué supermercado he de comprar un lago o laguna o charca, eso sí, de aspecto “principesco”, que reúnan las condiciones apropiadas para satisfacer todas las necesidades de estos exigentes inquilinos.
Hay un ejército de arrojadas mariquitas campando por sus respetos por los salones verdinegros de mi tomatera. Éstas ni siquiera se han tomado la molestia de pedir permiso ¡Qué grosería! Han invadido territorio ajeno como quien se bebe un vaso de agua.
Un enorme abejorro, muy seguro de sí mismo, realiza diariamente un vuelo de inspección sobre el relajo de un macizo de margaritas amarillas que me acicala el rincón más soleado del patio. No alcanzo a vislumbrar el alcance de sus intenciones, pero, conociendo como conozco el carácter feliz y decidido de tales criaturas, cabe esperarse cualquier gamberrada.
¿Y los gorriones? ¿Qué me dicen ustedes de los gorriones? Esas criaturas sin ley ni miramientos capaces de cualquier atropello con tal de que sirva a sus perversos fines: se comen el alpiste del canario introduciendo sus picos, sin el menor atisbo de recato, entre los barrotes de su jaula (por suerte, el canario está dispuesto a trocar pitanzas por compañía), se beben el agua de la pileta de lavar, hacen sus necesidades sin sonrojo sobre los cactus solemnes del alféizar y otros excesos incalificables. Sobra decir que de nada sirven mis aspavientos e intentos de amedrentarlos. O yo no tengo trazas de espantapájaros o ellos no tienen vergüenza. O las dos cosas.
El patio bulle, en fin, en un maremagnum de consignas radiantes, febriles y coleópteras. Un trompeteo fragoso de trinos, zumbidos y aleteos me desarma la tristeza. Jamás he visto tamaña demostración de desprecio por la autoridad. La primavera es culpable, convicta y confesa de este delito contra el tedio. Abril me sonríe en sus nubes y me envía un mensaje en Morse con las señales lumínicas del sol y la sombra entre las hojas miedosas de la madreselva: “La única autoridad posible es la de la Vida, -me dice- esa que eclosiona en la pequeña raíz arrugada en el humus despertándola en el instante justo del regreso. Nada se puede contra ella”.
Sé que no hago bien al permitirle que me haga esto. A pesar de mi carácter indulgente no debería permitirle a este Abril pacíficamente guerrillero que me ande pellizcando el alma. Que me ande sorprendiendo cada año con un brote nuevo de alegría.