-¿Cuantas veces te he dicho que te quiero, soldado?
-Cientos…miles quizás…no se puede ser más pesada…
-Pues pocas son.
Tala empieza a reírse de manera alocada, tapándose la cara con las sábanas y revolviendo en el aire sus diminutos pies, como si montara en bicicleta, enseñando sobre el camisón de lino sus muslos aceitunados y un pubis azabache y salvaje como una pantera. Las velas aromáticas mecidas por el terral, matizan en tonos pasteles su imagen felina e indómita, su belleza natural, su intensidad, haciéndome sentir bien. Huele a sampaguita y almizcle, y sabe a hoguera y a sal. Y a eternidad.
Juega con los caracoles de mi pelo, me mira con ternura y se vuelve a reír. Cuánta verdad puede haber en tan solo en una mirada…Me muerde la oreja mientras me susurra una obscenidad. Suspira intensamente, exhalando con un pequeño escalofrío. Me besa. Se me sube encima y se refriega. Si la vida son sólo momentos, éste justifica toda mi existencia. Estamos juntos y nos queremos, no creo que haya mayor prioridad en la vida. Mi mejor amiga, mi confesora, mi encubridora y mi cómplice. Por eso me cuesta tanto trabajo recordar la época en que aún no la conocía.
No sabía que las mujeres fueran así; no he tenido más referencias femeninas que una hermana mucho más pequeña que yo y una madre estirada y distante, parca y dura como todos los que nacemos en la Castilla del sol implacable y las heladas, curtidos por el clima y la soledad. No recuerdo haber visto reír a mis padres, ni abrazarse, ni que se dedicasen una sonrisa, o darse algo de consuelo en los malos momentos. Yo era carretero y llevaba el carro de mi padre; cultivaba la tierra e iba a la feria del ganado. Hasta que un día llegó la pareja de la guardia civil con la notificación de la incorporación a filas. Yo tenía 20 años; y lo que no tenían mis padres eran las 2.000 pesetas que me habrían eximido de ir a la guerra. Aunque la verdad es que nunca hay reglas para seguir vivo. Simplemente no depende de ti. En ese momento se desmoronó lo que era todo mi mundo; un mundo del que ahora me separan 20.000 kilómetros, un billete de pasaje de 665 pesetas en tercera clase, y 30 días de mar en rumbo poniente. Todo aquello son ya sólo imágenes inconexas, que se van oxidando en el laberinto de la memoria.
Sólo llevo tres años aquí, pero me parece que jamás he estado en otro sitio que no sea éste; un pequeño trocito de tierra, bañado por un mar intenso e infinito al que ya pertenezco. Magallanes hizo bien en llamar Pacífico a este océano…no se puede definir mejor con ese adjetivo al estado de paz que siento cuando ella me busca. Puede que el mundo haya perdido su tino y ahora sólo reine la sinrazón por todos lados…pero yo soy de ella y ella es mía; y los dos de esta playa…es la única realidad que apunto a discriminar entre tantas líneas borrosas…. Por eso juro no volver a pisar mi patria. Mi antigua patria, pues ahora mi patria es ella, y su pelo al viento, mi bandera. Sé que soy un traidor. Un traidor y un loco. Pero no puedo luchar contra mi mismo, sin terminar perdiendo la cordura. Los recuerdos de España que me vienen, me parecen ya la vida de otro, de un desconocido que a veces, de cuando en cuando, intenta darme alcance. El pasado, en mi caso, siempre será un lugar peligroso.
Algunas mañana bajamos a ver brotar el sol de debajo del mar, en la playa de Sabang. Aparece solemne e impresionante, en tonos ardientes, abriendo de nuevo el ciclo de vida para que renazcan las flores de este paraíso. Luego compramos el pescado a los niños del poblado, que desnudos los atrapan subidos en las palmeras, balanceadas por el virazón, sobre las tranquilas olas de un azul verdoso difícil de describir…vamos muy temprano, cuando hay poca gente. Otras veces paseamos de noche por la playa, hacemos una hoguera y nos pasamos parte de la noche en silencio, cenando y amándonos al arrullo de las olas. Miramos las estrellas y le hablo de constelaciones, del origen del universo y de astronomía; todo lo que más me gustaba de lo que aprendí en la escuela del pueblo. Pero ella prefiere seguir pensando que las luces que hay en el cielo, son las hogueras de los muertos que nos observan, como nosotros a ellos. No sé porque debería tener yo la razón, y no ella.
Me he convertido en uno más entre ellos. Los del poblado al principio me miraban con reticencia, más por desertor que por enemigo…Es curioso el concepto de nobleza y honor que tienen los filipinos. Cuando te reciben, lo hacen sin condiciones, sin resquemores y sin medida, aún teniendo yo comportamientos occidentales que ellos jamás comprenderán. A cuántos tagalos habré matado en los combates que mantuvimos contra los insurgentes de la zona. Quizás al hijo, al padre o al hermano del que me sonríe al cruzarnos por la playa o el mercado. Soy un vagabundo entre dos mundos que no se comprenden y que la mayoría de las veces, se odian.
Ahora yo soy un insurgente más, y hasta el cabecilla de la zona, Teodorico Novicio, me ha ascendido de soldado español a capitán de la nueva milicia local. Nunca entenderé a estos salvajes. Quizás porque cuando los entienda, descubriré que los salvajes somos nosotros, los ciudadanos del mundo civilizado, dispuestos a ensuciar el paraíso por unas riquezas que nunca nos podremos llevar.
Sí, soy un traidor y un desertor. Me llamo Felipe Herrero López, y he nacido en la segoviana localidad de Aldea del Rey. En el sitio de Baler, era el asistente del teniente Saturnino Martín Cerezo, cuando le dejé a él y a todos mis compañeros, el 27 de junio de 1898, justo antes de que nos atacasen. Tala me avisó que se acercaban los rebeldes, tomando entonces partido por ellos, y mancillando el buen nombre de mi unidad, el Batallón de Cazadores Nº 2.
Sí, yo decidí dejar a su suerte a mis 55 camaradas de armas y a los 3 religiosos, soportando durante 377 días los ataques de los que ahora son mis hermanos de armas, las emboscadas, el hambre, el beri-beri, la disentería y el paludismo, entre los muros de la ruinosa iglesia de San Luis de Tolosa. La verdad, nunca pensé que aguantarían tanto tiempo, casi un año, sin entregar la plaza.
Precisamente hoy, 2 de Junio de 1.899, los 33 supervivientes salen con todos los honores. Los tenientes, enarbolando la bandera española, han encabezado la formación de 3 en fondo, con las armas sobre el hombro, por el pasillo que han formado los soldados filipinos, en posición de firmes. No han sido tratados como prisioneros, sino como héroes. Pero yo no he sido capaz de formar para rendirles honores. Me habrían escupido a la cara, con toda la razón. No creo que entiendan mis explicaciones de que la vida es cuestión de prioridades. Ellos pasarán a la historia como los últimos de Filipinas…yo moriré olvidado en la selva, junto a Tala…No quiero otra cosa.
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En septiembre de 1914 aún permanecía abierto el expediente contra Felipe Herrero, por el delito de traición, teniendo el Ministerio de la Guerra retenidas 1.500 pesetas en concepto de salario. Un escrito fechado el 23 de septiembre de 1915 informaba que residía en Caramoán, Camarines (Filipinas).