“El juego de Banana” es una de las lecturas más completas que he podido gozar sobre introspección personal -algo que deberíamos de efectuar más a menudo-.
Nos enfrentamos a algún que otro ‘médium’ y miramos de frente a la muerte… manteniendo un diálogo interior continuo. A través de Ángela conocemos a una serie de caracteres personales asistentes a sus clases de literatura y escritura… a través de lo escrito y de las conversaciones alumno/profesora abarcamos un conjunto de identidades diversas y curiosas.
Inés Matute pone a nuestra disposición un amplio conjunto de títulos literarios y cinematográficos que nos enriquecen. Prosa muy rica que deja al descubierto todo un universo de inquietudes e inseguridades… unas y otras nos atrapan impidiéndonos abandonar la lectura.
Cuando Banana Yoshimoto irrumpe en la vida de Ángela, con su extraña propuesta, todo le conduce a pensar que se trata de una broma. ¿Permutar parte de su herencia por los recuerdos de otra persona? ¿Tan lejos ha llegado la ciencia? Los días transcurren entre las clases en el sótano de la librería Literanta y las visitas al hospital donde su madre agoniza. Pero Banana, y el misterio que le acompaña, siguen cruzándose en su vida.
Liberada al fin de sus obligaciones en la isla y tras visitar a una famosa médium, Ángela Millán emprende un desquiciado viaje sin destino concreto, un viaje que culminará en Granada y gracias al cual se nos desvelarán, finalmente, las reglas del juego de Banana.
Escrita en un tono entre descarado e intimista, la autora nos invita a reflexionar acerca de nuestro papel como padres cuando los hijos nos rechazan, nuestro papel de hijos cuando los padres mueren, nuestra impotencia como creadores cuando la inspiración se esfuma. La identidad, en suma, entendida como un líquido que fluye y se contamina con el paso de los años, de las estaciones, con los cambios de escenario y protagonistas de esta bella historia.
Inés Matute Sánchez (Bilbao, 1964) mallorquina de adopción. Su trayectoria profesional está estrechamente vinculada al mundo del arte, en las facetas de pintora, profesora, galerista y crítico. Colaboradora habitual de todo tipo de publicaciones, “Autorretrato con isla” (Baile del Sol, 2007), es su primera novela y “Focus, once paisajes para Eros” (2009), su primer libro de relatos. Participa dentro de la antología de relatos “Mujeres cuentistas” (2009). En lo literario,actualmente está inmersa en la escritura de la novela “Entre los cactus”. Fuera de este campo, ejerce como coach y programadora neurolingüística en Palma de Mallorca, lugar donde reside hace treinta años.
Desde Palma de Mallorca habla Inés Matute para los lectores de Agitadoras… Gracias…
P.- ¿Desde cuándo escribe? ¿Por qué comenzó a escribir?
R.- Durante mi adolescencia leía y escribía compulsivamente: ambas cosas tenían el poder de transportarme a mundos que agrandaban mi pequeña vida. En los concursos de redacción escolar, una chica llamada Eva Gaztañaga y yo participábamos siempre en representación del Colegio Madre Alberta de Bilbao; no sé qué habrá sido de ella. Profesionalmente, comencé a tomarme la escritura en serio con treinta años. Tuve dos hijas muy seguidas y ello me obligó a pasar demasiado tiempo en casa. Me compré un ordenador y arranqué reflexionando sobre la guerra de los Balcanes, que en esos meses escribía sus episodios más crudos. ¿Mi motivación? La necesidad de tratar temas de enjundia en un momento de mi vida en el que todo eran noches en vela y lactancia. De esa experiencia nació la novela “Autorretrato con isla”, que, como toda ópera prima, es un exorcismo.
P.- ¿Cuándo y por qué nace “El juego de Banana”?
R.- Muchos meses después de la muerte de mi madre. Aún intentaba vender su piso y encontrar mi lugar – soy hija única- en mi nueva familia descabezada. Tras el duelo, comprendí que había perdido para siempre a mis “incondicionales”; me costó aceptar esa intemperie, ese desamparo. La novela nace de la necesidad de ordenar mis pensamientos y de proporcionar un par de claves a mis hijas para cuando yo misma desaparezca. La moraleja no escrita es que de todo se sale. La vida siempre se abre paso.
P.- ¿Qué tipo de documentación ha usado?
R.- He pasado mucho tiempo en los lugares que describo. Me documenté in situ y llené las lagunas que iban surgiendo con datos proporcionados por los buscadores. Madrid, Valladolid, La Mancha… en esos lugares no estoy creando, sino recordando paisajes y experiencias vividas.
P.- ¿Cuánto hay de usted en la historia?
R.- El arranque es autobiográfico. Estaba impartiendo un taller de narrativa creativa en Palma cuando mi madre ingresó en paliativos con un cáncer de páncreas no operable. Pero desde el momento en que metí personajes de ficción en la obra, y les di un protagonismo, descubrí y describí otra historia con una subtrama interesante. Como telón de fondo la isla, mágica, y después, El Sur. El Sur como mito. Para escribir la última parte del libro, me trasladé a Granada dispuesta a empaparme de su atmósfera. Cada noche visité un tablao o una cueva de gitanos. Viví esos días en clave flamenca, mientras por dentro seguía procesando.
P.- ¿Hay un “más allá”?
R.- No soy quién para afirmarlo. Ni yo ni nadie. Pero me gusta el enfoque científico: somos energía y como tal, nos transformamos. Quiero pensar que cuando mi cuerpo físico desaparezca, mi espíritu volverá al lugar donde ya estuvo antes. Si a esto le añades que soy creyente, no pienso en la muerte con exceso de desasosiego.
P.- ¿Cree en las echadoras de cartas y los médiums?
R.- Siempre he sido muy racional y escéptica; lo veía más como una manera de sacarles los cuartos a personas ingenuas y desesperadas. Sin embargo, he de decir que hace unos años coincidí en el hotel Balmoral de Barcelona con Marilyn Rossner, reconocida como la mejor médium del mundo. Ella viene un par de veces al año a España, donde imparte conferencias y recibe consultas privadas. Hablé con su secretaria porque pensé que una entrevista a puerta cerrada me proporcionaría material para un relato breve, seguramente cómico. Tuve suerte: se le anularon dos consultas y me pudo recibir. Estuve una hora con ella y, para mi sorpresa, dijo cosas que era imposible que supiera- referentes a mis padres, que ya habían muerto- afirmando también que una de mis hijas era celíaca, y que la otra, que en ese momento estudiaba Bellas Artes, se vincularía al mundo del cine. A la mayor le diagnosticaron celiaquía un año más tarde, y la pequeña acabó trabajando en la cinemateca de Cataluña y siendo seleccionada en un Festival por un guion cinematográfico. Tras esa entrevista, que me dio mucho en qué pensar, decidí incorporarla a la novela.
P.- ¿Cómo clasificaría el panorama literario actual?
R.- Variado e Interesante, con un mayor protagonismo femenino y muchas obras sobre temas que hasta ahora sólo se habían tanteado. Ha cambiado la mirada, la perspectiva. Tengo una amiga librera que dice que una nueva honestidad ha llegado a las estanterías para quedarse. Por otro lado, la pandemia ha creado un nuevo escenario. Durante los próximos meses aparecerán novelas, poemarios y obras de teatro que tratarán sobre la impotencia y el miedo que hemos sentido, no sólo individualmente, sino como especie. Psicológicamente estamos muy tocados. Ciertas catástrofes que por desgracia no son infrecuentes en el tercer mundo, se han cebado con Estados Unidos, que ya cuenta medio millón de muertos, y con Europa. ¿Cómo olvidar los cadáveres acumulándose en pistas de hielo porque no nos daba tiempo a enterrarlos? La COVID ha sido “la guerra” de nuestra generación, el gran enemigo invisible, y como tal, un gran tema literario. Hemos pasado de ver en el otro al amigo, al amante o al familiar, a ver una amenaza, un vehículo de contagio.
P.- ¿Cuáles son sus géneros y autores favoritos?
R.- La novela y el cuento. Tuve años de leer mucha poesía y ensayo, pero ahora mismo me inclino por la novela. Aunque podría darle cien nombres, mis autores vivos de referencia son Julian Barnes, John Banville, Jeannette Winterson, y Michel Houellebecq. Dentro del panorma nacional, me encantan Rafael Chirbes, Manuel Vilas, Vila- Matas, Agustín Fernández Malllo y José Ovejero. Con Marta Sanz, Almudena Grandes y Rosa Montero mantengo una conexión de género y yo narrativo. Pero si me hubieras pedido un único nombre, de un autor de cualquier época, el nombre de Cortázar aparecería escrito con letras de oro.
P.- Como lectora, prefiere: ¿Libro electrónico, papel o audio libro?
R.- Me gusta el libro como tal. Poder subrayarlo, anotar al margen, prestarlo y sobre todo, regalarlo.
P.- ¿Qué está leyendo ahora mismo?
R.- Aparte de la documentación necesaria para la nueva novela – muchas tesis sobre el trastorno narcisista- tengo la suerte de poder leer los borradores de las novelas de mis amigos. Estoy con un magnífico manuscrito que, seguramente, no se publicará por cobardía de los editores. Es una novela breve de Miguel Dalmau escrita, como en un trance, durante los primeros meses de confinamiento. Una gran obra, radical y descarnada, que espero acabe viendo la luz.
P.- ¿Qué manías tiene a la hora de escribir?
R.- Para escribir necesito silencio, buena luz y un ordenador. Sin silencio, soy incapaz de concentrarme.
P.- Relate alguna curiosidad literaria personal que le haya ocurrido.
R.- Coincidí con Ana María Matute, ya anciana, en una edición de la Semana Negra de Gijón. Mi nombre completo es Inés María Matute, y en una ocasión, en una feria del libro, una lectora me dijo “¡Pensaba que eras una viejita, y mírate, debes ser como yo!”, evidentemente, me confundió con la académica. Le conté esta anécdota en Gijón y acabamos haciendo cábalas sobre un posible parentesco. Era una mujer encantadora, muy cercana y divertida. Sentí mucho su muerte.
P.- ¿Por qué hay que leer “El Juego de Banana”?
R.- La protagonista de la novela pierde a su madre, pero tiene tiempo de despedirse de ella, de ordenar sus pensamientos y decidir qué hará en su nueva orfandad sin necesidad de improvisar sobre la marcha. Durante los últimos meses, miles de personas han perdido a sus padres y mayores del peor modo posible, sin poder acompañarles, recibiendo una llamada de móvil con sus últimas palabras. Hemos llevado a un familiar contagiado al hospital y hemos regresado a por su cadáver, sin haber compartido con él ese momento trascendente. Ni siquiera hemos podido cumplir con el ritual del funeral y el enterramiento en condiciones. La carga de dramatismo y desesperación ha sido enorme. La protagonista nos enseña a transitar por ese dolor, y nos muestra que la vida sigue a pesar de las cicatrices y los reajustes que hacemos para poder seguir viviendo. Con todo, no es una novela triste, hay humor, hay ternura y hay giros argumentales sorprendentes, por no hablar de una enigmática oriental que aparece siempre cuando menos se la espera.
P.- ¿Cómo está sobrellevando la pandemia? ¿qué planes tiene a corto y medio plazo?
R.- Afortunadamente para mí, me encanta leer, escribir y ver películas, y todo eso lo puedo hacer sin salir de casa. Nunca he hecho demasiada vida social y tengo la suerte de vivir al lado del mar. Paseo mucho. El Mediterráneo me atempera. En lo personal, ninguna persona cercana a mi ha fallecido por este virus, aunque hice el confinamiento sola, con una hija en Sidney y la otra en Barcelona. He tenido mucha suerte. A corto plazo, espero terminar con éxito la novela que me traigo entre manos, que es la brutal historia de un amor tóxico. A medio plazo, ya no hago planes, pues acabamos de comprobar que la vida los hace por nosotros. Y por ese motivo nos interesa exprimir cada momento, no dejar nada para mañana. Porque el mañana nadie lo tiene garantizado.