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ISSN 1989-4163

NUMERO 121 - MARZO 2021

 

Situación Social de la Mujer en la Prehistoria y en las Antiguas Civilizaciones

Carmelo Arribas

Contradiciendo el relato mítico, que nos cuenta  la Biblia, según el cual fue Adán el primero en ser creado, las teorías genetistas que estudian la Eva mitocondrial , de la que proviene toda la humanidad, llegan a la conclusión de que el varón fue humano 50.000 años después de que lo fuera la mujer. Este aparente contrasentido es explicable porque las mitocondrias se heredan por vía materna, y  los cromosomas “Y ”   por vía paterna. El  Adán cromosómico, no vivió por lo tanto en la misma época que la Eva mitocondrial. Esta mitocondria que había mutado y que convertía a aquella “mona”, en humana, pudo haberlo hecho aproximadamente en África entre los años 140.000 y 290.000 a.C, incorporándose el hombre  a la humanidad muy posteriormente. De esta circunstancia se han querido sacar conclusiones sobre la evolución del cerebro femenino y masculino, pero estas carecen de la más mínima seriedad científica.

Tras esto, parecería que la situación social de la mujer en la prehistoria debía de ser preeminente respecto a la del varón. Pero no lo fue. Intentaré, con todos los condicionantes que ello conlleva, ver cuál era su situación en estas sociedades primitivas, cuyos estereotipos nos han llegado hasta ahora. La visión histórica de estos hombres/ mujeres  prehistóricos,  hecha excepción de las llamadas Venus, que están también en el ámbito androcéntrico, muestra a una mujer invisible, a la que se ha relegado a un papel prácticamente de mera espectadora y comparsa, cuando la gran revolución humana, como fue la agricultura y el sedentarismo pudo tener en ella al protagonista y ser ella la artífice de la misma. Las investigaciones que se han realizado hasta ahora, suelen tener como punto de mira y de modo casi exclusivo, al género masculino.  -(Incluida la peregrina teoría   del biólogo e historiador alemán Josef H. Reichholf, de la Universidad Técnica de Munich, que apunta en su libro «¿Por qué los hombres se volvieron sedentarios?»,  y que le lleva a la conclusión de que lo hicieron, para “fabricar cerveza y emborracharse”).

Los arqueólogos y antropólogos han volcado todas sus interpretaciones en el hombre, situando a la mujer como testigo mudo en los siglos, e incluso milenios de presencia sobre la tierra, cuya única aparición reconocida, además de ciertas pinturas,  ha sido la de las estatuillas a las que genéricamente se le ha dado el nombre de Venus. Los últimos estudios están intentando dar una visión alternativa, otorgándole un mayor protagonismo y rescatándola del exclusivo papel de reproductora. Sin embargo, algunos hallazgos sugieren que la situación de la mujer, en este período, podría confirmar esa situación de ser considerada como propiedad del varón, o al menos como elemento reproductor necesario para la perduración y poder de la tribu basado en la abundancia de individuos.

 En 1983 un campesino alemán, encontró en un meandro del río Neckar cercano a Stuttgard, el denominado “Osario de Talheim”, formado por  los cadáveres de 34 individuos, entre ellos 16 niños. Era evidente que habían sido masacrados, como lo demostraban las fracturas de los cráneos ocasionadas por los golpes recibidos con instrumentos de piedra, mientras que otros más alejados, lo que indicaría su intento de huir de la matanza, fueron abatidos por flechas con punta de sílex. Lo llamativo de este osario, es que todos los restos pertenecían a varones, lo que confirmaría que la intencionalidad del ataque, no era la posesión de un mayor territorio, o la consecución de un botín, sino el rapto de las mujeres de la tribu. Acontecimiento que se repetirá a través de la historia, y del que tendremos noticia escrita en otras ocasiones, como el “Rapto de las Sabinas”.

 

 

 


 

 

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