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ISSN 1989-4163

NUMERO 111 - MARZO 2020

 

Niños (Episodio 6)

Bel Carrasco

Al sur del Mar Angosto

          Daenerys vuela por primera vez con sus dragones. Monta a Daario, escoltada por Jorah y Gusagrís, en busca de una isla más extensa y rica en fauna salvaje, donde instalarse con mayor comodidad. Los dragones no han alcanzado todavía su tamaño adulto, pero, con las alas extendidas proyectan majestuosas sombras de perfiles recortados allí donde sus cuerpos se interponen al sol.
          De pronto Daenerys divisa tres barcos que ejecutan extrañas maniobras. Dos de los navíos negros de los piratas de Euron Greyjoy atacan a un bergantín desarmado. Al ver a los dragones, los piratas les lanzan una nube de flechas, una de ellas roza el cuello de Jonah que responde iracundo lanzando una columna de fuego. Daenerys le ordena que reprima su rabia, pues no quiere desencadenar una matanza, sino dar un escarmiento. Daario y Gusagrís entran en acción con sus potentes armas de agua y aire consiguiendo desarbolar los barcos piratas y hundirlos. Los supervivientes huyen a bordo de botes sin mirar atrás.
          Daario deposita a Daenerys en la cubierta del bergantín, y se ve rodeada por decenas de niños y niñas que la observan, atónitos, con una mezcla de admiración y miedo. Unos muestran mutilaciones en distintas partes del cuerpo y otros horrendas cicatrices de quemaduras. Se oye un silbido y los niños abren un pasillo por el que avanza un hombre de cierta edad y aspecto distinguido que se postra ante Daenerys.
          Hombre—Gracias por salvarnos de los piratas, Madre de Dragones. ¿Eres Daenerys, la Rompedora de Cadenas o tal vez algún avatar suyo?
          Daenerys—No importa quién sea yo. Dime quién eres tú y adónde te diriges con todas estas criaturas. Tu rostro me resulta familiar pero no logro recordar...
          Hombre—Soy Sir Davos Seaworth, el Caballero de la Cebolla, consejero que fui del fallecido Rey Stannis y antiguo contrabandista. Ahora capitaneo este barco y soy el tutor de estos desgraciados niños. Perdieron a sus padres en las guerras de los Cinco Reyes y, como podéis ver han sufrido también otras pérdidas, a las que se suman las invisibles que pesan en su espíritu.
          El rostro de Daeneys se ensombrece y dos lágrimas corren por sus mejillas. Comprende que tiene ante sus ojos algunas de las víctimas inocentes que masacró durante su ataque con Drogon a Desembarco del Rey. ¿Por qué tuvo que aniquilar la ciudad? ¿Por qué no se dirigió directamente a la Fortaleza Roja a matar a la aborrecible Cersei? Abstraída en su sentimiento de culpa, ignora las explicaciones de Davos, hasta que una palabra que éste pronuncia le hace volver a la realidad.
          D.—¿Inmaculados? ¿Os referís al ejército invencible liderado por Gusano Gris?—Un torrente de perturbadoras imágenes la inunda. Revive las clamorosas victorias pero también la decapitación de su amada Missandei—¿Qué tienen que ver estos niños con los Inmaculados?
          D.—Os lo estaba diciendo, señora. Al acabar la guerra los soldados supervivientes querían instalarse en Naath, isla natal de  Missandei. Pero les advirtieron que eso sería imposible ya que en ese lugar los forasteros son rechazados a causa de las sustancias tóxicas mortíferas que emiten unas mariposas endémicas a la que sólo los nativos son inmunes. Así que se trasladaron a una isla próxima, Solaz, también conocida como la Isla de las Putas. Allí formaron una próspera colonia y como los Inmaculados no pueden tener descendencia se han ofrecido a adoptar a estos niños huérfanos en un gesto compasivo que les honra. Recibirán una educación para que en el futuro puedan valerse por sí mismos dentro de sus limitadas posibilidades.
          D.—¿Solaz? Nunca oí hablar de ese lugar.
          Davos—Es poco conocido por estar alejado de las rutas comerciales.
          D.—Muy bien, Sir Davos, os escoltaré con mis dragones en vuestro viaje. Estos niños deben llegar sanos y salvos a su destino.

La Fortaleza Roja

          Aposentada en un cómodo sillón forrado de cojines, los pies apoyados en un escabel, Brienne de Tarth amamanta a su bebé. Los rayos oblicuos del sol poniente se filtran a través de una vidriera que representa la lucha entre un león y un venado de gran cornamenta tiñendo la atmósfera de un tono dorado. Una sirviente anuncia la llegada de un visitante ilustre y Brienne se abrocha el vestido y deja al bebé en su cuna. Tyron entra en la estancia a paso vivo y con aire eufórico.
          Tyron—Perdonad la intromisión, mi señora. Desde que el maestre Sam me habló del nacimiento de vuestro hijo estaba ansioso de conocerle, pero las tareas de gobernar me han tenido muy ocupado hasta ahora. ¿Puedo verlo?
          Brienne asiente con una sonrisa y le ofrece el escabel. Tyron trepa a él, se asoma al borde de la cuna y hace carantoñas al bebé que estalla en llanto. Su madre lo coge en brazos y el niño se calma.
          T.—Creo que lo he asustado. No me acordaba de lo feo que soy. ¿Has pensado qué nombre darle?
          Brienne—No he tenido que pensarlo. Nada más supe que crecía en mi vientre lo llamé Jaime, y así se llamará.
          T.—Sabia decisión.
          B.—Vuestro hermano era un hombre extraordinario. En el poco tiempo que traté con él me inspiró el mayor odio y el mayor amor que soy capaz de sentir por otro ser humano.
          T.—Sí, los Lannister, algunos Lannister somos así. Intensos.
          Contemplan al bebé en silencio mientras mengua la luz crepuscular . Entra una sirvienta y enciende las velas.
          T.—Quiero que sepas la gran alegría que me produce veros a ti y a ese niño sanos y felices. Mi familia ha sido aniquilada, en parte a causa de sus propios excesos y errores, aunque también hubo víctimas inocentes como mis dos sobrinos pequeños. Ese niño, Jaime es una luz de esperanza. Será como su madre, como tú eres; grande, noble y guerrera. Pero también tendrá la sangre levantisca de los leones, una combinación muy especial. Sí, será savia nueva para un viejo tronco que se resiste a morir.
          B.—También vos podéis aportar nueva savia. Todavía no sois viejo.
          Tyron lanza una risa estentórea.
          T.—Te agradezco el cumplido, mi señora pero mis pámpanos antaño cuajados de racimos hoy son resecos sarmientos. Además, nunca me atrevería a traer a este mundo a alguien que pudiera avergonzarse de su padre. Por otra parte, mi tronco es más bien un tocón que desmerece el bosque.
          Se sumen otra vez en el silencio contemplado al bebé que duerme en brazos de su madre.
          T.—Tal vez me equivoco pero os encuentro muy cambiada, y no lo digo únicamente por lo mucho que os favorece la maternidad.
          B.—Gracias, mi señor. Lo cierto es que me siento muy distinta a la mujer que era antes. Todavía no puedo creer que esta maravillosa criatura que acuno estuviera hace poco dentro de mí siendo los dos el mismo ser. Los primeros meses de embarazo fueron un suplicio, pero después entré en un estado de inmensa plenitud y placidez que jamás había experimentado.
          T.—¿Todavía te sientes caballero? ¿Se puede ser madre y guerrero a la vez?
          B.—No sabría decir. He matado a muchos hombres, tanto a vivos como a muertos, y no me arrepiento. Pero después de experimentar en carne propia lo que cuesta dar vida a un ser humano, no sé si seré capaz de seguir matando. Creo que en la cara de mi enemigo vería proyectada la de su madre, y eso detendría el golpe de mi brazo.
          T.—¿Y qué pensáis hacer cuando Jaime esté criado? No os imagino dedicada a las actividades fútiles con las que entretienen el tiempo las damas de la corte.
          B.—He pensado cambiar de oficio. Ayudar a alumbrar vida me parece la tarea más noble y necesaria en estos tiempos convulsos. Le he pedido a mi padre que me adelante una parte de la herencia que me corresponde para crear una casa de salud donde las mujeres pobres puedan dar a luz con los mejores cuidados.
          T.—Me parece una idea excelente.

Desembarco del Rey

          Medio tumbados en ornamentados lechos, August y Bron beben vino mientras contemplan a media docena de jóvenes desnudas que se exhiben ante ellos bajo la vigilancia de Crispín Casper, sucesor de Meñique en la gestión de los burdeles más selectos. Todas las putas son entradas en carnes, rollizas, algunas francamente obesas.
          August—¿Por qué todas tus chicas son gordas? ¡No me gustan las mujeres gordas!
          Crispín—Son así como las solicitan ahora los señores, hartos de ver  mujeres flacas y famélicas a causa del hambre que trajo la guerra. Las abundantes carnes se consideran signo de prosperidad. Y bien que me cuestan alimentar a estas vacas insaciables. Pero si  preferís, puedo serviros mercancía más ligera.
          Bron—Hazlo pues, y déjanos solos que tenemos que hablar en privado. Di que traigan más vino, y asegúrate que no hay ojos ni oídos indiscretos.
          Crispín hace una reverencia y sale, sigiloso de la estancia.
          B.—¿Qué tal os va la vida de casado?
          A.—Acostarse todos los días con la misma mujer no es muy excitante, la verdad, pero cumplo con mi deber y tengo a la reina satisfecha. Parece que ya he sembrado mi simiente en sus entraños y esperamos un hijo para dentro de unos meses.
          B.—¡Enhorabuena! Tener descendencia es el primer deber de un monarca. Un obligación generalmente bastante placentera.
          A.—Vayamos al grano: ¿Ya has empezado a poner en marcha nuestro plan?
          B.—Así es, aunque, a decir verdad no entiendo muy bien vuestros propósitos. Es algo habitual que reyes y señores contratan mercenarios para que luchen por ellos, pero nunca había visto que los contraten para ser atacados por ellos.
          August rie a grandes carcajadas.
          A.—¡Ay, amigo Bron! Sois sin duda un luchador infatigable y un hombre afortunado que supo acogerse a la sombra de los Lannister, y sobrevivir a un sinfín de vicisitudes, pero la sutileza política no es lo vuestro.
          B.—Explicadme pues lo que pasa por vuestra mente y haré lo posible por entenderlo con mi limitada sesera.
          A.—Durante siglos, quizá milenios el poder en los Siete Reinos de Poniente lo han decidido la fuerza de las armas y la voz de la sangre. Quienes han gobernado lo han hecho, bien por ser hijos de tal o cual padre, bien por haber vencido en una guerra. Creo que ya es hora de dejar atrás ese viejo orden y alumbrar una nueva era.
          B.—¿Una nueva era? Eso suena a fanatismo religioso como el que inspiraba al difunto Stannis o al Gorrión Supremo.
          A.—Nada de religión ni estúpidas supersticiones, amigo mío. Se trata de desterrar a esos ineptos fantoches, tiránicos y despóticos, y dar paso a hombres capaces que sepan lo que el pueblo necesita y cómo conseguir paz y prosperidad.
          B.—Hombres como vos, por supuesto.
          A.—Tú lo has dicho. Te contaré una historia. Mi padre se rebeló contra su poderosa familia y sus rancias tradiciones, y  muy joven huyó de casa con una carta de presentación rubricada por la firma de su padre, que él mismo había falsificado y un puñado de joyas que robó a su madre. Con este patrimonio llegó a un país lejano y desconocido, y en un par de años amasó una fortuna y se granjeó un sólido prestigio. Trabajó y se esforzó mucho, sí. Pero no triunfó a base de trabajo y esfuerzo, porque sólo así no se consiguen grandes cosas. Triunfó gracias a sus dotes de persuasión y de seducción, a su capacidad para calar a la gente, entablar alianzas fecundas y hacer valer sus ideas por encima de las de los demás.
          B.—Pero estáis hablando de negocios.
          A.—En realidad la política se parece mucho a los negocios.  Consiste en tener satisfechos a los clientes, desprestigiar y destruir a los competidores y, sobre todo hacer que los beneficios superen siempre a los gastos.
          B.—No sé si sois un osado o un loco, tal vez ambas cosas. Pero me gusta eso de que los beneficios estén garantizados.

(Continuará)

 

 


 

 

Brienne 

 

 

 
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