Más pequeñas aún eran tus manos,
venosas y morenas;
más pequeñas aún que dos bonsáis,
que dos árboles complejos, contraídos.
Amasaban pestiños, panes de harina blanca,
tortas de piñonate. Tus manos
pelaban ajos tiernos, patatas tempraneras,
largas pencas de acelga.
Planchaban dobladillos, las mangas y los cuellos.
Encalaban la casa por encima del friso.
Lavaban los visillos, las dos colchas morunas,
las medias con costura.
Limpiaban las orejas del sillón.
Cosían los ojales, jaretas y festones.
Zurcían calcetines.
Bordaban iniciales en la mantelería, tus manos.
Buscaban sus abrazos a mi espalda:
dos ardillas partiendo su avellana.
Me dieron el adiós con La muerte del cisne. Tus manos.
Con el largo pañuelo de Isadora Duncan.
Bajé de tus bonsáis a una calle agitada.
Era un día de agosto.
La puerta de casa se cerró. Lacró. Selló. Borró.
(De La noche en una flor de baobab)