«la lejanía ciega, el viento del desierto sin mirada
que escribe nombres de arena en la pizarra de los deseos,
en versión original con subtítulos en tus ojos»
Cuerpo felino de tu palabra
(Los sepopardos)
«Aviones remontando el vuelo, vibración del aire, ruidos y ecos que se alejaban. La electricidad del silencio»: Sur, Antonio Soler
***
Está la tarde tan lluviosa, tan oscura,
doblando a lunes de silencio,
fingiendo, tan sucia de lejanías
que no entiendes por qué no miras para atrás,
como otra mujer de Lot, tan anónima en el Génesis como tú;
como otra Eurídice sin mirada, sin música, desvanecida.
Solo paseas esa coleta que se llora encima de tu cuerpo,
presintiendo los sus ojos en tu espalda,
el resplandor perdido de su boca,
bajo un silencio de cristales y pantallas
como oscuras aguas lustrales,
mientras un calambre hasta el suelo
suena a mojado desnudo en la piel.
Te vas yendo, y tú lo sabes; no lo admites, lo lloras:
la falda a la huida, marcha atrás, vacías las manos
en tu propio hueco.
Estoy observando con los ojos de tu otro
ese cuerpo felino que es tu silencio;
las caléndulas que a él le crecen agónicas
como un laurel por aquel recién dolor de codos
apoyado en la barandilla del adiós:
—Hasta cuándo, ni sé si te volveré
a siquiera bebernos un beso sin vaso,
a pesar del móvil tan lejano,
con tu imagen en mí vertida.
Tal vez conozcan la verdad los antiguos oráculos del viento
y sepan qué va a ocurrir con tu mirada.
Tu coleta es la raíz de la espalda, medula ardida,
cuando la tarde se nos ha venido encima, debajo de los brazos,
brizando los abrazos que se pierden
por la puerta de embarque, en esa electricidad del silencio,
en esos ojos que no miran atrás,
como para convertirte en estatua de sal
o devolverte al reino de los infiernos de tu ciega ausencia,
en versión original con subtítulos en tus ojos.
La falta del aroma de tu paciencia en la coleta cuajada de llantos,
como un vaivén de miedos son tus manos.
Mientras que él te mira, le pido sus ojos,
y contemplo de lejos tu cintura escondida,
sus manos entrelazadas rezando al destino.
Con esa prestada mirada te admiro ligera, grácil, solo espalda,
sin los ojos que antes asombraban sombras,
respondían besos, causaban intriga,
y que ahora se extravían tras el control de equipajes:
ruidosa escena en este campo de Agramante:
el cinturón, las botas con tacón, las cimbreantes pulseras,
el vacío agudo en las manos, los besos parados,
husos retrasados ocho labios de hemisferio,
la espera del arco de los silbidos,
las pestañas mojadas de tanto aguantar,
los ojos clavados, estatua de sal e infiernos,
que llevas en la espalda vertiginosos,
madrugadores, huidos ya, prestados hacia ti;
argos el aire de los guardias,
descripción de vuelos, repaso de tarros:
es la marca de tu champú, el olor de la despedida,
el tacto roto y sordo de tu nombre.
El aeropuerto desesperado, ruidos y ecos que se aúllan:
Aviones remontando el vuelo, vibración del aire…
Y con los ojos prestados por los años, recorro vuestra despedida,
juego a esa vida que no es mía, y la pierdo,
porque me voy persiguiendo en la memoria hasta tropezar
con tu imagen fija en el llanto de la coleta,
en versión original con subtítulos en tus ojos,
en las canciones que no suenan, en las salidas sin entradas,
en las franjas de países de colores desconocidos,
en las uñas pintadas que no veo con esos ojos prestados.
Aquella vida que fue tan mía
como un dolor bajo, húmedo, mojado, que me atraviesa
de hemisferio a huso horario.
Eres como un diluvio sin arca,
como una mujer de Lot con nombre,
como una Eurídice rescatada:
La electricidad del silencio,
la dolencia que quema,
… ruidos y ecos que se alejaban,
el llanto de tu coleta.
Despega los labios despacio, que no se separen,
como si de un álbum de cromos antiguos se tratase;
cuídalos bien, sin romper el beso.
Te dicen estos ojos de otro,
en versión original con subtítulos en tus ojos.