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ISSN 1989-4163

NUMERO 101 - MARZO 2019

Checoslobalkania (XVIi) - La Mierda Arde, de Petr Šabach

Luis Arturo Hernández

                  ¿CHECA BUSCA (SER) CHICO o CHECO BUSCA CHICA?   
   (La mierda arde, de Petr Šabach, Boadilla del Monte (Madrid), ed. Huso, 2016.)      
        —“¿Crees —me dijo una de ellas— que Hrabal es una burbuja que algún día estallará?”   
              Petr Sabach, “Agua con zumo”, en La mierda arde (p. 97)

 A la conga festiva del carnaval de la literatura grotesca checa que encabezaba ya hace un siglo Hašek y que se continúa con Putík, Hrabal y Kundera, Ota Pavel y Skvorecky, Lustig y Kratochvil o, más jóvenes, Pekárková o Viewegh, se sumaba a finales del siglo pasado y tras la desintegración de Checoslovaquia, el hasta ahora inédito Petr Šabach.

   La mierda arde (1994), bestseller que fue su tarjeta de presentación en la República Checa, está constituido por tres relatos, los dos primeros de los cuales —“La apuesta” y “Bellevue”— no son sino el aperitivo y el entrante del tercero —“Agua con zumo”—, el más extenso y un ensartado de anécdotas autobiográficas que ha consagrado a su autor.

   Inserto en esa tradición grotesca eslava en que lo dramático y lo cómico se funden en un híbrido bifaz que con/funde la risa y el llanto haciendo de la vida una carnavalada y que constituye todo un género en la literatura checa, el tríptico de  Šabach se asienta en el trípode de esta categoría estética formulada por el ruso Bajtin, cargando las molestias en tres edades del ser humano: el humor negro, “del ahorcado”, proverbialmente checo, en los viejos jubilados de la quinta del hrabaliano tío Pepin, en el primero —apostarse a ver quién aguanta más sin respirar o, luego, “El abuelo tenía un sudor mortal en la frente y escuchaba […] la risa escandalosa en la cabina del conductor” (p. 43)—, y abundando en el territorio común al sexo y la escatología —“¡En tercero, y aún se mea encima!” (p. 32) o “El abuelo […] entendió que no le saldría ni una sola gota” (p. 39)— en pubertad y adolescencia o juventud y primera madurez respectivamente en sus dos últimos textos.

   Narrativa fragmentaria y encadenamiento de relatos jocosos muy en la tradición de la narrativa tabernaria checa —actualizada en el XXI en monólogo del estilo del “Club de la comedia” o guion cinematográfico de “Bienvenidos a la antigua república socialista (“Estaba actuando para un equipo de rodaje invisible”, p. 133)—, La mierda arde ofrece una ironía bienhumorada, equidistante entre la comicidad de golpes y porrazos —o salir volando por los aires: “El pequeño cruzó la habitación volando como un títere de trapo” (p. 26)—, que no respeta edades, y el sarcasmo hacia la burocrática distopía de la vieja guardia del régimen comunista, ogro filantrópico encarnado, en el ámbito doméstico, en la figura del pobre padre, por parte de un narrador adolescente en la Primavera de Praga.

   Aunque cuento,  en el sentido técnico del género, lo sea únicamente “La apuesta”, sin embargo, apunta ya uno de los motivos recurrentes que, de forma transversal, hilvanan el segundo relato y el collage de narraciones y chistes que sirven a “Agua con zumo”: la competitividad masculina, el pulso, la porfía y amor propio —“estaba orgulloso porque había visto reconocimiento en los ojos de los hombres” (p. 39)—, como en la discusión sobre si “la mierda arde” en boca de dos chicos en el autobús y que da título al volumen, mientras ellas “Se prestaban las unas a las otras una especie de animalillo de felpa” (p. 17). Y esa mirada humorística, sobre la tipología sexual, resulta bastante complaciente cuando se dirige a ellas, las chicas o mujeres, captadas en el momento de la pubertad, como en “Bellevue”,  relato de perspectiva giratoria, un intergeneracional corro de la patata de los varones de la familia en torno a la “chiquilla” que, acaso por la freudiana “envidia del pene”, fantasea con la transexualidad —“Yo un día seré un hombre, sabía la chiquilla”, p. 30—, “tachándose” como mujer —Lacan dixit— entre la misoginia de unos —¿Me la tengo que cortar o qué?” (p. 40)  o “Las mujeres son como las serpientes, si les das la mano te la muerden” (p. 89)— y el machismo de otros —“De ellos manaba algo animal que le imponía” (p. 61)—, enajenada por el pensamiento falogocéntrico —“Tenéis pito, ¿qué os puede faltar?” (p. 48)—, para terminar reintegrándose al fin —“Y entonces lo captó” ¡Lo hacían por ella! […] Juro que nunca pediré el cambio [de sexo]” (p. 49)— a una configuración predeterminada y conforme a la identidad sexual prevista, que reconduce lo biológico a lo cultural —“lo cultural en su sentido de elaboración y organización racional de la naturaleza”, Lucía Guerra hablando de Mª Luisa Bombal—.

      ¿LOS CHECOS CON LAS CHECAS o RAPSODIA BOHEMIA EN BOHEMIA?

          “Quiero captar aquí la diferencia entre tíos y tías. Sobre eso se supone que va el relato. Los chicos se supone que hacen bromas más chungas. No digo que esté mal para una chica, pero un chico habría colgado ahí sus calzoncillos o un rollo de papel de váter, ¿lo pillas? Los tíos tienen que llevarlo más allá.” 
                                      Petr Šabach, “Agua con zumo” (p. 61)

          “[…] si hay algo que odio con todo mi corazón, es eso que llaman ser bohemio.”

Jaroslav Seifert, Toda la belleza del mundo (Seix Barral, 1995, p. 40)

    Y de la protagonista innominada —“la niña”, “la chiquilla”—, parecido travestismo simbólico se hace extensivo, corregido y aumentado, en “Agua con zumo” —“Debía de ser eso, ¡la muñeca que parpadea!/ Y sí, también. Con un pequeño defecto en su belleza. Era un negrito de baquelita, con los ojos saltones y vestidito de niña” (p. 53)— a Ana, Andulka, lúdica y espontánea, desprejuiciada y libérrima en la niñez y reemplazada, a partir de la adolescencia, por A.,  la novia del narrador, reconducida ya a los tópicos del folklore y estereotipos femeninos de maternidad y belleza —“si el cerebro estuviera a la vista, las niñas se lo peinarían hacia atrás” (p. 66) —, coquetería —consustancial a una Maryška, la madre de Hrabal—, eufemismos—“Yo también he follado. […] ¿Os podéis imaginar que las chicas hablaran así entre ellas?” (p. 89)— y cotilleo, en la guerra(ill)a (fría) de sexos —“No tenemos tiempo para eso  —dijo A. cuando intenté convencerla de que las mujeres en esencia no son seres lúdicos” (p. 131)—, de feliz conformismo:   

                     “Los autores sopesan la posibilidad de que las mujeres consideren su cumpleaños como una circunstancia vital significativa, mientras que para los hombres sea un plazo mortal (p. 161).

   Y, de la mano de tal prejuicio sexual hacia la Otra —“Casi todas las chicas dicen que les gustaría ser chicos. Recuerdan que subían a los árboles con los chicos  y disparaban con tirachinas, y muchísimas cosas más. En realidad eran niños que sólo más adelante y providencialmente se convirtieron en unas mujeres sensacionales” (p. 92)—, se muestra     el perjuicio racial hacia la Otra otra, en este caso mujer de la minoría gitana en Chequia, con su modo de vida bohemio en Bohemia —y bastará recordar aquellas maratonianas Bodas en casa de Bohumil Hrabal—, en el tan socialmente incorrecto parlamento del narrador, trabajador social de una casa de cultura: “El racismo, muchacho —continué, exaltado—, tiene una particularidad muy importante. Funciona en ambos sentidos.    […] No las compadezcas. Ellas no te compadecen. Cuando un gitano te roba, cuando te levanta la pasta en el tranvía, se imagina a sí mismo casi como Curro Jiménez” (p. 105).

   Y todo ello en un relato que, desde la perspectiva del narrador, multiplica los enfoques  a la rueda rueda de un agridulce baile de carnaval, en aceleradísima linterna mágica que no parase de girar sobre el eje de la voz de Šabach, al ritmo de su vertiginosa zarabanda.

        LA MIERDA ARDE Y SE APAGA EN UN PIS PAS CON AGUA CON ZUMO
                —“Llegaremos en un pis pas, yayo. […] Se la sacarán con una sonda y ya está.”
                                                   Petr Šabach, “Bellevue” (p. 41)

   Y aunque el título despida cierto tufillo sensacionalista, pues se trata tan solo de una única alusión en el prefacio —“En los asientos detrás de mí había sentados dos chicos, con gafas y con la frente ancha. Con mucha seriedad, y desde todos los puntos de vista, analizaban el problema de si la mierda arde” (p. 17)—, en una obra en la que las aguas mayores —la “alegre materia” bajtiniana, principio de la muerte y renovación natural— brillan por su ausencia —al contrario que las aguas menores, tan pródigas en la obra—, bien podría responder el vecino vienés Karl Kraus, en línea con el “grotesco siniestro” postulado por Kayser, a través de su médium el editor Eckart Früh, que en su Postfacio a Los últimos días de la Humanidad (Hondarribia, Hiru, 2010, p. 314) sentenciaba así:

   «Karl Kraus supo “humillar incluso la guerra” siguiente [la Segunda Guerra Mundial]; “exponerla al desprecio como un gigantesco y burlesco engendro de porquería y fuego, cuya porquería alimentó el fuego para que el fuego alimentase la porquería”.»

 


La mierda arde

 

 

 

 

 

 

 
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