Taponemos los haces de luz que intentan sobrepasar
las rendijas que descubren nuestros escondrijos.
Tú y yo y la carne cruda y a la deriva.
Ahora gimen nuestros arroyos exangües desde la mesita del crespúsculo,
sita en el centro geométrico de nuestro lecho.
Al hecho.
Esos arroyos interpretan que ya no es ni noche ni día.
Solo nuestra necesidad.
En todos los fragmentos de la invasión de las vidrieras estalladas,
envenenadas por la luz exterior
apareces tú y te conviertes en ti.
En todos.
Y yo me convierto en mí junto a tu aparición.
Carne cruda o medio roja como dicen en la Tierra del Fuego.
Cuestión de intensidad.
Misericordia, oh mi amor.
Seamos curiosos vampiros extranjeros como la primera vez.
Erguidos y cómplices para asumir
que no tendremos final.