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ISSN 1989-4163

NUMERO 81 - MARZO 2017

A Trump le va el Artisteo, no el Arte

Inés Matute

Me preocupa mucho lo que el energúmeno recién elegido Presidente de los EEUU pueda llegar a hacer en lo tocante al mundo del arte. Poco sabemos aún de las políticas culturales de la Nueva Administración Norteamericana -es asunto secundario, “naturalmente”-. El proteccionismo económico y la ola de neonacionalismos populistas que invade Occidente y de la que el nuevo presidente parece el adalid de los salvapatrias, no constituye un buen augurio.  “América first”, dice el angelito. “Y a ser posible, con minifalda, tacones y un  rifle”, añado yo. ¿Podemos de ello deducir que van a desaparecer de la vista al público obras de musulmanes, chinos, africanos y otra “gentuza”?  Si de él dependiera, sí. Trump predica un Evangelio político de andar por casa que pretende imponer a través de órdenes ejecutivas –de legalidad más que discutible y discutida- y que, gracias al cielo, no logrará desestabilizar el esquema de compensación de poderes que los fundadores de la patria tejieron sabiamente y que el Tribunal Superior tutela. Con todo, la amenaza latente está ahí y preocupa al sector de la cultura. Afortunadamente, cultura y arte en EEUU están fuertemente descentralizados.

La financiación de los museos e instituciones culturales depende en alta medida de la filantropía y el mecenazgo privado, sistema en el que se basan también los recursos de muchas universidades y hospitales. La diferencia con la Europa del Sur en este caso es enorme. Aquí los ministerios y las Secretarías de Estado de Cultura supervisan, intervienen e interfieren en todo, incluso en la gestión, a la falta de estímulos fiscales y de leyes restrictivas que lejos de fomentar y proteger el arte lo congelan y someten. Por este motivo, el sistema norteamericano había sido la envidia del colectivo del arte europeo (e incluyo aquí a los coleccionistas).

Existe el riesgo de que una Administración conservadora intente, pese a todo y frente a todos, centralizar las decisiones culturales del país o poner en cuestión leyes que garantizan la libertad de circulación de obras de arte, el intercambio con otros países. La buena noticia es que la supresión de fondos federales no afectaría ni al Metropolitan ni al MOMA, pero podría afectar y perjudicar a instituciones más vulnerables, como el Tenement o el Museo de Harlem, si nos referimos sólo a museos de Nueva York. Otra amenaza latente es que se ponga en cuestión la no tributación de las donaciones destinadas a museos.  La salvaguardia fiscal del arte no es allí un incentivo fiscal “de adorno” al estilo de algunos países europeos, sino un principio del sistema que siempre se ha respetado.

Salen a la luz ahora noticias preocupantes;  the Art Newspaper se ha hecho eco de la posible supresión de la NEA y de una reforma fiscal que limitaría los importes máximos de las donaciones deducibles -ya restringidos en el 86 por Reagan- y que englobaría en dichas limitaciones todas las donaciones, en efectivo y en obra, y muchos gastos hasta ahora deducibles. La reforma suprimiría igualmente el mínimo exento del impuesto de sucesiones y las ventajas de los legados de los artistas. La reacción del mundo cultural no se ha hecho esperar. El cierre de numerosos museos y galerías el 20 de enero (The Inauguration Day) fue la primera muestra, seguida de los días de libre acceso, a saber, el 21 y el 22. El MOMA, dios le bendiga, ha ido incluso más allá: ha tomado posición pública contra la orden ejecutiva de Trump, elegantemente y sin chabacanos tweets. ¿Cómo? Hace unos días, los comisarios del MOMA han reubicado parte de la colección permanente de la quinta planta ofreciendo obras de artistas musulmanes, rompiendo el discurso narrativo tradicional del arte tradicional al año 45 establecido por Alfred Barr. Una decisión que aparecerá en los futuros libros de texto, no me cabe duda alguna. Pinturas de los grandes maestros modernos han sido reemplazadas por obras de la arquitecta iraní Zaha Hadid, el pintor sudanés Ibrahim el-Salahi y varios artistas de origen iraní, entre ellos Tala Madani y Marcos Grigorian. Todos ellos lucen ahora junto a obras de Picasso y Matisse, que tanto miraron y se inspiraron en el arte africano en los albores del Cubismo. Para rematar la faena, en el vestíbulo principal del museo se ha instalado una escultura del también iraní Siah Armajani. Las obras se acompañan de una etiqueta que reza así: “Este trabajo está realizado por un artista de una nación a cuyos ciudadanos se les niega la entrada en EEUU de acuerdo con una orden ejecutiva presidencial emitida el 27 de enero de 2017. Esta es una de las obras de arte de la colección instalada en las galerías del quinto piso para afirmar los ideales de bienvenida y libertad tan vitales para este museo como para los Estados Unidos”.

Bien, así las cosas, parece que no todo está perdido. Con que Trump dejara las cosas tal y como están, todo iría sobre ruedas. Respetar lo que ya existe parece así una idea clave: la libertad de los artistas, la autorregulación de los mercados, el arte concebido como puente entre países y culturas y como freno contra la intransigencia y la intolerancia. Ahí es nada.

Hockney

 

 

 

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