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ISSN 1989-4163

NUMERO 81 - MARZO 2017

La Conjura de los Ignorantes

Francisco Marín

Autor: Ricardo Moreno Castillo. Editorial: Pasos Perdidos (2016). 200 pgs. 16,90 €.

Como docente que soy preocupado por la deriva que lleva la enseñanza en este país llamado, por si alguien no lo sabe, España  firmo y ratifico todas y cada una de las palabras que Ricardo Moreno Castillo, negro sobre blanco, vierte en La conjura de los ignorantes. Es muy preocupante observar como alumnos, incluso profesores, ignoran muchas cuestiones y la cuestión de pensar brilla por su ausencia.

Desde la reforma educativa del año 1990 los niveles de conocimiento de los alumnos caen en picado y el mal comportamiento en las aulas sube como la espuma. Entre los entusiastas de la reforma hay quienes niegan sencillamente los hechos. Otros los reconocen, pero los atribuyen a causas externas: cambios sociales, presencia de inmigrantes y a lo reacios que son los profesores a las novedades.

En otros dos libros, Panfleto Antipedagógico (2006, El lector Universal) y De la buena y la mala educación (2008, Los libros del lince), Ricardo Moreno Castillo demostró que ninguna de esas razones explican nuestro desastre educativo, y que éste es la lógica consecuencia de una errónea teoría que menoscaba la autoridad de los profesores, de un desprecio por el saber y de una jerga pseudocientífica muy utilizada por presuntos expertos en educación.

En este nuevo libro Ricardo Moreno se centra en el lenguaje hueco de la pedagogía que domina en nuestro sistema educativo y ha vaciado la educación y la ha dejado en los huesos. A partir de una antología delirante de textos de «muy ilustres pedagogos» deja claro que la educación en España no está como está y se ha convertido en el primer problema de nuestro país por ninguna casualidad, sino porque es víctima de una conjura de ignorantes.

A lo largo de 20 capítulos el autor desmonta todas y cada una de las “tonterías” que plantean los peda(dema)gogos. El libro se abre con una cita de Antonio Muñoz Molina que dice «El mayor éxito de los pedagogos en los últimos treinta años ha sido despojar a varias generaciones de las herramientas intelectuales para comprender racionalmente el mundo». Perfecto.

Mi más profundo agradecimiento a Ricardo por poner en nuestras manos esta auténtica joya literaria amén de herramienta para comprender lo incomprensible.

Ricardo Moreno Castillo (Madrid, 1950), Licenciado en Matemáticas y doctor en Filosofía especializado en historia de la ciencia, ha sido catedrático de instituto hasta su jubilación y profesor asociado en la facultad de matemáticas de la Universidad Complutense.

Es autor de más de una veintena de obras sobre matemáticas y su historia, sobre filosofía (Diccionario semifilosófico y Trece cartas a Dios) y de numerosos artículos de prensa; también ha traducido varios códices matemáticos árabes. Sobre la situación de la educación en España y las causas de su deterioro ha publicado Panfleto Antipedagógico (2006, El lector Universal) y De la buena y la mala educación (2008, Los libros del lince), obras que tuvieron una gran repercusión y aportaron una visión crítica sobre los principales problemas de nuestro sistema educativo.

Hace ya una década, Ricardo Moreno Castillo escribió un libro, el Panfleto Antipedagógico, en el que abogaba por aprender más cosas de memoria y criticaba «una enseñanza pretendidamente lúdica donde no se inculca el hábito de estudio». En La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza (Pasos Perdidos), este catedrático de Matemáticas de instituto, ya jubilado, sigue argumentando en defensa de una enseñanza «rigurosa», «exigente» y «disciplinada», pero incide también en que la pedagogía es «una jerga, y no una ciencia», llena de «patochadas», «estupideces» y «desvaríos».

Ricardo Moreno Castillo…o la lucidez…
P.- ¿Cuándo, cómo y por qué nace La conjura de los ignorantes?

R.- En el 2006 publiqué el Panfleto antipedagógico y en el 2008 De la buena y la mala educación. Ambos tuvieron muy buena acogida entre los profesores, pero ningún impacto en la mejora de la educación, que siguió deteriorándose día a día. Porque si  el PSOE fue el autor del despropósito, el PP no cambió las cosas cuando pudo hacerlo. Cuando éste ganó las elecciones en el 2011, algunos tuvimos un asomo de esperanza. Incluso quienes no lo votamos estábamos convencidos de que en educación ya no se podían hacer las cosas peor. Pero la desilusión llegó pronto, y con ella el recuerdo de una amarga lección tantas veces olvidada: que en la estupidez y en el mal hacer nunca se toca fondo. La promesa del bachillerato de tres años fue olvidada, la jerga vacía de los pedagogos fue asumida por las nuevas autoridades y continuó la desidia frente a las autonomías que no obedecen las directrices del ministerio en aquello en que sí tiene competencia. Y el antiguo CAP en el que había que escuchar un montón de estupideces durante dos meses se convirtió en un master en el que las estupideces duran más todavía. Era pues urgente denunciar esas estupideces, y así nació La conjura de los ignorantes: para poner nombre y apellidos a los estafadores cuya jerga está minando la cultura y la educación desde sus cimientos.

P.- ¿Cuánto daño han hecho los pedagogos a la enseñanza?

R.- La pregunta está en parte ya contestada: si el lenguaje puede servir para cambiar la realidad (como muy bien saben los políticos), el lenguaje vació puede vaciar la realidad. Esta ha sido la aportación de los pedagogos, vaciar la educación, y a continuación tapar ese vacío con retazos de sinsentidos: creatividad, espíritu crítico, empatía, participación…cosas todas ellas que si no están controladas por el conocimiento no significan nada.

P.- He observado que a lo largo del tiempo el nivel de los universitarios ha ido bajando ¿a qué se debe?

R.- Efectivamente, problemas que antes se ponían en tercero de BUP hoy no se puede poner en primero de física, matemáticas e ingeniería. Por esta razón ha sido necesario un “curso cero” en muchas facultades de ciencias e ingeniería. ¿A qué se debe? Pues a que el saber se desprecia (se desplaza para poner en su lugar la sarta de majaderías a las que aludí antes) y, la exigencia se critica por ser represiva y fascista. Y lo que es peor, a que al degradar intelectualmente a los alumnos, se les degrada humanamente: no solo llegan a las facultades sabiendo menos cosas, sino que llegan más inmaduros, más niñatos y más irresponsables.

P.- Me pone muy nervioso la coletilla de “aprender a aprender”. ¿Qué piensa usted de ella?

R.- Efectivamente, esto es algo que se repite como un mantra, a mí también me pone de los nervios. Es una solemne majadería, por muy prestigiada que esté en ambientes pedagógicos. A aprender se aprende aprendiendo, igual que a nadar se aprende tirándose a la piscina. No hay algo así como un “aprender a aprender a nadar” que luego te permita aprender a nadar. Además, si para aprender es necesario “aprender a aprender”, primero habrá que “aprender a aprender a aprender”, lo que nos lleva a un retroceso al infinito de consecuencias metafísicas impredecibles.

P.- ¿Cómo mejoraría la educación en España?

R.- En primer lugar, aceptando algo obvio que con frecuencia es ocultado: que el objetivo de la educación es la transmisión del saber, y que el estudiante que acaba su educación ha de ser una persona más culta e ilustrada de lo que lo era cuando la comenzó. Y esto se oculta bajo una hojarasca de palabras vacías como habilidades, destrezas y aprender a aprender. Y son vacías porque plantean alternativas falsas: la destreza de hacer problemas de matemáticas o de traducir textos latinos se apoya en el conocimiento, no puede escribir bien quien no ha estudiado los contenidos una ciencia llamada gramática, y solo aprendiendo se aprende a aprender.
En segundo lugar, una vez aceptado esto, asumiendo también que el acceso al saber y a la cultura no es posible sin trabajo, tesón y constancia, y que los centros de enseñanza no pueden funcionar como tales si no hay disciplina. Y para quienes no estén dispuestos a someterse a la disciplina que requiere un bachillerato serio y exigente, ha de haber una formación profesional digna.

P.- ¿Quién ha desposeído de la autoridad a los profesores?

R.- Han sido algunos estúpidos que piensan (es un decir) que la educación ha de ser libre. Decía Chesterton con su habitual buen sentido que “No puede haber una educación libre, porque si dejáis a un niño libre, no le educaréis”. Y esto es así porque, en principio, ningún niño quiere ser educado. De lo contrario, no tendría sentido una ley de educación obligatoria, igual que no tendría sentido una ley que obligara a beber cuando se tiene sed. El gobierno, según quienes abominan de la educación autoritaria, tendría que limitarse a construir centros de enseñanza igual que construye fuentes, y luego dejar que los niños se acerquen a ellos guiados por el mismo instinto que lleva a los sedientos a acercarse a las fuentes.

P.- ¿Por qué está tan mal visto el esfuerzo y la excelencia?

R.- En parte por lo que dije antes: el esfuerzo exige disciplina y autoridad. Quienes critican la excelencia y la competitividad son aquellos envidiosos cuyas limitaciones se hacen evidentes precisamente a causa de que la libre competencia les veda alcanzar la excelencia. Curiosamente, por muy envidioso que sea alguien, cuando necesita un abogado, un médico, o lo que sea, procura buscar uno bueno, precisamente un profesional competente. Pero si no es un profesional cuyos servicios necesita, sino alguien que le pueda hacer sombra, entonces ya no dice que es competente ni excelente, dice que es elitista.

P.- Los alumnos ¿deben tener deberes para casa?

R.- Los deberes son indispensables: el aprendizaje tiene una parte ineludible de trabajo en soledad y en silencio. Ahora bien, a los niños se les imponen muchas veces tareas que, a mi juicio, son inútiles. Los trabajos de recortar y pegar llevan mucho tiempo, no son nada instructivos y pringan a toda la familia. Una redacción de pocas líneas, una suma de fracciones o memorizar un poema o la lista de los reyes de la Casa de Austria son cosas más útiles y llevan menos tiempo.

P.- ¿Por qué se cambia tanto de planes de estudio?

R.- Cambios de verdad solo hubo uno: el de la LOGSE que se cargó la ley del setenta. Los demás fueron parches que pusieron quienes se daban cuenta que la cosa no funcionaba pero que no se atrevieron a aceptar la cruda realidad: que la famosa reforma había sido un monumental disparate, y no un disparate inocente, porque era un sistema cuyo fracaso ya se había constatado en otros países.

P.- Los alumnos e incluso los profesores de hoy ¿superarían nuestras reválidas?

R.- Decididamente no. Es cierto que yo ahora tampoco superaría la reválida que aprobé a los catorce años porque tengo el latín olvidado (lo cual no significa que no haya sido útil estudiarlo), pero sucede que no la superarían por mala redacción, faltas de ortografía o ignorancia del sistema métrico decimal.

P.- Una curiosidad ¿qué manías tiene a la hora de escribir?

R.- Quizá la mayor manía que tengo es la de la concisión. Voy escribiendo a medida se me van ocurriendo las cosas, pero luego recorto mucho: donde algo se puede decir con un tiempo simple, prescindo del compuesto, y si la oración simple basta, borro las subordinadas. Soy la única persona que conozco en todo el mundo a la que le han devuelto artículos diciendo que los aceptaban pero que habían de ser ampliados. Normalmente sucede lo contrario. Y por supuesto, me gusta escribir bien, aunque escriba sobre matemáticas. Si lo consigo o no, lo han de decidir mis lectores.

P.- Como lector, prefiere: ¿libro electrónico o de papel?

R.- Sin lugar a dudas, el de papel. Soy un amante de los libros en cuanto que objetos físicos, me gusta poseerlos, me gustan los libros antiguos, los dedicados, los que tienen bellas ilustraciones. Un libro es para mí un ser vivo. Conservo como tesoros los libros de la vieja colección Plaza o Pulga, que tanto nos hicieron soñar de niños, con un papel de tan mala calidad que ninguna editorial se atrevería hoy a utilizar, ni siquiera para envolver. Pero son, o fueron, nuestros libros y en ellos está nuestra vida.

P.- Relate alguna curiosidad literaria personal que le haya ocurrido y no ha desvelado hasta hoy.

R.- Hace bastantes años publiqué Fibonacci. El primer matemático medieval, en la Editorial Nivola. Tuvo bastante éxito, me gustaría creer que porque el libro es bueno, pero también fue por otra circunstancia fortuita: al mismo tiempo apareció El código da Vinci, que puso de moda a Fibonacci y a su célebre sucesión de números. Estando yo en la feria del libro, en la caseta de Nivola, unas chicas se acercaron, cogieron mi libro de Fibonacci y se pusieron a hablar de él. Por cierto, que la gente habla del libro en presencia del autor como si éste fuera una figura de cera. El caso es que una dijo a las otras: “Claro, desde que ha salido El código da Vinci, se ha puesto de moda escribir sobre Fibonacci”. Me entraron ganas de decirla: “Mira mocosa, yo estoy interesado por Fibonacci y la matemática medieval desde antes que tu nacieras”. Pero claro, tampoco resulta muy comercial decir una impertinencia a posibles compradores. Puse cara de poker y me callé.
No es que sea una anécdota muy jugosa, pero no tengo otra.

P.- ¿Por qué se tiene que leer La conjura de los ignorantes?

R.- Para concienciarse (como decíamos antes) del terrible problema de la educación en España: está en manos de ignorantes que desprecian el saber y envidian a quienes saben.

P.- Sus planes literarios, a corto y medio plazo ¿son?

R.- Mi preocupación actual es promocionar una breve novela que acaba de aparecer, La llave perdida, publicada en la editorial Pasos Perdidos, la misma que publicó La conjura de los ignorantes. Es un relato entre realista y fantástico, en la línea de Álvaro Cunqueiro, uno de mis autores favoritos. Y este año aparecerán otros tres libros: Abu Kamil. El calculista egipcio, Gauss. El príncipe de los matemáticos (ambos en la editorial Nivola, donde he publicado casi toda mi obra sobre historia de la matemática) y Nosotros y Voltaire. Reflexiones en torno a su pensamiento, que aparecerá en Pasos Perdidos.

La conjura de los necios

 

 

 

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