Salió de Ítaca
con su itacate…
Y amanecí
otra vez
entre mis vasos…
Juan Carlos García
[Chilaquiles en el alma]
1. MIRADA DE AÑO NUEVO
“Y amanecí otra vez entre mis vasos”, celebrando el año que se abre como signo tatuado en el quinqué, con el rostro abotagado en el velorio de los días marchitos, pero éstos ojos en permanente alba. Planes. Los sueños y proyectos del año recién ido quedaron en la ceniza del último cigarro de esa tan larga noche cuyo eslabonamiento no recuerdo o apenas centelleo: niebla, uvas pasadas, caras turbias, golpes de medio pelo (puesto que aún sigues en relativo dominio de tu cuerpo, de tu vida), la mujer palpitante que te birló sus encantos justo en la suerte de la lúbrica definición, el enorme poema que iría más allá de tus maestros, la familia perfecta, la ira contenida hasta lo heroico cuyo premio sería al fin la santidad: letras que se desgranan de lo eterno y llegan mansas a tu página, a decirte que sí, que estás en el umbral de tu expresión, pero habrás de acceder a su interior mullido y resonante sólo con esa llave: disciplina.
¡Carajo!, despunta el año apenas y ya empezó a joder con lo de siempre.
2. LOS AMIGOS
Lo primero será pedir perdón a los amigos por los gestos de omisión, por el abrazo en permanente búsqueda replegado de último momento. Éste cruel despertar en soledad es un año obcecado y rencoroso que desde la entraña misma te acorrala, el tiempo pantanoso que no te deja cambiar de calendario. La soledad –igual que la poesía–, dice Juan Manuel, ‘es una enfermedad, benigna o maligna, pero en cualquier caso, mortal’. Es ‘la pared tan alta, de la vida de los otros, que no logramos alcanzar (sin puertas ni caminos ni luces bajo esa pegajosa certidumbre)’, corrige Benjamín. ‘No. Es una muñeca de trapo y miembros al revés, que de sólo nombrarla te espeluzna’, en la voz de Alejandro. ¿No les parece que es más bien –inquiere Demetrio– ‘el canto de los minutos en el aliento de una hembra que duerme: ofrenda y humo?’ Señores, la soledad no es más que ‘el sí y el no acechantes, destruyéndose en su propio ímpetu’, asegura Fernando. Más que todo eso, acota Jorge, es ‘tierra del corazón echada a andar cual luz a paso lento a través de las cosas, los hechos, la memoria, hasta que finalmente se despeña en arterias de abismo y de cenizas’.
Tanta definición, amigos míos, y es el mismo dolor el que nos ata, el mismo nudo en su crujir de afecto contenido: a secas, soledad. ¿Acaso será cierto aquello de que la mejor postal, la más sentida, nunca se envía?
3. PAISAJE ESPIRITUAL
Precisas además, de reguladas porciones de calistenia espiritual para expulsar a tus demonios. Buenos deseos hacia todo lo vibrante, hasta para el perro del vecino que no te deja dormir con sus ladridos. Y si no queda de otra que destilar veneno, que sea en las mínimas dosis requeridas, sólo para guardar el equilibrio: que además de tu corazón acrisolado en la plegaria bienhechora sepa también el mundo de las uñas y dientes de tu más fiero instinto. Pero eso sí, que la ira te asalte con la risa en los labios y el semblante amable, por si no logras matar con tu veneno.
Desde el portal de tu sonrisa siempre podrás decir: era broma, señores, era broma.
4. LABERINTO
Vamos rumbo a la plaza central de la ciudad, a recolectar los jirones de familia que hemos ido perdiendo poco a poco. Esperamos regresar a casa sin las viejas heridas, con renovados timbres en la voz, con gestos nuevos, que al sólo cruzar la puerta nos arropen con el paño feliz de antes del tedio.
Pero esos niños que se mojan las manos en la fuente, es la historia lejana de una infancia que no será más nunca nuestros hijos. Todas las mercancías que se ofrecen son los años marchitos que hasta ahora nos hemos dado cuenta que perdimos: irremediablemente. Las paredes gastadas, los portales con el arco caído hacia el recuerdo, los andenes torcidos de tanto deambular sobre ellos mismos, las cornisas y su óxido de tiempo, tatúan nuestra piel como un espejo y nos dicen que es inútil huir, que no hay salidas, que la casa está igual de todas formas: amasando rencores, goteando telarañas.
Y al volver a éste nudo ciego que llamamos hogar, después del vano intento de aligerarnos de tanta soledad, descubrimos que hemos ido tan sólo a mirar la película del vacío común, a agregarle celdillas a nuestro laberinto.
5. TRES TIEMPOS DE CIGARRA
Al nacer, mil cigarras nos llaman quién sabrá de donde. Los años de la infancia nos van abriendo rutas hasta que finalmente comprendemos que las voces que tanto nos perturban están ahí: al alcance de las manos, flotando entre hojas secas o en las mágicas ramas de un encino. Casi sin darnos cuenta, las cigarras se transforman de pronto en feliz urticaria, en translúcidas alas que llenan el espacio de ojos alucinados y tímpanos abriendo ciudades de vacío sobre el morro erizado de una edad juvenil.
Ahora las cigarras están allí de nuevo, sórdidas esta vez, en su certeza: áridos son los sueños que brotan de su canto. Veamos esas alas de lánguida ventana que mira al precipicio, las patas aceradas en su pinchar de anhelos y los ojos oscuros sorbiendo la ilusión. De su voz infecunda como noche desierta baja la realidad a entonar miedo.
Que alguien, por favor, detenga el disonar de las cigarras.
6. AMANECER SIN NOMBRE
Que el amanecer me sorprenda con matices inéditos, nombres, cuyos significados se diluyan en el instante mismo de caer en los bártulos del día. Me sea dado el don de dar con más preguntas que respuestas: sólo así lograré disipar las certezas de la noche anterior que atizó con sus sombras mi rabioso albedrío. Que éste amanecer sea únicamente eso: explosión de colores ante mis sentidos mudos por la emoción / ciegos de tanta luz. ¿Estará ocurriendo en mí el poema que en el útero terrestre (el ‘dador’, diría Lezama Lima) aguardaba desde mi nacimiento?
Siento ésta voz en mí: No entiendas nada, no trates de entender nada; el lenguaje sobreactúa el poema, la razón del poema sobrescribe el lenguaje.