Me he subido al tren, y ha sido entrar en el vagón y toparme de frente con un tipo vestido de soldado romano. Pero de romano gladiator de los pies a la cabeza. ¡Joer, menudo susto! Me lo he mirado de arriba abajo y de abajo arriba como tres minutos. Flipandini me he quedao. Me he dicho: en Carnaval no estoy. Y ya es marzo. O Martius, da igual: el mes consagrado al Dios de la Guerra en la antigua Roma. Y una de dos: o el lumbreras legionario es un acérrimo del Imperio y quiere que el usuario de Renfe del 2016 se entere de lo que vale el peine de Nerón, o es Martius McFly venido a centurión y viajando a través del tiempo en el DeLorean oficial del Comandante de las Tropas. A lo mejor viene directo de pasar el Rubicón con Julio César, y está haciendo escala en Barcino, en un tren de cercanías… a saber… Yo , por si acaso, al entrar, le he dicho: “Alea iacta est”. Por si acaso, ¿eh?
No te haces una idea: la lorica, la gálea, el pilum, el cingulum, el scutum (eh, no te rías, que no he dicho cigala ni escroto, no hablo de genitales. El cinturón y el escudo, digo. Estoy dando rienda suelta a una miaja de latín). Total, que no le falta un detalle al atavío. El tipo va más apañao que toda Roma junta y cincuenta Coliseos en lucha de ochenta filas de gradas. Es que ha sido mirarle y reírme a gusto. Y le he preguntado: “¿De qué vas vestido, nene? ¿Vespasiano? ¿Tito? ¿Domiciano? Jeje…” “De romano gladiador.” –me dice- “Vamos a liarla.” “¡Manda viacrucis, Flavio!” Y me doy cuenta de que lleva séquito, pero ellos no van de gladieitors. Van del siglo XXI y le han montado una despedida de soltero a su amigo, a lo Circus Maximum. Pues me he llevado unas risas en el trayecto que déjate tú en un cajón de fondo los libros de autoayuda para el estrés. Mira, no me hables de esas memeces, porque me enerva el cingulum. ¿Tú has leído alguno? Porque eso es más sectario que la madre que parió a Marco Aurelio Antonino Augusto. Que te ames mucho a ti mism@, que tú no lo sabes, pero, ad exemplum, tienes un poder mental oculto que no hay Blake ni Tamariz que lo sobrepase, que si tú quieres vas a tener una suerte veni, vidi, vici…ad nutum, vamos… Pues no tiene rollo la cosa esa de las guías y las charlas de autoestima… Tú, lo que tienes que hacer, es buscar al Trajano este de los leones por los vagones de Renfe, y verás como se te van todos los males. A mí se me ha olvidao que esta semana me han llamado cuarenta-y-ocho-mil-setecientas-treinta-y-dos veces de Vodafone para ofrecerme unas promociones que me van a llevar al éxtasis. Y les he respondido cuarenta-y-ocho-mil-setencientas-treinta-y-dos veces que no me interesa rien de rien el éxtasis de Vodafonlandia, que ya, si eso, me descojono con un centurión romano en el tren, que es más efectivo para lo mío.
La gente tiene mucha caradura y espíritu de usurpador. Te llaman a todas horas. Incluso sentada en la taza del wáter. No hay respeto alguno por la intimidad en la Vía Láctea de la telefonía. Es cosa seria. De verdad. Ni en las compañías de seguros médicos. A mí me dio una temporada por llevar currículums a algunas sucursales, para un puesto de recepcionista-administrativa. Y a ver si te crees que me han llamado para trabajar. Pues no. Pero de un tiempo a esta parte, noto yo que en mi correo personal hay una Guerra Púnica de e-mails de Axa, Sanitas y Adeslas, que me ofrecen promoción de seguros médicos a destajo. Así, por la buenas. Estoy por ir de nuevo y decirles: “¡¡Que no quiero seguros, Nerones!! ¡Como me enviéis más promos de esas, os mando al Monte Palatino, pero ya!” Total, que es un no parar. Como lo de la panadería. Ya van tres esta semana. Tendrán cojones… ¿Pues no voy a comprar una barra de pan, unas pastitas, cruasanes y magdalenas…y no me dan bolsa? ¿Dónde lo meto, panadera? ¿En el yelmo? ¿En las grebas? ¿En la lorica musculata? Mira…es que me pongo de un paludamentum…que no te cuentum…
Bueno, sí, te voy a contar otra. Esta es de hace tres días con sus tres noches. Voy de tiendas. Monísima. Con un vaquero pitillo de peto desgastado, botines viejos y dos trenzas megachupis. Comprar, poco, que tengo money escaso y no quiero gastar. Pero pasearme, probarme trapos y mirarme en los espejos, eso sí. Y paso la tarde, oye. Total, que me pita la alarma al entrar en una boutique. Y como soy honesta que te Domus, le digo al vigilante: “¿te enseño el bolso?” Y el tipo, que es un híbrido de Kojac y centurión (es que desde lo del tren, veo romanos por todas partes) me dice que no es necesario. Bueno. Pues me tomo mi tiempo en la tienda y echo un vistazo al avance de temporada, que vienen a ser las mismas prendas que han tenido a la venta hasta ahora durante todo el invierno, pero en color primavera. Para que lo entiendas. O sea, que pagas considerablemente más por llevártelo en crema pastel que si te lo llevas en marrón chocolate. Una idiotez como cualquier otra. Pero la prenda es la misma. Igualita. Idéntica. Ya me entiendes. Pues eso voy cavilando al salir de la boutique, cuando vuelve a pitar el sensor a mi paso. Cojones, otra vez. “¿Te enseño el bolso, Kojac?” Y esta vez, el Savallas me dice que bueno. Pero en el bolso no hay nada, salvo las llaves de mi casa y cuatro minucias. Así es que al final, probando probando probando (tiquití-tiquití-tiquití), el calvo y yo nos damos cuenta de que lo que pita es mi botín derecho desgastao. Y le digo: “¡pero si es más viejo que Pompeya!” “Ya –me dice- pero si no te lo desalarmaron, tendrás que ir a que te lo desalarmen, si no quieres que te vuelva a pitar”. Me miro al centurio como una idiota y asiento. Salgo de la tienda y me voy tres boutiques más abajo, donde me compré los botines cuatro años atrás (porque pone el nombre de la tienda en la suela, que si no, ni me acuerdo). Ojo a la estampa: entro, voy a caja (cola de niñas pijas watshapperas y manzanas), me descalzo el botín derecho y se lo planto al dependiente en la napia. “Hola, majo. Mira, que me ha pitado el pie y me dicen que no está desalarmado, que si me lo puedes desalarmar, que el desalarmador que me lo desalarme, buen desalarmador será”. El tipo está flipandini, pero como es un mandao, me desalarma el botín y punto. Pues ya está. Todos los problemas sean tal cual ese. Ya ves tú.
Me voy, que tengo que poner a hervir lentejas. Ahí te quedas. A ver si me encuentro a algún Ramsés egipcio por la calle y te lo cuento en abril. Ale, adiós.