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ISSN 1989-4163

NUMERO 71 - MARZO 2016

Nunca he estado en Glasgow

Ramón Asquerino

 

     

el alma contaminada por tu silencio: De la lluvia que no llega

[…] esa ciudad gris y rosa que parecía guardar en sus parques la última esperanza de que un día de verano fuese a visitarla: Irène, Pierre Lemaitre

El mundo se ha hecho estrecho,
y en sus rompientes de ira
                                      de desilusiones las barcazas se inundan: Pablo de Sotomenor

***
Sé que conoces muchos aeropuertos y jardines,
sé que en algunos parques has llegado al borde de la hora,
sé que muchos veranos los tiraste por la borda de un silencio,
sé que has viajado oculto entre tus libros con un lápiz rojo
sin labios,
y un beso vacío.

Pero, ya ves, nunca he estado en Glasgow,
donde la luz se asombra de la lluvia que no llega a ceder
su destino ni en el paso cebra de los grises del cielo,
del celo oculto de tardes y jazmines, mezclas de olores
que me escriben nombres impronunciables
y costas verdes donde se amarran los barcos sin destino.

Tienes tu cuerpo de capa caída por los hombros desnudos,
y yo tengo el alma contaminada por tu silencio de lluvia que ni llega
 a mojarte los pasos de tus tobillos, y de puntillas se aposta en la esquina
de lugares que desconozco con sus pretenciosos apóstrofos,
como altos hornos incendiados por tu apócrifa mecha,
tildados de tilos que encubren las nubes de tus muslos:
mi alma contaminada de papel mojado rosa y ortigas.
Y aunque nunca he estado ni en Glasgow
ni contigo,
creo que me sé de memoria la espesura de la espuma
de cerveza saltando contra el arrecife de tu ira,
esas nubes tan bajas que me acompañan por los parques,
el gris con que se pintan los labios las chicas solas,
la cinta verde y sombra de tu cintura en paraísos,
la tierra baldía de esta ciudad que no se seca
y me saca de mis ojos para verte allá, en Glasgow,
donde ni yo he estado ni nunca tú pisaste sus límites.

Ya ves, tenías razón, aquella vez de silencio y llamadas,
aquella tarde de recriminaciones y miedos,
voz de jardines mojados de censuras
y árboles en pie de recriminaciones,
la memoria jugando a infortunios con el dolor,
el alma contaminada por tu silencio,
la resaca de la última esperanza mortal y rosa,
porque el verano había dejado de visitarnos
y ni un día de estos se acercará a Glasgow.

El mundo se ha hecho estrecho,
y en sus rompientes de ira
de desilusiones las barcazas se inundan.

Tenías razón cuando te fuiste y me dijiste aquello:
Nunca he estado en Glasgow.

 

 

 

Glasgow

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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