La gaviota coja
Cojea. Arrastra una de sus patas con torpes movimientos. Siento lástima. Quisiera ayudarla. Brindarle mi instinto compasivo. La observo mientras picotea en el suelo helado, en busca de alimento. Le arrojo unas migajas que rechaza orgullosa mientras se remonta en un vuelo majestuoso y me dedica un espectacular picado recortándose en el cielo plomizo. Y desde la altura, la gaviota de cabeza negra, me envía un graznido en el que adivino su mensaje, cifrado en el viento: ¿Qué te parece, imbécil?
Grises
Y aún hay quien se atreve a calificar de gris la tristeza. O el tedio, o la mediocridad. Ignorante de la sinfonía de grises con que los hielos, muriendo en el lago, anuncian la primavera.
Un pato
Decidido, abandona el lago al verme pasar. Su caminar es torpe, casi ridículo. Con un ruidoso aleteo despoja su plumaje pardo de los restos de agua helada y me sigue hasta la casa. Al principio mantiene una distancia prudente. Cuando le arrojo la primera migaja de pan se acerca sin temor. Luego, hasta come de mi mano. Saciado, se aleja con un adiós silencioso. Libre.
Un deseo irrefrenable
El paisaje se nos ha brindado sincero, cambiante, auténtico. Lluvia, hielo. Acero en el gris de las nubes, verde intenso en las altas copas de los abedules. Agradecidos, sentimos el deseo irrefrenable de corresponder a su grandiosidad ofreciéndole nuestra desnudez como pago a tanta generosidad, en un full monty espontáneo y desinhibido.
Marineros de agua dulce
Pertrechados tan sólo con nuestros genes mediterráneos, nos embarcamos dispuestos a conquistar las plácidas aguas del lago báltico. Decididos, bogamos rítmicamente, alejándonos de la orilla, desde donde podamos contemplar los reflejos del bosque en el espejo líquido, privado ya de su corsé de hielo. Un sobrecogedor silencio preside el atardecer. Con el sol poniente, regresamos al embarcadero, impregnados de una paz infinita.
Una aventura
Con un “clack” imprevisto, inesperado, se ha cerrado la puerta detrás del último de nosotros. Nos miramos con incredulidad mientras comprendemos que las llaves han quedado dentro de la casa. ¿Qué hacer? Una sensación de impotencia nos invade hasta que alguien descubre que el ventanuco de la sauna está abierto. Mientras los demás calibramos nuestros cuerpos y nuestras dotes para el contorsionismo, la más decidida ha trepado ya hasta el hueco y, entre aplausos, desaparece en el interior para franquearnos la entrada salvadora. Todos nos reímos aliviados. La aventura ha concluido felizmente. Por unos instantes, hemos regresado a los dieciséis años.
La frontera
Hay algo de siniestro. Acostumbrados como estamos ya al paso franco, la contemplación de una frontera se me antoja como una inesperada vuelta atrás. Una pérdida de la libertad conseguida.
Una pelea
El hombre golpea a la mujer, que, huyendo, se introduce en el automóvil. Confusión. Violencia gratuita para espectadores involuntarios. Intervienen más hombres. Uno de ellos sujeta al agresor en el suelo. La mujer intenta atropellarlos con el coche. Confusión. Gritos. La escena nos devuelve por un instante a la realidad. Entre tanta belleza caben también los despropósitos. Y el odio.
El embarcadero
Apenas unas tablas que se asoman al agua quieta del lago. Un rústico banco de madera donde, uno tras otro, y casi siempre a solas hemos sentido la llamada del silencio. Desde allí, en comunión con nuestros sentimientos más íntimos, nos hemos ofrecido honestamente a quien haya querido escucharnos. Aquí o en el más allá, los que no están habrán compartido, seguro, momentos de calma irrepetibles.
El capitán
Fuera de temporada, entre los últimos hielos, ha fijado el rumbo de su barco para seis entusiasmados pasajeros, y, como en las grandes ocasiones, ha vestido, orgulloso, sus mejores galas, sus doradas charreteras, en una demostración de profesionalidad exquisita.
Jessica
Esconde, avergonzada, sus inmensos ojos azules preguntándose, sin duda, que son aquellos sonidos que escucha por primera vez. Un idioma que no es el suyo y en el que también, sorprendentemente, se expresa su madre. Se aleja unos instantes para regresar, al momento, llena la cara de restos de chocolate. Desafiante, esta vez me mira fijamente mientras la fotografío.
Renacer
Apenas los hielos han iniciado un tímido repliegue, la vida explota en cada rincón. Tiernos brotes en los árboles, mariposas dormidas hasta ayer, flores de colores insospechados, despiertan bajo el tibio sol de mayo. Como un estallido, del que somos impensados testigos. Se lo comento al guía que nos muestra la iglesia de madera de Kerimakki: ¡Es primavera!, contesta.