A mis paisanos que, un buen día, cambiaron de idioma
para escribir en una especie de lengua caucásica protegida.
“El incidente debería enseñarle a callar, pero qué culpa tiene él si posee el don de lenguas, si habla bien el ruso y el alemán, se expresa correctamente en inglés, en francés, en húngaro y no se desenvuelve nada mal en la mayoría de las lenguas de Europa central y de los países escandinavos. A veces lamento esa facilidad mía para hablar lenguas extranjeras, deplora, contrito, tras ese episodio. No es bueno conocer tantas. Siempre te ves obligado a hablar y a contestar. Así es, Emil [Zátopek].”
Jean Echenoz, Correr
“Hablo ruso en quince idiomas.”
Roman Jakobson
“Me llamo Czeslaw Przesnicki, soy un miserable inmigrante de Europa del Este y un escritor fracasado, hace tiempo que no mantengo relaciones sexuales y estoy ingresado en un manicomio en Bélgica, un país que lleva un año sin gobierno.” Esta es la tarjeta de presentación del protagonista de Los palimpsestos, de Alexandra Lun, una escritora polaca que se estrena en la literatura con esta novela escrita directamente en castellano, en la línea de Goran Tocilovac —“Su lengua materna es el serbio, pero ha adoptado el español como lengua literaria”—, autor de la Trilogía parisina (451 Editores, 2007); o el propio “Don Witoldo” Gombrowicz, que traduce Ferdydurke del polaco a un español que desconoce con unos argentinos que no saben polaco, y otros escritores de “Europa del Este” —“¡Donde por las calles solo deambulan osos blancos! ¡Donde siempre hace frío y nos pasamos el día comiendo grasa de cerdo y bebiendo vodka”, p. 130—.
Y los mencionados en la obertura son la media docena de motivos recurrentes que, como variaciones sobre el mismo tema —la represión del intento de hacer literatura en una lengua extrajera al autor: “y no sabéis que la lengua materna siempre lleva el peso del automatismo y que para simplificar es necesario el extrañamiento de la lengua”, p. 67—, tejen de forma reiterada —entre la combinatoria de seis elementos tomados de seis en seis y el taller Oulipo [¿o/u Li Po?]— el ejercicio de estilo de este palimpsexto a lo largo de la docena de movimientos o sesiones —vale decir capítulos— de una terapia —“El objetivo de la terapia bartlebiana es la reinserción lingüística y sus bases las sentó un psiquiatra del hospital suizo de Herisau, el doctor Pasavento, quien en su ensayo Bartleby y compañía habló por primera vez de los escritores que dejaban de escribir”, guiño explícito a Vila-Matas—, a fin de recuperar la lengua materna como instrumento literario en el psiquiátrico europeo occidental: “Porque nosotros somos los escritores ilegales y vosotros tenéis la nacionalidad del país de la literatura nativa, ¿verdad?” (46).
PALIMPTEXTOS o PALINODIA
“Entonces todo parecía sencillo, organizado y no ofrecía ningún riesgo, a menos que se negara a cumplir los designios de Dios o del partido.”
Javier Vásconez, El viajero de Praga
La peripecia que ha dado con el escritor polaco, autor de una novela en “antártico”, en un psiquiátrico belga, constituye el punctum sobre el que se desarrollan las jornadas de su estancia en la clínica —sueño, consulta, discusión con el compañero de habitación, “Casta diva” y reflexión con sus filósofos de cabecera y vuelta a dormir—, por medio de la irrupción de los más conocidos autores que escribieron en una lengua adoptiva —Nabokov, Conrad, Kosinski, Cioran, Ionesco, Beckett, Blixen, Kristof, etc.—, también ellos pacientes “inmortales”, y la evocación de sus maestros literarios —en calidad de suicidas o asesinados: Melville, Hemingway, Schulz, Benjamin…—, atonal/serializado —¿o dodecafónico?— y reiterativo —¿o reincidente?—, de reescritura obsesiva, y que, bajo la advocación del inmaduro maestro Gombrowicz —“uno de los mamíferos a los que más admiraba” (p. 73), “quien durante años había vivido en Argentina y a quien yo decía admirar, escribió sus libros en polaco”, p. 43—, encuentra el contrapunctum en la peripecia de su compañero Kalinowski, sacerdote polaco, devoto del Papa Wojtila, que cantará la palinodia en la confesión de sus traumáticas experiencias bajo el socialismo.
PALIMPSEXOS
E idéntica compulsividad a la escritura tachada de Przesnicki —tras su expulsión de la Antártida por aquellos escritores nativos— se manifestará en su frustración sexual —tras morir allí su compañero—, de modo que la represión de la sublimación sexual en la literatura —esa semiótica y/o seminal tinta simpática de la pulsión sexual de la escritura a mano— se compadece bien —y nunca mejor dicho— con la represión de la libido de Przesnicki: “El problema es que yo no practico sexo con otros hombres, padre”, p. 141.
¿PALIMPDROMA o PALIMPBROMA?
“El polaco es una lengua bonita, pero también muy exclusiva, con la que te puedes atragantar, como con las pepitas de melón si no prestas atención.”
Maxim Biller, En la cabeza de Bruno Schulz
Que la reiteratividad permutable —o intercambiable— de la terapia se trunque con la aparición de Ernest (Hemingway), primer maestro evocado, no debe hacer creer que se trate de un palimpdroma —ni siquiera de un palimpdrama—, puesto que la interrupción viene dada por la fuga de la psiquiatra —“La doctora, que había aprovechado la falta de gobierno para implementar terapias de interés personal, acababa de fugarse a Veracruz con el doctor Pasavento”, p. 153—, a la que corresponderá, una vez dado de alta el cura, y en un acto de justicia poética la contrafuga del paciente abandonado por su terapeuta, reclamado por la propia sociedad de escritores antárticos —en un grotesco final feliz—, lo que constituirá para Przesnicki un nuevo renacimiento, una palimpgenesia literaria. Y así, “[…] me acordé de las palabras de William Faulkner, quien dijo que una novela es la vida secreta de un escritor y el oscuro hermano gemelo de un hombre” (p. 102).
BUCLE FINAL
“Quisiera una lengua que estuviera por encima de las lenguas, una lengua a la que sirvieran todas las demás. No puedo expresarme del todo en inglés sin incluirme en una tradición.”
Stefan Zweig, El mundo de ayer
Novela traducible a cualquier lengua, por tanto, mal que le pese a cualquier idiota —el autor de este comentario, sin ir más lejos, cuya proverbial “paráfrasis trufada de infantil paronomasia”, intrasladable a lengua alguna (“nota del traductor: juego de palabras en español intraducible”), constituye su principal estilema—. Aplíquese el cuento: “Mira, Przesnicki —sonó de nuevo la voz de Gombrovicz—, a mí a veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, lejos de su propio idioma y de su propio ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedaría de ellos entonces”(p. 79).