Estos días ha llegado a mis manos un manuscrito de una escritora inédita – alguien cuestionaría aquí si entonces es o no es escritora: yo no lo hago- en el que la ciudad de Granada cobra especial relevancia. El detalle no tendría mayor interés si no fuera porque, precisamente, estoy escribiendo sobre “la ciudad amarilla”, tal y como ella la denomina, en los capítulos finales de la novela que me traigo entre manos, y para cuya documentación viajé a Granada hace un par de meses. No me extenderé: El Sur atrapa.
Uno de los personajes que aparecen en el manuscrito, de claro carácter autobiográfico, es Ana Munain, una periodista vasca de la cual yo no había oído hablar nunca. He tecleado su nombre en Google, descubriendo que el nombre es real, y que la bilbaína falleció a la temprana edad de 30 años dejando tras de sí muchos textos, pues era filóloga, feminista y reivindicativa. He seleccionado uno para colgarlo en este blog a modo de particular homenaje a una mujer admirable. Descansa en paz, Ana.
Estas son sus palabras:
Llegué a Granada en 1992, justo un día antes de que se muriera Camarón de la Isla. Tenía 24 años, llegaba desde Bilbao, era licenciada en Filología, Master en Periodismo y lesbiana. De esas lesbianas que van un poco a su aire. Me explicaré: la norma burguesa dice que una puede ser lo que quiera mientras sea discreta. Es decir, que sólo en el ámbito privado se puede expresar la diferencia, cualquier diferencia, en este caso la sexual. Es una norma cruel, pero a las sociedades conservadoras les parece que es incluso un gesto democrático, un gesto tolerante y magnánimo. Así que llegué a Granada con la lección muy bien aprendida. Si has nacido en el epicentro de un barrio burgués, y tu familia es de Bilbao de toda la vida, algo te dice que lo mejor es que pongas pies en polvorosa si quieres vivir libremente tu sexualidad. Supongo que, entre otras cosas, eso me dije al llegar a Granada. Nunca había militado en ninguna asociación, ni me había manifestado y ni siquiera frecuentaba los cafés y locales de la ruta gay, que en Bilbao son cuantiosos y veteranos. Mi corta experiencia asociativa se limita al carné de fútbol del Athletic de Bilbao y al Círculo de Lectores.
En Granada encontré una ciudad curiosa: profundamente conservadora, hasta tocar la ranciedad, pero poseía (y posee) una capa de población de artistas tan numerosa, de estudiantes de paso, de extranjeros residentes, etc, etc, que dentro de la ciudad podías encontrar otra más abierta, más relajada, incluso más extravagante y loca. Si a eso unimos esa capacidad de Granada para el ‘dolce far niente’, parecía un sitio muy recomendable para sentar los reales. Se oía hablar de la mafia rosa en el mundillo cultural, una logia de homosexuales que controlaba la vida cultural de Granada; trabajé en la sección de cultura del periódico y les juro que nunca me tropecé con tal mafia. Pero también es cierto que todos los homosexuales que conocí eran hombres y si tenían algo de influencia, si se buscaba su opinión o si cortaban el bacalao de la cultura, siempre eran hombres. De las mujeres, lesbianas o no, no había ni rastro. De vez en cuando te cruzabas con alguna por la calle, había un par de bares de cierta tradición (La Sabanilla y La Sal), pero me llevó cerca de cuatro años en Granada encontrar mujeres lesbianas.La realidad diaria de una mujer lesbiana es dura, en Bilbao, Granada o Pernambuco. ¿Cómo seguir el filo delgado del lema ‘ni me escondo ni me expongo’? Creo que es una actitud bastante generalizada, sobre todo en el caso del lesbianismo. Nadie nos ve, hay encima una doble oscuridad que hace que el colectivo lésbico (si la palabra colectivo es pertinente) sea bastante opaco. Nuestra primera oscuridad es ser mujeres; la segunda, ser lesbianas. Es decir, que no pintamos nada. Ni siquiera tenemos el glamour, las lentejuelas y los tacones de plataforma de los homosexuales masculinos más osados y lúdicos. Ni siquiera somos un sector de consumo tan poderoso como el gay. Pero ¿se imaginan un mundo donde las mujeres no sean definidas en función de los hombres? Probablemente esto es lo más divertido del lesbianismo, la posibilidad de fraguarte un mundo a medida.
Cada vez que regreso a Granada encuentro a la ciudad revolucionada, para después verificar que sigue fiel a su estatismo. Recuerdo noches muy divertidas en los pubs Fondo Reservado, en el Local y en Al Pie de la Vela, que es lo más kitsch que conozco, pantera con diamantes incluida. También recuerdo que en esta ciudad se fraguó mi identidad como mujer lesbiana; aquí empecé a reconocerme y conocí a mujeres con mejor información que yo, planteamientos inteligentes que me dieron esa llave hacia la habitación propia que Virginia Woolf recomienda a toda mujer. Sigo sin asociarme a nada y ya no me pregunto a mí misma si me escondo, me expongo, voy, vengo, subo o bajo. Una tiene la certeza de quién es y sobre todo, quién desea ser. Esa certeza me la regaló Granada y es una forma hermosa de descanso. Lo demás esta aún por hacer. Pagamos impuestos y seguros sociales, como todo el mundo. No sé por qué tenemos que exigir que contemplen nuestros derechos cívicos básicos, ni por qué la orientación sexual te deja fuera de un sistema que sí te tiene en cuenta a la hora de recaudar. Ningún gobierno laico debería tener dudas sobre la total equiparación de derechos, sobre todo porque ningún gobierno laico debería poseer el derecho a censurar por cuestión de orientación sexual. Lo recoge la Constitución. En Bilbao, en Granada y en Pernambuco.