AGITADORAS

PORTADA

AGITANDO

CONTACTO

NOSOTROS

     

ISSN 1989-4163

NUMERO 61 - MARZO 2015

El Ángel Errante

Violeta López

 

Una tenue luz ilumina la habitación, dándole un aspecto lúgubre. Estoy tan
acostumbrada a ese ambiente que ya es demasiado familiar para mí. Me encojo sobre mí misma en aquel rincón, deseando desaparecer de este mundo por unos instantes y profiero un suspiro, cargado de cansancio y tristeza.

Mi respiración es lenta pero monótona. No sé qué hacer, no sé cuál es mi próximo paso. En este momento, me siento perdida. En mi cabeza, una confusión mental parece haberse adueñado de mí y no logro unir pensamientos para transformarlos en algún pensamiento coherente.

Creo que le estoy dando demasiadas vueltas. El médico me dijo que no debía preocuparme si lo experimentaba, ya que podría ser una de las posible secuelas que iba a sufrir temporalmente las próximas semanas.

A pesar de me reconfortó escuchar que desaparecerían, no consiguió tranquilizarme del todo. Sentía que desde que había despertado del coma, algo en mi cabeza no estaba igual. No sabía si estaba mal o bien, solo sabía que estaba distinto y no podría explicarlo con unas simples palabras.

Levanto la vista y me miro frente al espejo. Mi melena castaña está enmarañada y unas profundas ojeras empiezan surgir alrededor de mis ojos. Estoy hecha un desastre. Podría haberme concentrado en mi aspecto estos días. Es lo que haría toda persona al salir después de un mes del coma, pero he estado demasiado asustada debido a los extraños sucesos que me han ocurrido.

De pronto, escucho algo, pero no logro entender que dice. Suena como una serie de lejanos susurros que parecen provenir de algún sitio. Ladeo la cabeza y observo a mí alrededor buscando el origen de aquello pero estoy sola en aquel lugar y eso provoca que me pregunte si me lo he imaginado.

Silencio.

Sin previo aviso, en un fugaz parpadeo, aparece delante del espejo, sentada y con su simple y típico vestido negro, como el ala de un cuervo.

Recuerdo me asusté mucho la primera vez que la vi. Sin embargo, ya me he acostumbrado a sus inesperadas apariciones y a que me observe, en silencio.

- ¿Quién eres? –pregunto al fin, con voz temblorosa.

En ese instante, su boca se ensancha y se curva una sonrisa. No tiene un tinte malvado, ni parece burlarse, solo sonríe como si le hiciera gracia aquella pregunta.

Parpadeó un par de veces y sigue estando delante de mí.

Parece real. Muy real.

- Ni siquiera recuerdo mi verdadero nombre, pero me conocen como “la que camina” o “el ángel errante”. –contesta con voz pausada, para mí sorpresa.

Su voz tiene un deje grave muy característico que hace que su voz sea preciosa, casi musical.

Me fijo en su pelo, una melena tan extremadamente larga y lisa que incluso llega hasta el suelo, pero lo que más me llama la atención es que es blanca como la nieve. Siempre pensé que el pelo blanco era un signo distintivo de la vejez pero ella es joven y contrasta radicalmente con sus rasgos finos y atractivos.

- ¿Por qué tú el pelo es blanco? –pregunto curiosa.

- Es un recordatorio para que no olvide a quien guardo lealtad.

Veo que su piel es nívea, algo que le otorga una apariencia frágil y delicada y que me recuerda a una muñeca de porcelana. Estoy a punto de hacerle otra pregunta, pero en ese momento, escucho como alguien abre la puerta y entra en la habitación.

- ¡Victoria! –exclama una voz femenina al verme en en el suelo– ¿Qué haces ahí sentada?

Desvío la vista y me encuentro con los ojos preocupados de mi tía.

- No lo sé, veo gente, escucho voces… No sé qué es real. –digo con voz neutra.

- Victoria, cariño –me coge de los hombros y me obliga a levantarme– ahora te sientes desorientada… estás aún bajo los efectos de la fuerte medicación. –me da un beso en la frente– Tiempo al tiempo, todo pasará… ya verás.

- Lo sé, lo sé… pero… tengo miedo. –miro de reojo al espejo.

Sus ojos siguen posados en mí, tan impasibles y penetrantes que no puedo evitar sentirme como un ser indefenso. Parece que en la profundidad de sus intensos ojos grises se esconde un mundo, un mundo triste y horrible.

- Escúchame –me coge de los hombros para que la mire atentamente a los ojos– es solo producto de tu mente. Nada –recalcó la palabra– es real.

Asiento con la cabeza. No obstante, lo que más me desconcierta en ese momento es ese vínculo. Siento una fuerte conexión con ese ángel errante. No sé cómo como lo sé, solo sé que estoy unida a ella de una forma y no logro encontrar las palabras adecuadas para explicarlo.

- ¿Eres real? –le digo al ángel del espejo, pero esta ya ha desaparecido.

Mi tía Samantha, me abraza al tiempo que lanza una mirada al espejo, asustada.

- Cielo, no hay nada en espejo, ni nadie. Solo estamos tú y yo –sonríe tranquilizándome- Mira, no te preocupes, hablaré con el médico para que te cambie la medicación. Ven, te llevo a tu habitación. Necesitas descansar.

Nadie puede verla.

Nadie puede oírla.

- ¿Victoria, sigues oyendo voces? –dice de repente.

La observo y sin previo aviso, la abrazo para que no vea que estoy a punto de llorar.

«Di que no» –oigo su voz en mi mente.

En ese momento, veo como mis ojos marrones se tornan grises en un fugaz destello.

- No.

 

 

El ángel errante

 

 

 

@ Agitadoras.com 2015