La Dama de Glenwith Grange
Rubén Castillo
Autor: Wilkie Collins. Montesinos. 2000. 196 páginas. 11,90 €
Ser un maestro de la novela y ser, al mismo tiempo, un maestro del relato breve es doble virtuosismo que pocos autores pueden exhibir. Y, desde luego, uno de ellos es el londinense Wilkie Collins (1824-1889). Los cinco prodigiosos relatos que se incluyen en este volumen (que traduce Elena Martín Enebral para el sello Montesinos) son una prueba contundente y definitiva. Hay humor, elegancia en el decir, quiebros formales de singular factura, variedad de formatos narrativos (a Collins le encanta diversificar en este terreno) y, por encima de todo, unos argumentos donde los lectores nos sentimos llevados con gran suavidad pero también con gran energía. Y es que Wilkie Collins, hechicero y prestidigitador, se reserva sus mejores trucos para los momentos idóneos, dosificando la intriga, lanzando destellos de luz o preservando zonas de sombra en función de las necesidades del relato. De tal manera que jamás sentimos el enojo (inevitable en otros autores) de estar leyendo “lo mismo de siempre”. En la historia que presta su título para el tomo contaremos con la presencia de una mujer que tiene en sus facciones “la marca de un hondo pesar” (p.15), derivado de un episodio bien triste de su ayer: la iniquidad que mostró con su hermana Rosamond un falso noble francés, que provocó con su vileza una irreversible y tristísima situación doméstica. En “El último amor del capitán” desembarcaremos en una isla del Pacífico aromada con los perfumes de Stevenson y Gauguin, en la cual la nativa Aitama cautivará el corazón de un viejo lobo de mar, que quedará marcado de por vida con su recuerdo. Más policial resulta “El diario de Anne Rodway”, que tiene como protagonista a una humilde costurera de 26 años, que se obstina en descubrir la identidad de la persona que ha asesinado vilmente a su amiga Mary y que, finalmente, recibirá una grata recompensa por su fidelidad amistosa. “El fantasma de John Jago” tiene casi dimensiones de novela corta y se ambienta en una zona rural de los Estados Unidos (en concreto, en la granja de Morwick Farm): allí buscará reposo de sus obligaciones laborales el abogado inglés Philip Lefrank, pero se verá enredado en una oscura trama de odios familiares, deseos inicuos y hasta un crimen aparentemente irresoluble, que terminará con un tirabuzón inesperado. Y “¿Quién mató a Zebedee?”, igualmente policial, tiene de narrador-protagonista a un viejo agente de la ley que, encontrándose en trance de muerte, recuerda un aciago episodio de su juventud: un caso complicado que sus compañeros se vieron incapaces de resolver (una mujer que, en apariencia, había matado a su marido mientras se encontraba en estado de sonambulismo) y que lo marcó para el resto de sus días... Cinco historias para degustar en cinco lentos tragos (buen libro para tener en la mesilla de noche, por ejemplo), que sin duda hará las delicias de los lectores más exigentes.