Mi Interpretación de los Goya
Óscar Esteban
Hoy propongo que hablemos de los premios Goya. Más que una proposición me parece una imposición propia dedicarle algunas palabras a la llamada, La noche del cine español .
He de confesar que mis visitas a las salas, o mejor dicho, multisalas del séptimo arte, se reducen a la reproducción de clásicos de los años 80 y 90, y algún que otro accidente en la que todos más tarde o más temprano nos vemos envueltos y que necesariamente y obligatoriamente atendemos a la llamada de socorro. De estas llamadas de auxilio, las que cada año nos lanza la academia, de lo importante que es la cultura, su consumo y digestión hablaré en estas obligadas palabras. Mi accidente fue ir a ver Ocho apellidos vascos y volver a dar esa oportunidad al cine nacional, como un patriota que debe consumir lo propio, haciendo caso sumiso a esa llamada a la culturización tras el estoque del impuesto del valor añadido. Tras la visualización, me encuentro con el éxito total de una película llevada al extremo en todos los tópicos habidos y por haber en cualquier ambiente tabernario, con su protagonista encumbrado a ser un polifacético showman y, por supuesto, showbusiness. Una especie de Billy Cristal a la ibérica. Tras la recaudación, el Goya al actor revelación como acto de agradecimiento a la gran audiencia y al buen arte de imitar a un andaluz y a un vasco, cosa que nos ha de llenar de orgullo y satisfacción a todos, cuando en algunas ocasiones hemos utilizado los acentos para elevar el humor a risas más altas, por lo visto, hasta ganar un Goya. Así que este premio es un poco de todo el pueblo llano.
Tras la no sorpresa de este premio, atiendo al estupor, al casi suicidio, parricidio diría yo, de la no nominación de Bardem, Tossar o Eduard Fernández, selecto grupo de la primera fila, llamados a tocar el bronce estatuario. Cierto es que algunos no tenían películas a concurso este año. Visto el ensalzamiento de Rovira, llegan Alberto Rodríguez y Javier de la Rosa como nuevos cuerpos ante esa primera fila y, si no, tiempo al tiempo.
Sobre las actrices, poco a destacar que no fuese digno de Milán o París. Un muestrario de glamour, vestidos prestados y bellezas de adelantada edad, fama y supuesto talento. Lejos queda ya Victoria Abril como provocadora y Marisa Pardes, Maribel Verdú o la gran Carmen Maura como las actrices que llenaban de color y contenido la gala anual. Ahora, todo son bellos rostros, anticipados a la erosión de los años de rodaje, vestidas del ahora, del fotograma sobre el rostro y no sobre la palabra. También para El Niño , que quede claro.
He de volverme a confesar. Me encantó el discurso de Antonio Banderas, con sus matices, pero soberbia interpretación. Dejo al margen la dedicatoria final a su apartada hija y que sólo su oxímoron nombre borró algo de perfecto final hollywoodiense. Como dijo Antonio; la crisis ha de vivir dentro de la cultura, como parte de ese proceso de aprendizaje, de caos organizado hasta arrastrar al exterior el talento oculto. Gran mensaje para todos aquellos rostros, embellecidos por los tiempos cambiantes como un aviso a navegantes, a no ocultar bajo la pataleta toda falta de preciosismo y talento. Recordando los duros tiempos de dormir en los andenes y en las pensiones, con la maleta en la puerta en tiempos del desnudo obligado por un trozo de pan en forma de página de algún guión. Y detrás, a escasos metros, Pedro Almodovar, el ausente presente en cada gala para entregar a su descubrimiento, a su ley del deseo, a uno de esos personajes que arrastró hasta el límite para sacar lo mejor del ser, del animal delante de la cámara.
Pero en esta llamada de auxilio, aviso. No soy ni un gran admirador de Almodovar, ni de Banderas, ni de todos estos actores en estado de transición hacia el olvido que representan la generación del cine almodovariano , pero sí que creo que es justo agradecer el salto sin red que suponía el cine propuesto en aquellos días.
Vaya por delante que detrás de mis palabras no hay ninguna crítica que no esquive al cine americano o británico, pero, echo en falta algunas pequeñas joyas que si se encuentran en el cine italiano y sobretodo el francés. Si el Niño o todos esos apellidos vascos representan el cine nacional, algo estamos perdiendo, algo de ese acento de Amenábar y Bayona, que afortunadamente ya no se marchan. Sin caos y sin crisis, pero con mucho talento.
Esta ha sido mi interpretación sobre los Goya, no tan grande como para ser nominado, pero sí como ese obligado desnudo, ese trozo de pan en forma de página.