Tic Tac Tic Tac
Juan Planas
No es nuevo, en absoluto, que el paso marcial del tiempo se presienta como una implacable amenaza. Para unos, porque creen tener mucho que conservar. Para otros, porque quieren seguir dilapidando lo que ya dilapidaron. No sé, pues, si se trata de conservar esta miseria tranquila (y a plazo fijo) de los días y las horas al sol o de alzarse, en cambio, lo suficiente como para que el viejo astro deje de requemarnos la piel y la costra de las heridas y que así, al menos en nuestra imaginación metafórica, el reloj deje de ajustarnos las costuras con ese cric crac hiriente de la mortaja hecha trizas, descalabrada, excedida.
Sin embargo, los problemas que el tiempo nos produce son casi tan sólo, a fin de cuentas, los mismos de la propia conciencia. Se trata de una especie de revuelta gramatical donde los tiempos verbales campan a su antojo sin acabar de estabilizarse nunca. Una nebulosa donde las ideas se expanden o un agujero negro donde finalmente colapsan. Colapsamos.
Con todo, uno agradece recordar, por ejemplo, algunas partes escogidas del pasado pero no, en absoluto, del futuro y asume que, gracias a esa paradoja, nos sigue mereciendo la pena levantarnos cada mañana por ver si aún llegamos a descubrir ese algo que nos ronda sin que le intuyamos otra cosa que creerlo fruto nuestro y hasta interior o íntimo; de esos adentros que uno busca, primero, en los espejos, luego en la pelusilla del ombligo y más tarde, si hay mucha suerte, en el espejismo fuliginoso de las autoestopistas hacia ninguna parte. Tic Tac Tic Tac.