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ISSN 1989-4163

NUMERO 61 - MARZO 2015

Todo lo que Era Sólido

Gabriel Rodríguez

Autor: Anonio Muñoz Molina. Seix Barral. 2013. 18,50 €

 

No está en mi ánimo regatearle a Antonio Muñoz Molina ni un ápice del prestigio literario que tan bien ganado tiene. Es más, procuro leer cuanto va publicando, con la convicción de que su sabia bonhomía merece siempre ser escuchada, con la esperanza de que tras los arrebatos homicidas a los que uno se abandonaría de buen grado tras ver los informativos queden en un mero desahogo frente a la serenidad de un análisis más pausado y ecuánime.

Por eso produce un cierto desencanto ver cómo Todo lo que era sólido , el último ensayo publicado por el escritor ubedí, se queda a medio camino, como si prefiriera barrer las pelusas debajo del sofá que acometer una verdadera limpieza.

El intento, qué duda cabe, es honesto. Se lamenta Muñoz Molina, y cómo no coincidir con él, del despilfarro en que hemos vivido en España desde hace más de veinte años; data el inicio de la orgía urbanística en el año 92, con la coincidencia de los juegos olímpicos de Barcelona y la exposición universal de Sevilla. Recuerda Muñoz Molina cómo una buena parte de la ciudadanía (además de lo que pomposamente sigue definiendo como los intelectuales ) hizo la vista gorda ante los desmanes y la largueza con bolsa ajena que gastaban las clases dirigentes. No le falta razón, si bien se echa en falta acaso una mínima autocrítica en quien se ha sumado sin pudor alguno a la boda del actual rey de España o se ha prestado a la pantomima del Premio Planeta, ejemplos ambos de esa ostentación hortera que ejemplifican bien la España que Muñoz Molina retrata.

No obstante, el mayor lastre del libro es lo rápido que ha envejecido. Publicado en 2013, parece preconizar ya esa obsolescencia: “Qué lejos queda ya el pasado” es la frase con la que comienza el ensayo. El problema es que Muñoz Molina recrea el mismo comportamiento que critica en los economistas que nos explican lo que ya sabemos. Sin duda, este hubiera sido un libro valiente y lúcido de haberse publicado cinco años antes.

Por eso su llamamiento cívico, bastante optimista, tiene un punto de ingenuidad. Viene a ser como si un dandi decimonónico se presentara con su afectado donaire en medio de la escena cumbre de una película pornográfica. La crítica social es honesta, pero alicorta; sobre todo cuando cada vez parece más claro que saldremos de esta crisis a fuerza de repetir, punto por punto, los mismos errores que la han provocado.

Tampoco mejoran el libro algunas comparaciones cuanto menos desafortunadas. Es de una torpeza delirante escribir algo como“obsesionados con la exhumación de fosas comunes no reparábamos en el fragor de las excavadoras que abrían por todas partes zanjas para construir chalets y bloques de viviendas sobre terrenos rústicos recalificados por alcaldes ladrones”. Se mire como se mire, es una comparación lamentable. ¿De verdad cree el académico que los españoles hicimos la vista gorda ante los excesos urbanísticos porque estábamos obsesionados por sacar muertos de las tumbas? ¿O lo dice porque la comparación le resulta irresistible desde el punto de vista estilístico?

Si pasamos por alto todo ello, el libro es un ejercicio sereno de reflexión al que bien merece la pena dedicarle el tiempo de lectura. El ritmo de letanía, que aparece también en algunas novelas del autor, el exhaustivo trabajo de revisión de la prensa de aquellos años de despreocupación económica que ahora parecen tan lejanos y el devenir literario y vital de Muñoz Molina, justifican ya el esfuerzo.

De especial interés es la lectura orwelliana de los delirantes estatutos de autonomía o la denuncia del regionalismo paleto que ha florecido en cualquier rincón del país, reverdeciendo cada rancio festejo y ascendiéndolo a categoría de manifestación cultural de interés universal.

Es una pena, por tanto, que Muñoz Molina se contente con repetirnos lo dicho, con enunciar de modo (casi siempre) elegante lo que una buena parte de la población sensata ya piensa; con un poco más de mordiente, con más ganas de hurgar en el pozo de la hez, seguramente Muñoz Molina nos hubiera regalado un clásico de principios del siglo XXI.

 

 

Todo lo que era sólido

 

 

 

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