Anthony Queen
Francisco Manzo-Robledo
A Maclovio Estrada se le quitó un peso de encima cuando Joan Hills dijo que “ yes maidarlin ” allá en la iglesia progresista de los Nuevos Hermanos Evangelistas. Sintió como si le hubieran quitado un bloque de plomo de los hombros y puesto un chaleco protector invisible. Ahora, bajo estas nuevas circunstancias, pensaba, aunque no estaba muy seguro de lograrlo, que hasta el nombre podría cambiarse. No era difícil, ya sabía que por ejemplo un tal Anthony Queen, antes se llamaba Antonio Reina y “ahí está: la hizo a toda madre”; y también allí estaba la misma Joan, que antes se llamaba Juana Montaño, y que cambio toda la cosa, con todo y apellido para que no quedara duda, y ahora hasta puro inglés quería hablar. Tal vez y hasta podría pintarse el pelo de algún color de moda, más claro; con trabajar unas horas extras más y a lo mejor lo dejaban. Casi se convencía a sí mismo. De ahora en adelante su suerte cambiaría. Ya mucho antes había pensado que le hubiera gustado llamarse Maclovi Steder .
Nada como olvidar la última vez, que por cierto le había ido “de la vil chingada”, cuando por tercera vez lo echaron de regreso a México, con una patada en el culo. Pero no regresó a su pueblo: no hubiera aguantado la vergüenza de regresar peor que como se había venido; las ganas no le habían faltado, pero se las aguantó como los meros hombres. Después de todo, le hubiera gustado cumplirle a Rosaura, … la pobre: casi sola se las rifó para juntarle el dinero suficiente. “Pero viniendo a ver, uno no es el que acomoda las cosas. Qué más quisiera uno…no…, a lo macho, a lo mejor después…”. No quería acordarse de cómo volvió a entrar. El sólo ver pasar a un U-Haul, le producía un asco que le hacía volver el estómago, le parecía sentir de nuevo el increíble hedor de treinta cuerpos hacinados por quién sabe cuántos días y noches, sin salir ni siquiera para hacer las necesidades. Y luego el lloriqueo continuo de Ana, que la habían montado los cuatro coyotes, y después hasta los mismos compañeros, hasta que la dejaron que daba asco mirarla, cuantimás tocarla. Aunque, viéndolo bien, a él no le fue tan mal como le contaba Pedro Melquiades Rafael, que se vino desde su pueblo en Guatemala junto con otros ochenta mojados metidos en una autotransporte, las llamadas pipas, un gran contenedor para transportar gasolina, en su lugar, lleno de ilegals, y luego los polleros los abandonaron cuando el ejército mexicano, tan aguerrido, los detectaron en la frontera con Chiapas. “¡Van pa'tras de regreso!...¡y luego: ahí viene otra vez!... cuento de nunca acabar”, pensó riéndose.
Por lo pronto había que olvidarse de la última vez. Mejores tiempos se veían venir. Lo mejor que pasó es que se animó a tirarle los perros a la Joan. Aunque la verdad no se acostumbraba a decirle así, y más: todos en el barrio adrede le decían Juanita Pelos Güeros, o también Lagringahuevo ; él también llegó a decirle así, pero de ahora en adelante no, “era mejor darle su respeto merecido...¡porque cuando se enoja es cabrona y media!”.
La conoció cuando la misma Joan lo enganchó para el corte de la manzana, y desde el primer día como que le cuadró mucho porque no podía quitársela, “ni de aquí, ni de aquí”, del pensamiento y del corazón. Al final de la primera semana, después de recoger su paga, la invitó a salir. Ella se hizo un poco la desentendida, amparada, aunque no firmemente, contra los encantos maclovianos latinos, que dizque “no podía salir porque tenía que ir a ver a sus chamacos”, y Maclovio no quitaba el dedo del meollo, porque no podía írsele esta presa al gran cazador, hasta que la Joan, por fin, cayó en las redes tendidas por el moderno Don John y aquélla decidió llamar a su mamá para decirle que “Voy a llegar tarde... Me salió un compromiso”. La mamá sólo le recomendó que el compromiso no fuera luego a resultar de nueve meses porque “entonces sí que la jodemos porque ya nada más mírate nomás a ti: tú con tres crías todas jodiendo gente desde que Dios amanece y yo de pendeja que aquí estoy solapándote y viniendo a ver que soy la que más trabaja siendo que ni una cogida gocé con tu padre y ni me digas que mamá por favor por favor tú no me contradigas porque como que no te queda andar en esa clase de compromisos...”. La suerte estaba echada y Maclovio tomó por asalto Waterloo a cosa pelona sin nada de preservativos ni delicadezas y no quedó otra que decir que “pos vente a vivir conmigo pues... pa'pronto nos casamos y ya no hay cuento ni problemas con lo que diga la gente que ya ves que no falta quién se meta en lo que no le importa nomás que si te lo voy a decir desde ahora que no me andes con esas jodederas de autoridades pendejas y celos peores que nada que lo único que van a causar es problemas que ni te cuento porque lo he visto con mis mismos propios ojos como que lo estoy viendo ahorita mismo aquí enfrente de mí y todo se va jodiendo quedito o rápido pero se jode sin que nada ni nadie lo pueda parar ni componer porque lo primero que pasa es que el pelo que la ropa que la cerveza o la soda o las papas fritas a toda hora chingando gente contra todo lo que hago porque salgo o porque no salgo y luego que para aquí y que para allá y que no le hagas así porque para allá no puedes ir ni con esa gente para emborracharse nomás sólo con la que yo diga total que ni la hagamos larga porque la verdad que me encabrono mucho de ver nomás como pasan las cosas por todos lados y ahí está el peor de los casos nomás para que uno se tenga que fijar primero antes de dar un paso tan importante... ¿qué me ves? tú me conoces desde antes, ¿por qué me ves así?”, y luego Maclovio: “Pos... que cada ves te quiero más Joanita...y sí, como tú lo mandes”.