Encuentro Subrepticio con Joaquín Pasos
Daisy Zamora
ES difícil hablarte mientras me desgasto,
no es fácil platicar con vos, encontrarme con vos
en las gasolineras, en las antesalas de clínicas y oficinas,
en los embotellamientos de tráfico, Joaquinillo,
-¿puedo llamarte así?
Aquí hay mucho ruido, no me convence el lino impecable
de tus trajes
ni tus poses de niño bien nacido.
Sé
que sos pecador y católico, puro e impúdico.
Somos buenos para nada, inservibles para todo,
menos para el amor y el canto,
pero a nadie le importa el amor,
nadie necesita del canto.
¿Qué hacemos, Joaquín, para dónde cogemos?
Tus carcajadas tampoco me convencen
y los lagartos se ríen de vos y de nosotros.
Ah, qué divertido, Joaquinillo, qué divertido
ver cómo te quebrás el alma.
¿Qué travesía inclemente nos espera?
Los pasajeros de tu barco estamos locos
porque un buque de letras navega solamente
en ingrávidos mares de agua de colonia.
Yo me iría a esos países tuyos de resplandecientes
árboles de metal contra un sol nórdico,
entre los buenos muchachos alemanes hechos de queso
vagaría en tu Luxemburgo de pequeñas mujeres
y nos revolcaríamos en alguna habitación de aquel hotel
de comedor malva y oro
y desde la ventana le arrojaríamos monedas al flautista polaco
o contemplaríamos la orquesta de zíngaros suicidas.
¿Porqué llorás por un pescado muerto?
¿Porqué te conmovés ante el cadáver de una pájara?
Mejor te dejo. Aquí hay mucho ruido
y sólo el ajetreo importa, aunque nadie sepa porqué
ni para dónde vamos.
Es justo que te deje reposar al abrigo de tus pecados
mortales y capitales.
Me has dicho que te vas a morir de angustia una madrugada.
Ya vas a ver cómo, cuando llegués
a tu correspondiente naufragio
hay suspiros de alivio.
Al fin la familia descansa de la oveja negra o blanca.
Estoy ensordecida, sin tiempo para encontrar…
Los cementerios y parques están abandonados,
una multitud de niños muertos nos miran con sus ojos ciegos.
Dame una señal, Joaquín,
alguna señal en estas latitudes lejanas.