Díptico Checoslovaco
Luis Arturo Hernández
MEMORIAL DE UN ESLOVA(S)CO
Aterricé en Eslovaquia, como profesor de español en el instituto de Nitra, el año 1990.
El país me pareció un huerto pardo, ocre y melancólico, de ese color terroso del otoño.
Era un país domesticado, con su paseo por la “calle mayor” al mediodía, para rebañar el sol, y su retirada temprana –de resabios rústicos-, en cuanto anochecía -que cada vez era antes-. Y el pequeño mundo al revés del no que significaba sí , del papel higiénico en las librerías –y tan fino como la tirilla de papel de fumar del recibo de la nómina-, y helados en invierno y huevos por decenas, copas de vino de una en una, y cervezas por docenas.
Y el fin de semana, la ciudad desierta, sin un alma, y las buenas gentes -campechanas, naturales y dicharacheras-, a trabajar en la huerta de la cabaña del campo; o a la estación invernal en miniatura de los Tatras; o al pueblo de la abuela, en un auto de juguete, por carreterillas vigiladas por las casetas de los santos –suspendidas de los árboles como si fueran relojes de cuco-; o a alguna otra ciudad, con reserva de asiento para unos “trenes rigurosamente vaciados”, en cuanto reverdecía la primavera y brotaba la lluvia amarilla.
La sempiterna sopa, el café turco artesanal y el consabido aguardiente de ciruelas, más el proverbial nej sa páci y “el dedo metido –hasta hoy- en el agujero de la garganta” de ese trabalenguas del eslovaco en que aprendí a balbucear, gracias a mi maestra Eva, las primeras palabras para hacer la compra y tomar café, para sacar el billete de autobús a Bratislava – od/do , ida y vuelta en el espejo del Danubio gris- o hacer cualquier negocio -sin que el interlocutor reconociera nunca haberse entendido, con un vasco sin idioma, en una jerga parecida a la lengua eslovaca-. Quizá porque era un eslovasco de adopción a quien, en Cracovia, tomaban por búlgaro y, en Sofia, por polaco; en Bratislava, por bielorruso y en Praga… Pero eso fue ya otra historia, porque lo de un español hablando en eslovaco ¡en Praga!, eso sí que no tiene nombre…
Baste decir que, al poco de volverme a España en el 92, desapareció Checoslovaquia.