El conflicto colombiano, que lleva más de medio siglo desangrando al país de manera continua, ha estado presente en el destino y el pasado inmediato de varias generaciones.
De mis años infantiles a finales de los años cincuentas recuerdo aún, muy en particular, las imágenes sangrientas en las llamadas Página Roja de los diarios locales y nacionales.
Eran despliegues en claroscuro de matanzas ocurridas con frecuencia en varias regiones del país. La sevicia y el siempre presente elemento de barbarie ocupaban lugar preferencial en aquel derroche medieval de violencia.
No mucho parece haber cambiado desde entonces, tan solo las razones dialécticas o estratégicas. Cualesquiera que hayan sido los motivos siempre subyace inmutable el conflicto por la tenencia y el control de la tierra.
A finales de los años cuarentas y hasta entrada la década de los sesentas la violencia tuvo un marcado acento partidista: los pueblos liberales sufrían a manos de bandas de asesinos conservadores y los pueblos conservadores a manos de bandas de asesinos liberales. Así de simple.
Este fenómeno dio lugar al nacimiento de las guerrillas liberales que debieron irse “al monte” para defenderse del exterminio.
Estas bandas de auto-defensas, con posterioridad y a raíz del triunfo de la revolución cubana en 1959, devinieron guerrillas marxista-leninistas.
Con la llegada del narcotráfico en los años setentas el fenómeno se agranda y entra a jugar papel importante el poderío de los amos del negocio, casi siempre en contubernio diabólico con los terratenientes, los militares o los caciques políticos de las regiones afectadas.
El narcotráfico ansioso de controlar el campo, se adueña de vastas regiones montañosas y se alía a las guerrillas que controlaban territorios estableciendo un pacto de beneficio mutuo: las guerrillas protegen plantaciones y campamentos donde se procesa la droga.
Los narcotraficantes pagan por esta protección con el llamado concepto de “gramaje”; es decir, tantos pesos por tantos kilos. Cuando los kilos se convierten en toneladas, pues ya podemos imaginar el resto.
Como si este martirio sobre la clase campesina no fuera suficiente, a partir de los ochentas aparecen los grupos paramilitares de extrema derecha. Estos se desarrollan como resultado lógico de la inhabilidad del estado de proteger los poderosos señores del campo contra el secuestro y el chantaje establecido por la guerrilla tradicional.
De igual manera que los anteriores, estos grupos entran de lleno a participar en la siembra, producción y exportación de coca, a la vez que se convierten en un arma poderosa de vigilancia armada y verdugos en el campo colombiano.
Todo este gran preámbulo viene al caso para hablar del fotógrafo colombiano Álvaro Cardona, quien ha producido un proyecto llamado de manera críptica Padre, Hijo y Espíritu Armado.
Cardona es comunicador Social y periodista egresado de la Universidad de Manizales. Ha sido reportero gráfico de la revista SoHo y ha trabajado junto a cronistas como José Navia, Alberto Salcedo Ramos, Diego Rubio, Alfredo Molano, entre otros.
Ha trabajado para Especiales regionales de la Revista Semana, recorriendo todo el país a la caza de imágenes. Fue colaborador del diario El Espectador para el eje cafetero, también trabajó en el Periódico Q'Hubo, la revista virtual Kien y Ke.com y la Compañía Corona.
Fue ganador del Premio Nacional de Fotografía Colombo-Suizo de la Embajada Suiza en Colombia y el Ministerio de Cultura en el año 2012 y finalista en la categor í a de imagen periodística en el premio iberoamericano Gabriel García Márquez en el 2013, con el trabajo, “Padre, Hijo y Espíritu Armado” Retratos del Catatumbo, memorias en imágenes rasgadas por la violencia.
En 1999 por múltiples motivos donde entran a jugar un papel determinante la explotación y control del territorio, la expansión y conquista de nuevos espacios por parte de los grupos paramilitares, se produjo una masacre en un sitio llamado La Gabarra, en la region del Catatumbo, Departamento de Norte de Santander, Colombia.
Este hecho de sangre, como tantos otros cientos de horrores en Colombia, quedó marcado por la impunidad.
Álvaro Cardona se propuso iniciar un proyecto con el cual mantener viva la memoria de aquellos seres a quienes la violencia les ha negado una tumba por la imposición de su desaparición física total.
La memoria y el espíritu de aquellos muertos permanecen tan solo en la mente y el afecto de los familiares.
En un país donde el Estado es incapaz de impartir justicia le ha correspondido a este joven periodista hacerlo a partir del homenaje implícito en sus fotografías.
Cardona ha manejado hábilmente las herramientas visuales a su alcance para mostrar, por medio de fotografías rasgadas, dañadas por efecto de la violencia, y superimpuestas sobre el rostro de familiares sobrevivientes, un proyecto de gran peso artístico.
En una época en la cual los medios visuales parecen haber sido colonizados por la superficialidad y el enamoramiento de la imagen personal hecha pública en el espejo deleznable de la inmediatez, tenemos ante la vista un verdadero proyecto que nos hace reflexionar sobre hechos más trascendentales y poderosos que la inutilidad implícita en el espacio vacío de los tiempos que corren.
Sitios para visitar referentes a este proyecto:
http://www.alvarocardona.com
http://www.semana.com/especiales/proyectovictimas/galerias/alvaro-cardona/index.html
http://cerosetenta.uniandes.edu.co/padre-hijo-y-espiritu-armado/
http://www.lapatria.com/variedades/padre-hijo-y-espiritu-armado-un-homenaje-las-victimas-18160
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