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ISSN 1989-4163

NUMERO 51 - MARZO 2014

Los Sábados ya no Sirven para Pasar la Resaca

Javier Cánaves

[ más allá de las palabras, 01/10/13 ] Recuerdo cuando las mañanas de los sábados servían, básicamente, para pasar la resaca. Ahora, mientras tecleo estas líneas, suena en la radio esa canción de David Guetta titulada Without you en la voz del cantante norteamericano Usher (lo acabo de mirar en la Wikipedia). Parece un recordatorio de otros tiempos, diría que de otra vida. Éramos, por entonces, pistoleros ávidos de agregar nuevas muescas a nuestros cinturones de piel palpitante, al rojo vivo, ahora de piel girada. Empieza a parecer que estas líneas resbalan del lado de la nostalgia, pero no es eso. Todo tiene su momento, me cuentan mis canas y mi sangre apaciguada. Unos minutos atrás, tenía a mi hija Sofía en brazos. Le cantaba canciones de Camilo Sesto y El Dúo Dinámico. Ella me miraba como hipnotizada, tal vez preguntándose si ese señor que la tenía en brazos era realmente su padre o se trataba más bien de su abuelo. Mi padre, más inteligente, optaba por no cantarme; directamente, ponía un disco de los Beatles y dejaba que John y Paul hicieran el trabajo sucio. Mi madre, lúcida, también les dejaba hacer; en cambio, sí le canta a su nieta. Ella todavía no es consciente, pero nos acabará pidiendo explicaciones. Entonces le hablaré de la rueda en que todos giramos, una rueda hecha de amor e incomprensión, de muchas dudas y unas pocas certezas. Le hablaré, también, de estos sábados por la mañana, de estas frases que improviso como un mal comediante. Lo importante, como siempre, quedará entre líneas, más allá de las palabras.

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[ razones para quedarse, 07/01/14 ] Veo amanecer con un café con leche en la mano. Los gorriones más madrugadores me regalan esta frase y esta música polisémica. Su canto sonaba muy distinto cuando andaba de retirada, desesperado por llegar a la cama y desaparecer. Ahora empieza el día. En realidad, hace una hora que lo hizo. Hoy me tocó a mí darle el primer biberón a la peque. Estábamos los dos en el sofá naranja. El mundo no era más que una respiración silenciosa latiendo detrás de las persianas. Ningún poema puede estar a la altura. Mientras ella se alimentaba, mi mente se dejó ir. Recordé un cuadro de ejecución algo torpe visto, años atrás, en una exposición de artistas aficionados. En el centro de la imagen, rodeados por paredes altísimas de piedra, un padre y su hijo se daban la mano. No hacían nada especial, simplemente estaban ahí, como aguardando lo que la vida tenía que depararles. La imagen parecía decir que, si permanecían unidos, nada malo les sucedería. El recuerdo de esos acantilados, a su vez, trajo a mi mente los acantilados de Raúl Zurita, aquellos que brotan del turbulento océano de su dolor en su monumental Zurita . Nos creemos a salvo, pero no lo estamos. Sólo nos cabe confiar en que la bomba de estos tiempos no nos explotará en plena cara. Después, influido por una lectura reciente, recordé algo que Paul Bowles escribió: “En el fondo de mi corazón deseo escaparme, sin importar a dónde. El ser humano siente la necesidad de evadirse cuando no tiene una razón para permanecer en un lugar”. Yo las tengo. Amanece. Buenos días.

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[ Barthez o la soledad del escritor, 28/01/14 ] Pese a ser sábado, pongo el despertador a las ocho. Procuro no hacer ruido al salir de la cama. El silencio de la casa me conduce frente al ordenador. Antes, sin embargo, paro en la cocina para proveerme de la cafeína necesaria. Ya lo dijo Brodsky: ningún siglo podrá arreglárselas sin jazz ni cafeína. Mientras acaricio las teclas, Duke Ellington teclea su piano nueve años antes de que yo naciera, eso sí, el volumen al 3. Estas palabras me sustentan y sustentan a las que quiero y ahora duermen. Pienso en la tan cacareada soledad del escritor. De él se ha dicho que “vive solo, aunque su casa esté tomada por decenas de familiares”. Tal vez Facebook, ese bálsamo de la realidad, modifique las cosas. Las soledades varían con el tiempo. Curiosamente, después de escribir la frase anterior, ha venido a mi mente una fotografía. En ella puede verse a Fabien Barthez, de espaldas, completamente solo. La selección francesa, actual campeona del mundo, ha caído derrotada contra la selección senegalesa, debutante en un Mundial. Nos hayamos en mayo de 2002. Corea y Japón organizan la Copa. Barthez, portero de Francia, tiene los brazos en jarra. No puede verse a nadie a su lado y eso que la fotografía abarca más de la mitad del terreno de juego. Está solo, pese a las miles de personas que a buen seguro aún pueblan las gradas; pese a los millones de espectadores que están celebrando la victoria de este nuevo David. Me parece una metáfora acertada; por lo menos, da el pego. Aquel Mundial lo ganaron los de casi siempre.

 

 

 

 

El ejército azul

 

 

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