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ISSN 1989-4163

NUMERO 51 - MARZO 2014

Marilyn, Einstein, Capote, Adorables Criaturas

Holly

He visto esa frase de Albert Einstein en este genial tumblr sobre frases relacionadas con la moda y me he acordado de esa anécdota tan genial en la que Marilyn Monroe, el día que se le encontró, le propuso casarse con ella. La verdad es que le soltó, así de buenas a primeras: "profesor, deberíamos casarnos y tener un hijo juntos. ¿Se imagina un bebé con mi belleza y su inteligencia?". Einstein, que no debía tener sangre en las venas, rechazó su proposición y respondió, muy serio: "desafortunadamente temo que el experimento salga a la inversa y terminemos con un hijo con mi belleza y su inteligencia". Einstein tenía muy mala baba. Aunque quizá hubiera tenido que aplicarse el cuento en lo referente a la rubia.

Me parece una anécdota graciosa y triste a la vez. Marilyn Monroe era una mujer bellísima. Pero también inteligente. Quizá eso hace que su historia sea más triste aún. Si Marilyn no hubiera sido una mujer tan sensible, quizá podría haber vivido de otra forma. Pero la nostalgia es un juego peligroso y el qué hubiera pasado, no lo es menos. Me gustan las imágenes de Marilyn leyendo, que son muchas. No parece una actriz que posa sino una mujer que lee. Cuando murió, Marilyn tenía una biblioteca con más de 400 libros. Le gustaba James Joyce y Saul Bellow y Sandburg. Pero también amaba la poesía de Heinrich Heine y del clásico americano por excelencia, Walt Whitman. Marilyn se codeó con literatos buena parte de su vida -al menos, de su vida como Marilyn- pues no sólo se casó con Arthur Miller, sino que conoció a Karen Blixen, que la admiraba y quería conocerla, y que quedó encantada tras quedar con ella -no así con Arthur Miller-, y fue íntima amiga de Capote; la más, quizá, tras Nellie Harper Lee. De hecho, creo que Marilyn Monroe es la única persona de la que Capote nunca habló mal, y Capote era una arpía.

Me gustan mucho las anécdotas que cuenta Capote en Música para camaleones sobre ella. Creo que, cuando recoge una definición que hace Miss Collier sobre Marilyn, acierta. Marilyn no es una actriz. Es una maravilla de fotogenia, pero no es sólo fotogenia. La tal Miss Collier era una especie de profesora de teatro en Nueva York un poco especial, porque sólo daba clase a actrices profesionales de gran nivel: fue profesora de Katharine y Audrey Hepburn, de Vivian Leigh y también de Marilyn, poco antes de morir, a quien llamaba "mi problema especial". 
Así, dice: "tiene algo. Es una adorable criatura. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía".

Cuando muere Miss Collier, Marilyn y Capote van al funeral. Aunque él casi no la reconoce. Dice: "Ya llevaba más de media hora de retraso. Siempre llegaba tarde, pero pensé que, por una sola vez, podía llegar a horario. ¡Por el amor de Dios! ¡Maldición! De repente llegó, pero no la reconocí hasta que me dijo... 'Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme...' (Lo que se había puesto finalmente habría sido apropiado para la abadesa de un convento que asiste a una audiencia privada con el Papa. Tenía el pelo totalmente cubierto por un pañuelo de chifón negro, un vestido negro suelto, largo, que parecía prestado, medias de seda negra que opacaban la rubia belleza de sus esbeltas piernas. Seguro que una abadesa no se habría puesto los zapatos de tacón altos, negros y vagamente eróticos que había elegido, ni las gafas oscuras, de lechuza, que tornaban dramática la palidez de vainilla de su fresca piel.)
Y sigue: "(Marilyn) no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azul grisáceo. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse". Luego, Marilyn le ruega que esperen a que se vayan todos porque no quiere hablar con la gente: "nunca sé qué decir".

Al final, van a tomar champagne juntos y Truman Capote le sonsaca que se ve con Arthur Miller tras hacerle preguntas Marilyn para saber si él la conoce de verdad. Luego, con Marilyn considerablemente borracha (y, probablemente, puesta de pastillas) van a ver el ferry de Staten Island. Capote dice: "así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro".

El hombre, según Capote, firme y poco amistoso, le dice a Marilyn: "no debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla". Marilyn responde: "los perros nunca muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?". El diálogo final es tan hermoso que dan ganas de llorar: el hombre dice que el perro se llama "Fu Manchu" y Marilyn se ríe y dice: "oh, como en el cine. Qué amor". El hombre, entonces, pregunta: "usted, ¿cómo se llama?" y ella responde: "¿yo? Marilyn". Entonces, él dice "eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?". Saca una tarjeta y una lapicera y ella escribe, apoyada en su cartera, "que Dios le bendiga. Marilyn Monroe" y le da las gracias. El hombre le dice que no, que gracias a ella y que lo va a contar en la oficina.

Luego, Capote y Marilyn siguen hasta el borde del muelle y escuchan el agua. Marilyn cuenta que ella "solía pedir autógrafos. Todavía lo hago, a veces. El año pasado vi a Clark Gable sentado cerca de mí en Chasen, y le pedí que me firmara la servilleta". Capote escribe: "apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa". Al final, Marilyn le dice "te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda".
Capote no lo duda y asiente. Pero también dice que diría más. Que diría... Entonces, la luz se iba yendo y a él le parece que Marilyn se mezcla con el cielo. Capote dice que: "quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: 'Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?'”... "Diría que eres una adorable criatura". 

Retomando lo que dijo Einstein... Marilyn debería haber usado las palabras de Lorelai Lee, el personaje que interpretó en Los caballeros las prefieren rubias, cuando habla con el padre de su prometido, que quiere impedir que su hijo, alocado y rico, se case con ella y acaba diciéndole, tras hablar con ella, que le habían dicho que era tonta. Marilyn entonces, fabulosa, replica: "puedo ser inteligente cuando conviene... ¡Pero eso no gusta a los hombres! Excepto a Gus. A él sólo le interesa mi cerebro". Marilyn hubiera sido una gran Holly Golightly y, así, estaría ahora en los prados del cielo.

 

Marilyn y Capote

 

 

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